Carlitos Rey – Capítulo 6: “El triángulo de la buena suerte”

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En invierno los aviones vuelan mejor, el aire frío es más denso y las palas de las hélices tienen más tracción. Pero cuando llegó aquel el invierno, Carlitos prácticamente no podía volar. En junio su instructor emigró siguiendo la oportunidad de su vida. Era un tren que no pasaría dos veces y a los 55, luego de haber dedicado su vida entera a la aviación y el sueño de aerolínea, era lógico abordar una aventura en el extremo opuesto del planeta aunque eso exigiese dar el que quizás fuese el último adiós a sus padres.

Las semanas previas a su partida habían sido muy intensas, como en un drama turco había pasado de todo, y pese a todo, Carlitos había comenzado a volar solo, lo que había significado alcanzar una etapa muy importante en su relación con su instructor y su progreso como “chofer de aviones”.

Cuando la escuela de vuelo avisó que un nuevo instructor estaba disponible para retomar las clases, Carlitos había comenzado una serie de viajes por motivos laborales que lo tenían lejos de Uruguay, pero le habían permitido recorrer América y conocer aeropuertos y observar con ojos de piloto toda la dinámica de las tripulaciones, la operativa entorno al avión y adivinar las distintas fases del vuelo y lo que los pilotos estaban haciendo.

Sus conocimientos y sus no más de 20 horas de vuelo como alumno piloto, le permitían moverse con confianza en el mar de pasajeros que colmaba con nerviosismo las terminales aéreas y las filas de migraciones.  Durante los primeros vuelos, pensaba cómo procedería si una azafata preguntaba si entre los pasajeros había alguien que supiera volar un avión. Sentía una responsabilidad muy grande, se consideraba el tercer piloto del avión, el suplente.

En sus horas libres durante los viajes, había aprendido a reconocer los instrumentos básicos en una cabina de aeronaves comerciales y se había familiarizado con el manejo del piloto automático y los ajustes para un aterrizaje de emergencia. Confiaba en que con la ayuda de los controladores aéreos podía llevar el avión a un aterrizaje seguro. Esta presión no era un invento suyo, sus familiares y conocidos le decían “Ahora que sos piloto, podés ofrecerte a volarlo vos cualquier cosa” “Quizás te dejen entrar a la cabina si les decís que sos piloto”, etc.

Al cuarto o quinto viaje, Carlitos optó por hacer todo lo posible por dormirse a penas el avión comenzara el vuelo en crucero. Tenía plena confianza en los pilotos, pero lo que creía haber aprendido ahora le jugaba en contra con los nervios y se sentía igual que cuando viajaba de acompañante en un auto cuyo conductor manejaba en forma temeraria. No tenía el control de la situación.

Para cuando terminaron los viajes los temporales invernales ya habían llegado a Uruguay, los días se habían acortado y cada vez era más difícil concretar los ansiados vuelos de instrucción con su nuevo instructor.

Por este motivo, las primeras salidas al aire tuvieron que ser breves. No obstante, como en cada clase del curso de piloto, el alumno aprende desde que llega al Aeropuerto hasta que se va y Carlitos tuvo la oportunidad de conocer en su nuevo Instructor a un piloto agrícola, que también había trabajado haciendo taxi aéreo y que, como tantos otros de su generación, había visto frustradas sus posibilidades de crecimiento en la industria aérea por los manejos de las autoridades de la Fuerza Aérea de aquél entonces y la falta de una política aeronáutica. Dictar instrucción le permitía mantener la actividad de vuelo, permanecer en contacto con sus colegas y percibir un ingreso económico en las épocas del año en las que no había zafra agrícola.

Tomó un tiempo para que cada uno se adoptara al otro, porque ahora Carlitos, ya tenía ciertos parámetros que le había inculcado su primer instructor.  Por ejemplo, su nuevo instructor prefería realizar la aproximación final con potencia, pero con el avión configurado para realizar aterrizajes en menor distancia, algo propio de la actividad rural. Carlitos, en cambio, había aprendido a aterrizar de una forma más parecida a la que se utiliza en las aerolíneas, realizando un descenso más prolongado, pero con menor potencia.  Carlitos, volaba de forma pasmosa, pesada, con virajes lentos. Su instructor acostumbrado a volar sobre la zona de trabajo prefería los virajes escarpados y la interacción constante con el comando del avión.

Carlitos, recordaba lo que su instructor le decía en las primeras clases. “Acá en Uruguay, cada cual tiene su librito y podés darte cuenta con qué instructor voló cada piloto hasta por la forma de hablar en la radio”.

Para avanzar en los requisitos del curso, era necesario empezar a volar a otros aeródromos y realizar las navegaciones a través del país. El plan era simple, comenzarían acostumbrándose a las pistas de pasto y los aeródromos sin torre de control operando en el Aero Club de Canelones. Luego realizarían un vuelo haciendo un triángulo uniendo el Aero Club de Florida con el de San José. Lo harían juntos y luego Carlitos debería hacerlo en solitario. Por último, ampliarían el triángulo y volarían hasta Colonia.

A diferencia de lo que ocurre cuando se planifica hacer un viaje en auto hacia un nuevo destino dentro del país, Carlitos descubriría que planificar un triángulo por primera vez, podría llevar de dos a tres horas más varios ajustes previos a la salida en base a las condiciones meteorológicas.

Planificar era fundamental para evitar quedarse sin combustible en la mitad del viaje o perderse en medio del campo, o intentar aterrizar en una pista más corta de lo necesario, o encontrarse en vuelo con otra aeronave por no tener sintonizada la frecuencia apropiada, o sobrevolar un lugar prohibido, y otra larga lista de etcéteras. Después de todo, volar en avión, no era sólo cuestión de abandonar el planeta y recorrer libremente el cielo infinito.

Carlitos, orientado por su anterior instructor, se había comprado los útiles para calcular distancias y rumbos en Amazon.com y por lo tanto habían elegido un modelo moderno de la empresa Jeppesen. Dedicó varias horas en su casa a realizar los ejercicios de entrenamiento para adquirir suficiente agilidad y seguridad en los cálculos de deriva del viento, consumo de combustible y velocidad terrestre. Descargó y completó una planilla de planificación de viajes que estaba disponible en el sitio de la empresa de materiales de educación aeronáutica ASA y la llevó a la siguiente clase para planificar el primer triángulo.

’Espacio

Pero lo que parecía haber sido una tarea sencilla y prolija, se llenó de tachaduras, borrones y correcciones. Su Instructor le habló sobre lo difícil que era ubicar los pequeños pueblos que aparecían en el mapa y que por lo tanto no eran buenos lugares para usar de referencia y mucho menos convenía utilizar los cruces de rutas secundarias. Carlitos desplegó sobre la mesa su carta aeronáutica que había plastificado y plegado la noche anterior para lo cual había necesitado muchísima ayuda de su esposa y borró con un algodón humedecido las líneas que había hecho con lápices de tipo pastel que también había mandado traer de Estados Unidos.

Puso la regla rotativa uniendo los primeros dos aeropuertos del tramo (Adami, Florida) y buscó nuevas referencias geográficas que utilizarían durante el viaje para ir comprobando que se mantenían en la ruta deseada.

Mientras volvía a tomar mediciones, vio como su instructor comprobaba una y otra vez los datos que Carlitos había puesto en la hoja preformateada en inglés que servía como hoja de ruta y bitácora de control.

Dedicaron cerca de una hora para tratar de ponerse de acuerdo en los resultados que obtenían, leyeron un par de veces las instrucciones que venían en inglés, pero para el instructor, algo estaba mal en la forma de obtener los valores en el computador circular de Jeppesen.  De su bolso de piloto, sacó su computador de confianza y le mostró los resultados que le parecían más coherentes y en lugar de utilizar la hoja “tan complicada” que había traído el alumno, usaron una hoja en blanco en la que anotaron el nombre del punto geográfico, el tiempo de vuelo estimado, el consumo de combustible estimado, el remanente estimado, el curso de vuelo y el rumbo según una corrección de viento simulada.

Para no perder más tiempo, desplegó sobre la mesa su carta de vuelo que demostraba haber sido utilizada en cientos de viajes y buscó el trayecto entre Montevideo y Florida que ya tenía algunos puntos marcados con una lapicera BIC azul.  Carlitos vio que la carta estaba plegada de una forma mucho más práctica, similar a los mapas ruteros que entraban en la gaveta de los autos, para lo cual el instructor habia recortado partes innecesarias, y se dio cuenta que hubiera sido mejor hacerlo con el instructor que con su esposa.  Al fin y al cabo, tenía razón ella “estás haciendo esto sólo porque sos un ansioso bárbaro!” – “Quiero llevar todo pronto”, había sido su justificación.

Carlitos llegó a su casa cansado y su esposa ya estaba acostado mirando la televisión. Le prometió que cenaría y se iría a acostar luego de revisar algunos apuntes. Comió los fideos fríos con tal de no calentarlos, y se acomodó en la mesa del living en la que había extendido su carta y sobre la cuál comenzó una vez más a planificar el triángulo. Identificó los puntos de control que había recomendado su instructor y buscó fotos satelitales de esos lugares. Consiguió ejemplos de como completar la hoja de ruta, y simuló el viaje con el PC, haciendo los ajustes, anotaciones y cálculos a medida progresaba por el listado de waypoints.

En plena madrugada su esposa lo encontró dormido en el sillón, con el computador Jeppesen sobre la barriga y un tiradero de hojas con cálculos. – “Vení a acostarte, parecés loco” le dijo.

A lo largo del siguiente mes, varias veces se frustró la primera navegación aérea con su instructor. Cuando no era porque llovía torrencialmente, era porque el viento excedía los limites operacionales del Cessna 150. Otros fines de semana habían previsto volar el domingo pero el sábado el avión había tenido que permanecer en otro aeródromo y no llegaría a tiempo para que ellos salieran. Una vez, todo estaba en condiciones pero su instructor tenía el cumpleaños de su hija y así, por motivos de fuerza mayor, la famosa navegación se seguía postergando.

El colmo, fue cuando Carlitos decidió pedirse un día libre en el trabajo para poder hacer la navegación entre semana y el día anterior, la aeronave asignada debió entrar en un mantenimiento no programado por un desperfecto técnico.

Un nuevo viaje de trabajo asomaba en el horizonte, por lo que Carlitos contó con la ayuda del dueño de la Escuela de Vuelo para conseguir otro Cessna 150 en el que poder volar y sobre el cuál Carlitos tendría la prioridad para usarlo con su instructor el siguiente fin de semana.

Como su esposa algunos viernes trabajaba hasta la madrugada, habían acordado que Carlitos pondría el despertador lo más tarde posible y miraría por la ventana del living para ver el estado del tiempo sin hacer demasiado ruido y sin abrir demasiado las persianas para no perturbar su sueño, total, hacía un mes que la rutina familiar estaba alterada por la famosa navegación y en invierno “no se podía volar……”

El pronóstico para la mañana siguiente era bueno y Carlitos se acostó con un buen presentimiento. Antes que sonara el despertador recibió un SMS del Instructor “En un rato levanta y va a quedar CAVOK, te espero en casa”.

Carlitos ni siquiera miró por la ventana. Se puso su campera de piloto, guardó un par de chocolates que venía reservando hacía tiempo y con su morral con todo lo necesario para el vuelo salió a tomarse el primer ómnibus que lo acercara al centro de Montevideo para encontrarse con el instructor y así ir juntos en su auto hasta Melilla.

El sábado había amanecido cubierto por una neblina húmeda y fría, que apenas permitía adivinar la salida del sol entre los edificios de la ciudad, pero ya a las 8 se empezaban a ver los primeros parches de cielo celeste mientras el fiat uno bajaba por Avenida Libertador.

“Bueno…” suspiró el instructor, “ya pasamos ilesos la rotonda del Palacio Legislativo, la parte más estresante del viaje que vamos a hacer hoy”

     El ánimo era el mejor, finalmente podrían llevar a volar al CX-BFG y recorrer una partecita del sur del país. La aeronave, si bien era un C-150 como el que Carlitos ya conocía, estaba siendo actualizada para ponerse al día para la instrucción, por lo que su panel todavía no estaba completo. Algunos indicadores no funcionaban, el panel frontal estaba algo suelto y sobre todo el equipamiento de radios y radio ayudas eran distintos a los del BGU.

A la vista, ambas aeronaves eran muy parecidas, con sus colores rojo y blanco de fábrica, pero la principal diferencia estaba en que el “Golf” no tenía el cono frontal que protegía la hélice y eso le daba un aspecto muy punk. En cuanto la performance, la principal diferencia estaba en que las palas de la hélice del “Golf” estaban ajustadas para trepar, lo que la convertía en una aeronave trepadora. En vuelo nivelado era apenas más lenta, pero cuando de ganar altitud se trataba, no había como esa hélice para convertir segundos en pies de altura.

Era invierno, hacía frío y era muy temprano en la mañana. El avión precisaba combustible y la persona encargada del surtidor no aparecía por ningún lado. El instructor continuaba recorriendo los recovecos de las salas del personal del Aeropuerto, pero el hombre no estaba.

En la Oficina dónde se presentaba el plan de vuelo tampoco había nadie.

Nada debería cambiar el buen humor que tenía la tripulación por poder hacer finalmente el viaje, pero la paciencia comenzaba a agotarse al transcurrir los minutos en aquel Aeropuerto fantasma. La descarga vino contra la puerta de la oficina de meteorología, que luego de dos o tres llamados no se abría, no había respuesta.

La salita era minúscula, seguro que el meteorólogo estaba durmiendo. “Buenos días, acá estoy” – Interrumpió un joven con lentes que llegaba por la puerta que daba hacia la plataforma del aeropuerto. – “¿Van a volar? Les tocó tremendo día, con el frío que hace va a estar divino.”

Al menos mientras hablaban con el meteorólogo, lograron aflojar la tensión. El tiempo estaba óptimo y no se preveían fenómenos significativos. Probaron llamar a la oficina de meteorología de Florida, pero nadie atendía. En la de San José el número había sido cambiado y ni en Carrasco o Melilla tenían el número nuevo, así que había que volar y ver cómo estaba por allá.

Miraron la cartelera en donde se publicaban los NOTAMS, los avisos sobre el estado de aeropuertos o restricciones operativas para que los Pilotos estén en conocimiento antes de partir, pero ya sabían que no habría nada de información sobre los aeródromos que visitarían. Sólo, una larga lista de radioayudas fuera de servicio y algunos avisos escritos a mano sobre faltantes de combustible que databan de un par de años atrás. – “Por lo menos sigue funcionando el NDB de Colonia, ese te va a servir cuando hagas el triángulo largo en unas semanas”

Dejaron el formulario con el plan de vuelo sobre el teclado de la computadora del operador y salieron nuevamente en busca de la persona que tenía a su cargo abastecer de combustible a los aviones.

A esa hora, ya había dos aeronaves de la Fuerza Aérea haciendo fila detrás del Bravo Foxtrot Golf esperando ser atendidos. – “Éstos se van al Chuy, mirá que livianitos que salen ahora” señaló el instructor mientras caminaban nuevamente hacia su aeronave.

Uno de los pilotos militares saludó cordialmente al instructor y le preguntó por el combustible. Vestía un impecable mameluco verde, lentes ray ban y mientras conversaba se calzaba un par de guantes blancos.

Carlitos, mientras tanto, terminaba de preparar la cabina para el vuelo, acomodando los bolsos, la botella de agua, la cámara de fotos, etc.

Al cabo de unos minutos, apareció un funcionario del Aeropuerto que ofreció ayudar con la nafta y anotó las matriculas de las aeronaves y cuanto combustible habían cargado para que pagaran a la vuelta.

El instructor agradeció la generosidad y aprovechó a pedirle si podía hacer el mismo favor con el plan de vuelo, que seguramente todavía no se hubiera presentado. – “Ahhh quédate tranquilo que en un rato lo pasan, en Torre ya saben que a esta hora es complicado”.

Cuando se aprestaron a salir, la controladora aérea les confirmó que ya tenía el plan de vuelo y que por lo tanto estaban autorizados a despegar y salir de su espacio aéreo con la proa a Florida.

El avión comenzó su carrera de despegue y Carlitos fijó por unos segundos su vista en los instrumentos tratando de verificar que todo estuviera dentro de los parámetros normales. El panel se movía mucho más que el de su anterior aeronave y los instrumentos tenían un diseño algo más antiguo por lo tanto sus ojos no tenían la memoria muscular para obtener la información con un golpe de vista. – Abortá! Abortá! Abortá! Insistió el instructor pero Carlitos demoró en reaccionar. El instructor quitó abruptamente toda la potencia y comunicó a la torre de control que solicitaba volver al punto de espera. – “Copiado, Libere por Charlie y notifique en condiciones, pista 18” –

Carlitos, sorprendido, vio como la tapa de inspección del motor golpeaba suelta sobre el capot y frenó la aeronave al salir de la pista – “No no, acá no, vamos para allá y la cerramos en un lugar que no nos vean”.

  • “¿Qué pasó que no abortabas el despegue?” Preguntó con vos relajada el instructor, entendiendo que la situación no ameritaba mucha gravedad.
  • “No te escuché, nunca había volado sin auriculares,” respondió preocupado Carlitos.
  • “Bueno, a ver, frená el avión acá”

El instructor descendió y con el motor en ralentil, intentó cerrar la tapa de inspección.
Carlitos mientras tanto, se daba cuenta que durante unos segundos no había mirado hacia afuera en el despegue y se sentía culpable.

  • “Pasame el destornillador”
  • “No lo trajimos, dejamos el probador de combustible en el Hangar”

Cada avión de entrenamiento tenía una serie de accesorios con los cuales se medía la cantidad de combustible en las alas o se drenaban los tanques para verificar que no hubiera sedimentos. Otros servían para trancar los comandos para evitar que el viento los moviera cuando la aeronave estaba estacionada.

Sin embargo, como ellos estaban haciendo uno de los primeros vuelos de instrucción en el avión que acababa de sumarse a la flota disponible en la Escuela, algunas de esas herramientas o accesorios habían quedado en el otro avión y la tripulación había olvidado verificar que estuvieran a bordo antes de salir.

  • “Ja, no te preocupes” se río el instructor, “Un piloto agrícola siempre tiene que estar preparado”.

De su bolso de viaje, sacó una herramienta multiuso que tenía una punta intercambiable y con la cual pudo apretar los dos tornillos que sostenían la tapa de inspección del motor al resto del capot.  “Los tornillos quedan bailando, hay que buscarle bien la vuelta para que aprieten porque te parece que ajustaron pero en realidad quedaron sueltos. Haceme acordar a la vuelta para que le digamos a los mecánicos”

Unos minutos más tarde, ya habían despegado con proa al norte.

Los pequeños bancos de niebla que quedaban por disiparse daban lugar al verde intenso de las praderas de invierno y resaltaban el contraste del azul grisaseo de la doble vía de la ruta 5.

Mientras la aeronave ascendía a 2500 pies, el instructor se encargó de actualizar la planilla de vuelo, escribiendo la hora del despegue y el tiempo que las había insumido llegar a la altura de crucero, con lo cual podrían confirmar que habían consumido el combustible según lo planificado.

El viento estaba en calma, lo que explicaba la formación de los bancos de niebla y no contribuía a ejercitar la corrección de la deriva. El avión prácticamente no cambiaba su rumbo y tampoco variaba su velocidad.

Aprovechando que no había sobrecarga para la navegación, el instructor sacó de su bolso otro chiche, un GPS de bolsillo que le servía cuando tenía que encontrar establecimientos rurales pero que no solía utilizar para no perder el entrenamiento en la navegación a estima.

El aparato serviría para confirmar la velocidad terrestre con lo cual podrían corregir la planilla de vuelo, que ahora se había convertido en la principal atención dentro de la cabina. También pudieron verificar que la brújula estaba bastante bien orientada.

Carlitos poco a poco se fue acostumbrando a no tener el intercomunicador, valoró el par de tapones de oído 3m que había traído en su bolso como parte del kit de vuelo, al tiempo que recordaba con algo de nostalgia los vuelos al atardecer sobrevolando la zona de Punta de Yeguas escuchando música clásica que su anterior instructor sintonizaba con la antena del ADF para mostrarle a Carlitos como era posible utilizar las antenas de FM para guiar el avión.

Por primera vez desde que volaba, Carlitos comenzó a sentir frío, especialmente en su pies y en su manos y pensó que para el próximo viaje se pondría dos pares de medias y evitaría mojarse los zapatos al empujar el avión para llevarlo hasta la calle de rodaje.

La visibilidad era espectacular, los 1000 pies de diferencia (300 metros) respecto a la altitud que solían volar en las clases entorno a Melilla permitían ver las sierras al este, los edificios grises de Montevideo al Sur y mucho, mucho, mucho verde hacia el resto de los puntos cardinales. “Uruguay es una pista, por lo menos al sur del Río Negro, siempre vas a tener donde aterrizar en caso de una emergencia” comentó el Instructor mientras cebaba el primer mate del viaje.

Carlitos giró sobre el asiento y buscó en su bolso un paquete de glisines de salvado y lo puso entre ambos asientos. Apuntó con la cámara y registró el sol brillando en los lagos de Canelones, algo que nunca antes había visto.

“Al norte ya es más complicado, hay lugares dónde es todo piedra o hay mucha sierra y si o si tenés que buscar alguna ruta o camino” hizo silencio mientras absorbía con fuerza las últimas gotitas de agua que quedaban en el mate y continuó “Ahí si tenés que volar más alto” “La altitud no solo te permite tener más tiempo para decidir que hacer, también te da más tiempo para probar solucionar el problema y también tenés más chances de comunicarte con radio”

’Espacio

Carlitos recibía el mate y miraba el altímetro, 2500 pies ¿por qué entonces no volar a 5500?. Recordó lo que habían hablado con el instructor aquella noche que ahora parecía tan lejana. Por tratarse del primer vuelo cross-country, volarían bajo para que Carlitos pudiera familiarizarse con la difícil tarea de reconocer los pueblos, ciudades y accidentes geográficos que usarían en el viaje.

A esa hora, prácticamente no había nadie volando y la frecuencia aérea sólo incluía algunos mensajes de aeronaves de pasajeros que solicitaban descenso para aterrizar en Carrasco y los Cessna 206 que salían del espacio aéreo controlado.

  • “Abrite la calefacción” indicó el instructor frotándose las manos
  • “Carlitos se sacó el tapón del oído derecho y acercó su cabeza al frente de la cabina intentando identificar algún sonido en particular que hubiera hecho que el instructor reconociera tan fácilmente que el motor de la aeronave tenía obstruida la entrada de aire por engelamiento”
  • “¿Escuchaste algo? Reaccionó el instructor, dejando la postura relajada y poniendo la mano izquierda en el comando. La derecha abrazaba el termo.
  • “No, ¿vos?”
  • “No, ¿pero que pasó?”
  • “Me pediste que abriera el aire caliente”
  • “Ahhh, el aire caliente para nosotros. Me estoy congelando los pies”

Carlitos recordó que en la cabina había una palanquita que decía “Cabin AC” pero que nunca había usado. Siempre había volando en verano o los primeros días del otoño cuando todavía sufrían de calor adentro del avión.

  • “Sinchá con suavidad, acordate que tiene 40 años ese fierrito”

Carlitos, intentó un par de veces pero no había forma de que la palanca se moviera. Entonces el instructor le pasó el termo y con su mano derecha apretó el soporte del mecanismo y con la mano izquierda tiró con fuerza hasta que la palanca cedió. –  “A veces suave es fuerte, jajajjaja. Esto te salva la vida cuando hace frío, lo que hace es dejar entrar aire calentado por el motor, es como el del auto”. explicó el instructor.

Se aproximaba un nuevo punto de control y esta vez Carlitos estaría encargado de actualizar la planilla y computar los datos para evaluar el progreso del vuelo. Era parte de las tareas que debería hacer solo la semana próxima cuando repitiera el triángulo.

Adelante, podía verse el río Santa Lucía, el mismo que había bautizado a Carlitos en su primera clase de vuelo y el mismo en el que Carlitos se bañaba cuando veía pasar el avión del Aero Club de Minas en el camping del Cerro Arequita antes de decidirse empezar el curso.

Ahora, cruzaba perpendicularmente su camino y era imposible no verlo. El punto de control lo habían definido en el puente de la ruta 5, lo cual significaba que ya estaban ingresando al departamento de Florida.

El aire caliente salía de la parte de abajo del panel de la cabina y efectivamente los pies de los pilotos habían logrado recuperar la sensibilidad, pero ahora la cabina se había inundado de un olor a caño de escape que se estaba volviendo realmente incómodo. “Es la macana de estos sistemas tan simples. Tenés que ventilar la cabina porque el aire viene del motor y te puede terminar mareando. Acordate siempre de usarlo de a ratos y sobre todo si volás en un avión más grande es importante que tengas abiertas las entradas de aire en la parte de atrás”.

Carlitos seguía aprendiendo y reconociendo la importancia de cada hora de vuelo, cuantas experiencias se adquirían al volar, cuántas situaciones se debían resolver y qué distinto que era estar haciéndolo de verdad respecto a el vuelo simulado.

El avión volaba solo, no había turbulencias, no era necesario corregir el rumbo por el viento, y tampoco hacía falta hacer ajustes a la potencia. El instructor continuaba haciendo recomendaciones sobre algunos paradores para visitar en los distintos parajes al costado de la ruta y el alumno aprovechaba para sacar algunas fotos con su cámara de bolsillo. Era lo más parecido a volar con piloto automático y lo único que había que hacer cada tanto era pisar un poquito el pedal izquierdo para contrarrestar los efectos del torque de la hélice. Carlitos pensó si podría llegar a aburrirse de volar así, si tuviera que hacerlo todos los días.

De repente, y sin previo aviso, se empezó a sentir un chirrido que cada vez era más fuerte y que era como algo que se estaba acelerando tremendamente rápido y estaba por romperse o explotar. Era como cuando empieza a salir vapor en una caldera y mientras aumenta la presión el ruido se vuelve insoportable y cada vez más intenso.

El sonido tomó por sorpresa a los dos pilotos que rápidamente pusieron sus manos en los comandos y comenzaron a buscar de dónde venía el ruido. ¿Qué era lo que estaba por romperse? ¿Qué pasaría después?

El avión seguía volando sin ningún tipo de cambio, pero eso los pilotos no lo habían notado, estaban concentrados en encontrar el problema y recorrían las palancas e instrumentos buscando detectar la inminente falla.

Por fin, la aguja que indicaba las RPM, comenzó a temblar y el ruido se intensificó hasta el punto en que fue evidente que lo que lo estaba generando se iba a romper, y se rompió.  Después de tanto ruido, lo único que se escuchó fue un “¡Plin metálico!”.  – “Se rompió el cable del tacómetro, no lo podemos arreglar en vuelo” – Aclaró el instructor al tiempo que guardaba el termo y el mate y se sentaba más erguido en el asiento y volvía a inspeccionar los parámetros del motor.

Carlitos trató de recordar lo que había aprendido de cómo funcionaban algunos instrumentos del motor y los distintos desperfectos que podían sufrir, pero casi todos eran por causas de pérdida de presión de aire, bloqueos, diferencias atmosféricas, pero nunca había leído nada de una falla mecánica. ¿En qué parte del libro estaba eso?. Sin embargo, recordaba que cuando alguno mostraba una señal dudosa, había que mantener el avión en los ajustes conocidos, y ese vuelo, había sido de un solo ajuste desde que es habían alcanzado la altitud de crucero.

Probablemente si el ruido hubiera venido acompañado de algún tipo de alteración en el comportamiento del avión, cualquier alumno piloto volando en solitario hubiera sufrido un ataque de pánico. Pero el ruido fue solo eso.

Ahora Carlitos tendía a llevar la mano en la potencia, aunque no fuera necesario ascender o descender o modificar la velocidad – “Quedate tranquilo, no mires más la aguja, volá el avión, sentilo” eran las palabras justas del instructor para que Carlitos volviera a disfrutar del vuelo.

  • “Algo más para recordarle a los mecánicos” bromeó Carlitos. Demostrando que había superado la situación.
  • “Esto lo vamos a anotar en el libro del avión para que no nos vayamos a olvidar. Por suerte nos pasó en vuelo nivelado y un día divino. También hay que tener un poco de suerte”

Llegaba el último punto de control de la primera pierna del viaje y Carlitos confirmaba que la planificación había funcionando bien, se cumplían 30 minutos del último punto y ahora los pueblos Mendoza y Mendoza Chico estaban bajo la nariz del avión. No tener el cono de la hélice le daba un poco más de visión al Piloto a la hora de mirar hacia abajo por el frente de la aeronave y no parecía tener otro tipo de consecuencias.

El cruce con la ruta 76 y el embalse de Paso Severino servían también como referencias para ubicarse en su próximo vuelo y Carlitos ahora pensaba que hubiera hecho si éstos incidentes le hubiera pasado volando solo.

Quizás, haya sido debido a que ahora estaban más atentos al comportamiento general del avión o porque se estaba por aproximar el primer aterrizaje y habían pasado inconscientemente a estar más alertas, pero ambos notaron que el motor estaba sonando distinto. El instructor se estiró y trató de leer la temperatura del aire exterior. Era un pequeño indicador ubicado en el vértice superior de la cabina. Con la mano izquierda revisó que las palancas de potencia, mezcla y aire caliente al carburador estuvieran bien ajustadas.

Juntos estimaron la posición que el comando de gases debería tener en crucero y ya de paso, pegaron de forma rudimentaria un recorte de papel sobre el tacómetro para evitar que la aguja trancada los sugestionara.

Volaban por debajo de los 3000 pies, no era necesario por lo tanto ajustar la mezcla de aire y combustible.
El cambio de comportamiento podía deberse entonces a la formación de hielo en la entrada de aire del carburador lo que ocasionaba un estrechamiento en el tubo que provocaba que los cilindros tuvieran una relación mayor de combustible y por lo tanto, en términos automovilísticos, el motor se podía ahogar.

El procedimiento indicado para ese tipo de motor y esas condiciones de vuelo era uno solo. Enviar aire caliente para eliminar esa obstrucción. Al tirar de la palanca, el piloto debería notar una disminución de las RPM y un posterior aumento para recuperar las RPM deseadas.

  • “Está frío y húmedo, y estamos notando un comportamiento distinto en el motor con los ajustes conocidos” ¿Qué vas a hacer la semana que viene si te pasa esto volando solo? Interrogó el instructor.
  • “¿Abro el aire caliente?“ Respondió Carlitos.
  • “Ahora si, pero el del motor no el de la cabina!” se río el instructor. “Escuchá con atención a ver si bajan las RPM y si vuelven a subir”

Esta vez la palanca respondió con normalidad. Era un comando que se utilizaba con frecuencia ya que en las maniobras de aterrizaje el procedimiento indicaba que debía estar abierto y también se comprobaba su funcionamiento en las pruebas del motor antes de despegar.

Por primera vez en su vida, Carlitos notaba como se limpiaba el motor del avión, o al menos eso creyó.

El sonido y las RPM apenas variaron, pero como no podían comprobarlo visualmente, prestaron atención a la actitud del avión para ver si tendía a ganar altitud, no obstante, ya debían iniciar el descenso porque la Ciudad de Florida estaba a la vista.

Carlitos ya tenía sintonizada la frecuencia del Centro de Aviación de Florida y nadie había comunicado nada en los últimos minutos, saludó al aire para confirmar si otra aeronave estaba en la proximidad “Florida Florida, Charlie Exrey Bravo Foxtrot Golf”

  • “No hay nadie todavía” intuyó el instructor con un tono que demostraba decepción por la escasa actividad aeronáutica del país.

Carlitos tomó nuevamente el micrófono para transmitir su ubicación actual y sus intenciones de aterrizar, pero debió sujetar con firmeza el comando ya que el motor empezó a temblar. Aquél breve cambio que habían notado unos minutos más atrás y que creían haber superado, se convirtió en un temblor constante que repercutía en todo el avión. El instructor sin dudarlo un segundo, volvió a tirar de la palanca del aire caliente y apretó la de mezcla de combustible. Corrió el paquete de glisines que todavía estaba entremedio de los dos asientos y confirmó que la llave de paso del combustible estuviera abierta.

Carlitos, observaba con atención y en silencio y trataba de encontrar una explicación a lo que estaba sucediendo.

  • “Vamos hacia el Aeroclub, no te abras tanto” indicó el instructor, mientras seguía revisando la performance del avión ya que Carlitos había ajustado el rumbo para mantenerse al este de la ciudad e incorporarse al circuito de tránsito normal previo al aterrizaje según lo habían planificado en Montevideo.
  • “De este lado está todo en verde”, confirmó Carlitos, informándole al instructor sobre los parámetros que tenían los indicadores del lado izquierdo de la cabina.
  • “Tal vez hay un cilindro fallando, pero no hemos perdido demasiadas RPM”

Lo cierto era, que era no era posible confirmar cuántas RPM exactas llevaban en ese momento, toda el panel de instrumentos temblaba y al estar descendiendo para aterrizar, la sobrecarga en la cabina aumentaba y por la ventana todo empezaba a suceder más rápido.

Carlitos finalmente pudo encontrar las pistas al este de la ciudad y reconoció el trazado del campo que su instructor le había dibujado de memoria en el pizarrón del salón de clases. Apuntó a la cabecera Sur que era la más cercana pero mantuvo la altitud y la potencia que llevaban.

El instructor levantó la vista y vio que Carlitos volaría por encima del batallón militar que estaba frente al aeródromo, por lo que tomó el comando y viró rápidamente hacia la derecha. “Tan cerca no, ahí está el cuartel. Hacete un circuito por izquierda para aterrizar allá enfrente, venimos muy alto todavía.”

Carlitos se dio cuenta que todo lo bien que había salido la navegación, poco importaba ahora que se aproximaban a un aeródromo que era desconocido para él, con pistas de pasto en las que nunca había operado y con un avión que ni siquiera estaba configurado para aterrizar. Para suma de males, había estado apunto de sobrevolar un área prohibida y el avión quería dejar de volar, pero el instructor le recomendaba que tomara el camino largo para llegar al aeródromo.

El temblor en el motor se mantenía, pero no empeoraba, por lo que el instructor dedicó unos segundos a ordenar el procedimiento de aterrizaje. “Bajá a 800 pies, alas niveladas. La pista es larga y el pasto está alto no te preocupes por la velocidad”

Venían muy alto para hacer un circuito normal, Carlitos miró hacia adelante y trató de imaginarse cómo serían sus virajes para enfrentar la pista, vio como el monte corría bordeando el río Santa Lucía y volvió a pensar en el río, en cómo había cambiado su rol de espectador a protagonista. De improvisto, el motor tosió. Fue como si se tuviera algo trancado y lo lograba expulsar.  La sensación fue peor a que el motor se hubiera apagado, porque los pilotos tuvieron la impresión de que el motor estaba por caerse del avión.

Los dos pensaron en lo difícil que había sido hacer ese vuelo, en los problemas que habían tenido para conseguir combustible, en la puerta del capot que se había abierto en la carrera del despegue, en el cable que se había reventado, y ahora el motor que amenazaba con dejar de funcionar.

  • “Mío el avión”, dijo el Instructor y tomó con firmeza el comando.

“¿Los magnetos están en ambos?”

  • “Si respondió” Carlitos
  • “La llave de paso esta abierta”
  • “Chequeado” respondió Carlitos
  • “Bueno, poné full flaps, mantené la potencia y apuntá a la cabecera”
  • “Carlitos retomó el rol de piloto al comando, y siguío las órdenes del Instructor”

Mientras tanto, el instructor recitaba de memoria la lista de chequeo previo al aterrizaje “Mezcla enriquecida, aire caliente abierto, las RPM las vamos a dejar como están, mantené 70 nudos.

Pese a que el avión llevaba sus flaps completamente extendidos, el pasto color verde oscuro de la pista norte sur se acercaba rápidamente y Carlitos ya había pensado en que debería aplazara su punto de aterrizaje para no darse duro contra la tierra.

  • “Pista asegurada, sacale toda la potencia” dijo el instructor

Y nuevamente el motor volvió a toser, carraspear, eructar y finalmente apagarse a 10 metros de altura.

El toque con el planeta fue normal, el avión se frenó en muy pocos metros y como si nada hubiera pasado, cuando Carlitos instintivamente le dió potencia para mantener la inercia y liberar la pista, la hélice aceleró con normalidad y todo parecía funcionar. Avanzaron por la pista hasta el extremo opuesto en dónde se encontraban los hangares.

El instructor orientó la aeronave apuntando hacia las pistas y juntos hicieron la lista de chequeo posterior al aterrizaje.

Descendieron en silencio y ambos inspeccionaron el motor.

No había nada en el exterior que explicara lo ocurrido, lo único que le llamó la atención al instructor era que el caño de escape de la aeronave, que estaba ubicado en la parte inferior del motor, estaba muy negro. Tal como le explicó al alumno, eso se debía porque había habido un exceso de combustible, lo negro era nafta que no se había llegado a consumir. Lo raro era que en la inspección previa al vuelo el motor no tenía nada fuera de lo normal y que la prueba de funcionamiento antes de despegar había confirmado que todo andaba bien.

Ahora, luego de ir hasta el baño y estirar un poco las piernas, volverían a inspeccionar el motor en busca de algún indicio.

El instructor había estado en lo cierto, no había nadie todavía en el Centro de Aviación Civil y el silencio sólo se interrumpía con el grito de algún Tero o los SMS que llegaban a los celulares ahora que tenía antena.

  • “Cuando vengas vos, tratemos de que salgas un poco más tarde, así seguro encontrás gente por acá y los conocés. Además, viste que siempre viene bien que haya alguien que te pueda dar una mano”

Carlitos ya había averigüado sobre las actividades que se desarrollaban el aquel punto del país pero las condiciones actuales no le generaban demasiadas expectativas para salir a volar la semana próxima en esa aeronave.

El instructor trajo su herramienta multiuso y abrieron las dos puertas de inspección del motor. – “Fijate si ves algo suelto de ese lado.”
Ambos buscaron e intercambiaron lugares. Tocaron los manguerones, hicieron algo de fuerza en las conexiones y buscaron algún reventón, alguna zona chamuscada o algo que estuviera quebrado. Pero no encontraron nada.

El instructor le encomendó a Carlitos que ajustara la planilla de vuelo para el próximo tramo y él buscaría un poco más para encontrar la causa.
Al cabo de unos minutos, Carlitos le presentó la planificación del nuevo tramo. – “Te olvidaste de confirmar que efectivamente tenemos esa cantidad de combustible. La planilla te dio bien, pero si no aprovechás a mirar ahora que estamos en tierra ¿cuándo vas a mirar?” .

Carlitos se quedó sin palabras, era un error que no se podía perdonar. Lo único que podía justificarlo era el estress que había pasado hacía media hora y el dilema que se planteaban ahora en cuanto a si continuarían o no con el vuelo.

Descartando la obstrucción por hielo en el carburador, la única hipótesis que podían mantener era la de que hubiera algún tipo de contaminación en el combustible y que eso pudiese haber generado ese trepitar del motor.

Carlitos encontró un banquito de madera en la puerta del Hangar y comprobó las existencias de combustible inspeccionando visualmente y con la herramienta apropiada los tanques y eran las esperadas.

El instructor le pidió el drenador para hacer la comprobación en busca de impurezas en el combustible pero Carlitos le recordó que no lo habían traído.

  • “En ese caso, te voy a enseñar el método gaucho. Pero sólo es para emergencias.”. “Apretá con tus manos el drenaje, ponelas bien perpendiculares para que la nafta no te corra por el brazo”.

El instructor juntó el borde sus manos haciendo una cuenca y miró con detenimiento el combustible, luego caminó hace la plataforma de hormigón que se encontraba en la entrada del hangar y tiró allí el combustible. “Fijate como se evapora, si hubiera agua, quedaba mojado”.

Repitieron la prueba con el ala izquierda y verificaron que no quedara ninguno de sus bolsos afuera de la aeronave. Encendieron el motor y realizaron una minuciosa comprobación de la respuesta de la potencia y el corte de mezcla. Comprobaron dentro de sus posibilidades que los magnetos funcionaran en forma independiente y dejaron en ralentil y en máxima potencia unos segundos extra buscando confirmar que el problema no se volviera a presentar.

El instructor apagó el motor y con la mayor atención de Carlitos le dijo: “El motor está pasando las pruebas pre-vuelo. Yo creo que lo que lo afectó ya no le está pasando. Antes de despegar vamos a volver a probarlo y si estás de acuerdo, vamos a volar un poco acá en la vertical del aeródromo” Si nos vuelve a pasar el problema, decidimos aterrizar acá o volver a Montevideo. El resto de la navegación, la hacemos otro día. No vale la pena arriesgar”.

Carlitos, asintió. Su inseguridad por falta de experiencia le hubiera orientado a esperar que algún mecánico comprobara el estado del avión antes de volver a despegar, pero las verificaciones que había hecho el instructor y el plan que proponía le parecían coherentes. Además, sabía que no era un suicida y que también tenía una familia esperándolo y ya había demostrado poseer mucha experiencia.

Diez minutos después ya estaban rumbo a San José volando con 4000 pies, allí conocerían la oficina de Meteorología y a un par de pilotos locales. La segunda pierna había sido sin novedades, y lo mismo ocurrió en el tramo final del triángulo.

En el resto del viaje, no habían vuelto a tomar mate, ni a comer glisines, ni a calentarse con el aire caliente, de hecho, la mañana había quedado muy agradable de temperatura.

Al regresar a Melilla, se dirigieron hacia el surtidor de combustible para dejar los tanques llenos para el próximo vuelo. Mientras tanto, observaban como pasaban frente a ellos dos aeronaves del escuadrón 7, que regresaban de su viaje matinal. – “¿Estaba barato el Chuy?” preguntó el instructor sabiendo que no lo iban a escuchar. Luego, cruzaron a pie hasta la oficina de Meteorología y le pasaron el número nuevo de la estación de San José y firmaron la planilla de operaciones.

Al llegar al Hangar, como era sábado, el equipo de mecánicos estaba trabajando y el instructor se acercó a uno de ellos y le informó el detalle de lo que había sucedido.

Respecto a los tornillos de cierre de la escotilla de inspección del motor, le comentó que reemplazarían el mecanismo por el sistema de mariposas que era lo más seguro que había en el momento.

Respecto a la rotura del tacómetro, era algo que con los años que tenían esos instrumentos era posible que pasase y deberían reemplazarlo como parte de la actualización que le estaban haciendo a la cabina.

Para el final dejó el problema experimentado con el motor, el mecánico escuchó con atención y su rostro se transformó. Se acercó consternado a la aeronave porque entendía la gravedad del asunto. Abrió la puerta de inspección y mirando al instructor le dijo – “Es esto, tenían apenas suelto el manguerón que lleva el aire caliente al carburador”

Evidentemente el hombre sabía que mirar para haber encontrado tan rápido el problema. Carlitos y el instructor habían revisado por varios minutos y no habían notado que uno de los manguerones naranjas de 20 centímetros de diámetro estaba simplemente apoyado y no conectado al lugar dónde debería ir.

Ya en el salón de clases, el instructor firmó el formulario que confirmaba la realización del triángulo corto y luego hablaron de lo sucedido. Ahora no había dudas que lo que había sucedido había sido que el carburador nunca había recibido el aire caliente que ellos esperaban que descongelara el tubo de ingesta de aire, por lo tanto era probable que el tubo se hubiera obstruido y que incluso algunos hielos se desprendieran y entraran al motor provocando ese comportamiento tan salvaje.

“Si se nos hubiera llegado a apagar, no hubiéramos vuelto a despegar y a esta hora estábamos esperando que llegara el mecánico a Florida” .

  • “Pero se nos apagó, en el aterrizaje se apagó” dijo Carlitos.
  • “Yo no me di cuenta. Tuvimos suerte a la vuelta entonces”

Carlitos estaba cerrando el portón de la escuela rumbo a la parada del ómnibus cuando recordó algo que se había propuesto hacer cuando estaban en el aire rumbo a San José.

Con más confianza que antes, porque ahora había sobrevivido pese a esa serie de desperfectos mecánicos, se metió en el taller y caminó entre las aeronaves que estaban recibiendo servicio, bajo la celosa mirada de los mecánicos. Buscó al Bravo Golf Uniform y de la parte trasera extrajo el bolsito de lona amarillo que tenía todos los accesorios.

Los llevó hasta el Bravo Foxtrot Golf y se despidió de la aeronave. “Nos vemos la semana que viene”

-FIN-

Carlitos aprendió mucho en este vuelo. ¿Recuerdas algún vuelo en el que hayas dicho, qué bueno que me pasó esto para que no me vuelva a pasar?
Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

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