Carlitos Rey – Capítulo 7: “Una sonrisa en la oscuridad”

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Carlitos no dejó pasar más tiempo. A la semana de haber superado el examen práctico ya tenía su brevet y llevó a volar a su esposa. La confianza estaba en su punto más alto y probablemente durante esos primeros vuelos posteriores al curso, Carlitos estaba en su mejor momento como piloto. El compacto 150 y él eran uno.

Los días previos al examen, su esposa lo había ido a esperar mientras volaba solo haciendo algunas vueltas de pista para mantenerse entrenado y cada tanto le enviaba algún SMS para felicitarlo por finalmente haber logrado lo que se había propuesto.

Ahora era él el que volaba dando vueltas al aeropuerto y ella lo observaba desde abajo.

“Tantas veces me trajiste a mirar los avioncitos y ahora te estoy viendo volar a vos”, “Buena Capo!”, “Qué buen aterrizaje!!”, “Como te gusta el touch and go ;)”. Carlitos leía de reojo los mensajes en el tramo a favor del viento e intentaba no emocionarse para mantenerse concentrado.

Sabía que mientras se volaba, no había que dar lugar a las emociones y mucho menos distraerse con un mensaje de texto.

Para sus familiares y amigos, automáticamente luego de superar la prueba ante un inspector de la Fuerza Aérea se había convertido en un piloto confiable. El tramo final del curso había sido sobre el manejo de emergencias y maniobras acrobáticas para recuperar situaciones anómalas y, por lo tanto, la sensibilidad entre el piloto privado y el avión era excelente y sus proezas habían motivado a más de un amigo para animarse a volar con él.

Pero surgía un inconveniente, el avión era chico y por lo tanto fue necesario habilitarse en un modelo que permitiera llevar más pasajeros para poder hacer más económicos los vuelos y más rendidor el viaje hasta el Aeropuerto.

El paso natural y que además estaba disponible en la Escuela de Vuelo era el Cessna 172. Recientemente un cliente del taller había adquirido una belleza a un Doctor del interior del país y lo había dejado a disposición de la Escuela para que lo mantuvieran operativo y se hicieran cargo del mantenimiento.

En aquél entonces, posiblemente era el 172 mejor cuidado que había en Uruguay ya que tenía relativamente pocas horas de vuelo y su interior había sido muy bien atendido. Estaba equipado para volar por Instrumentos, tenía intercomunicadores para toda la tripulación y hasta tenía cortinas en las ventanas laterales. También tenía un GPS Garmin aeronáutico ubicado en el centro del panel.

El costo por hora de vuelo era de cien dólares y como la escuela volaba el 150, tendría mucha disponibilidad para que los egresados lo alquilaran. El único requisito previo, era que los pilotos se habilitaran con un instructor volando 4 horas en la aeronave.

A diferencia de lo que ocurría durante los vuelos del curso, en esos vuelos se podía llevar pasajeros que hicieran de “bolsas de papa” para que los pilotos se acostumbraran a volar con el avión pesado y de paso, sacar a volar a algún amigo.

La transición a la nueva aeronave fue muy sencilla, probablemente en aquellos días, Carlitos podía haber volado el avión que le pusieran adelante. El Cessna 172, era obviamente más pesado y eso le daba mayor estabilidad. También era más rápido por lo que había que cambiar un poco los tiempos de reacción y lo que a Carlitos le gustaba más, era que planeaba mejor, por lo que podía controlar mejor el aterrizaje.

Volver a tener auriculares era toda una maravilla y pasar de volar una “Mehari” a un “Fusca” bien cuidado, era todo un progreso en el confort y la confianza. Carlitos había agregado a su bolso de viaje un par de revistas Galería, cajas de Chiclets y algunas bolsitas de mareo que había estado recolectando en sus viajes en vuelos comerciales para poner a disposición de sus eventuales pasajeros.

Los primeros, fueron unos compañeros de trabajo que habían estado esperando a que pudiera llevarlos y gustosamente cubrieron la parte del costo que le tocaría pagar a Carlitos. Lo que obviamente ilusionó al ingenuo piloto a que podría recuperar su inversión en el curso realizando vuelos de paseo a sus compañeros y amigos.

Como chofer aéreo, era muy buen guía turístico y disfrutaba de escuchar la reacción de sus pasajeros al reconocer algunos edificios emblemáticos de la ciudad. El aplauso al final del vuelo y la foto con todos los pasajeros eran recuerdos invalorables.

A medida que pasaron algunos vuelos, Carlitos se desayunó de que para sus pasajeros sería mejor llegar al Aeropuerto y que el avión estuviera pronto para subirse e ir al aire, que acompañarlo en todo el proceso de plan de vuelo, carga de combustible, etc.

De este modo, al menos ellos, podrían llegar al Aeropuerto, volar 30 minutos, sacarse la foto e irse a sus casas y no destinar entre 3 y 4 horas al vuelito bautismo.

Volar llevaba mucho tiempo, sacar el avión del hangar, dejarlo pronto para ir a cargar combustible, presentar el plan de vuelo con media hora de anticipación y luego volver a guardar el avión y hacer planilla.

Eso hacía que las mañanas de los sábados en que Carlitos conseguía alguien para volar y no había otros contratiempos, se invirtiera como poco, medio día.  Sólo los traslados hacia y desde el Aeropuerto podían significar entre una y dos horas de viaje si no se contaba con el auto.

Algunas veces, sucedía que estando en el Aeropuerto y con los invitados ya en viaje, el Aeropuerto amanecía sin combustible, o con una larguísima fila de aeronaves que habían venido a buscar combustible a Melilla porque en Carrasco no había más.

Otras veces, en el marco de medidas de la Asociación de Controladores de Tránsito Aéreo, los vuelos se espaciaban y se limitaban por lo que había que cambiar sobre la marcha y en lugar de salir a recorrer la rambla de Montevideo, había que recorrer la franja costera hacia el Oeste cuando quedaba un lugar libre.

’Espacio

Por lo antedicho, Carlitos prefería coordinar los vuelos para la mañana o un poco antes del mediodía, así podía tener horas a favor para preparar todo y solucionar los imprevistos de siempre.

Esos primeros vuelos de corta duración y en las cercanías del aeropuerto le servían para seguir conociendo al avión y preparase para encarar vuelos a otros puntos del País, y además, lo formaban como Piloto en el manejo de todo la operativa aeroportuaria en torno al vuelo.

Su instructor, además, ya había comenzado la zafra agrícola así que cada piloto privado era responsable de planificar sus vuelos, pagar el combustible y negociar el plan de vuelo.

En uno de esos vuelos, Carlitos llevaría a volar a toda la familia de su esposa, pero el pasajero fundamental era el abuelo de 86 años que había soñado con volar toda su vida. Para él, el vuelo sería toda una sorpresa, pero para poder sacarlo de su casa y llevarlo a un viaje tan largo en auto hasta Lezica, era necesario esperar que se despertara de la siesta y merendara, por lo que se trataría de un vuelo al atardecer.

Despegar desde Carrasco hubiera quedado mucho más cerca, pero Carlitos era un piloto Melillero, al aeropuerto de Carrasco lo había visitado una o dos veces para hacer un toque y siga con su instructor, pero no tenía la menor idea de como operar allí, como cargar combustible, como pasar el plan de vuelo, como hacer entrar a los pasajeros. Carrasco era un mundo desconocido para el flamante piloto privado.

La reglamentación establecía que Carlitos, podía aterrizar en Melilla hasta 30 minutos después de la puesta del sol, pero se suponía que para esa hora ya estarían de regreso en el auto rumbo a algún bar para celebrar con muzzarella y fainá.

Su esposa le había exhortado que tuviera todo pronto para despegar cuando llegaran porque el abuelo no podía estar mucho tiempo de pie y sin ir al baño por lo que él se tenía que encargar de tener todo pronto.

Carlitos, entonces, llegó temprano al Aeropuerto y pasó la tarde allí, caminando entre los hangares y lavando el avión. Dejó pronto el plan de vuelo para presentarlo un ratito antes de la hora prevista de llegada del abuelo y llevó el avión hasta la plataforma.

La tardecita se estaba poniendo especial, el calor de la tarde se lo estaba llevando una breve brisa del Oeste y se mantenía completamente despejado de nubes. Carlitos comenzó a impacientarse cuando recibió la respuesta al SMS que le envió a su esposa para saber si ya estaban por llegar, porque ya había presentado el plan de vuelo. – “Salimos un poco más tarde pero estamos en camino”

Suspiró, se puso sus lentes de sol, volvió a recorrer el avión y aprovechó para realizar una nueva inspección exterior. Pensó que al menos mientras esperaba podía hacer algo que valiera la pena. Volvió a ir al baño, y se propuso ordenar la cartelera de NOTAMS, pero a esa hora todos los funcionarios del aeropuerto acostumbraban a ver la puesta del sol y los últimos aterrizajes desde la antesala de operaciones y decidió que no sería una buena idea.

Ya estaba decretado, los vuelos deberían ser al atardecer porque todavía no habían llegado y el sol estaba en su tramo final. Para tratar de agilizar el tema, se acercó hasta el soldado que custodiaba el portón de acceso al Aeropuerto y le comentó que estaba esperando que en cualquier momento llegaran sus pasajeros y le pidió permiso para que dejara ingresar el auto así el abuelo podría bajarse más cerca del avión.

Ahora ya estaba un poco nervioso porque preveía que los vuelos iban a tener que ser más cortos de lo deseado y que quizás todo el viaje en auto hasta allí no valiera la pena. El abuelo no estaba bien de salud y sus piernas le incomodaban mucho cuando viajaba en auto.  Las aeronaves que estaban siendo utilizadas para dar clases ya habían dejado de volar y comenzaban su rutinario éxodo hacia sus respectivos hangares luego de pasar por el surtidor de combustible.

El aeropuerto comenzaba a quedar en completa tranquilidad y poco a poco, salían en auto los instructores, mecánicos y pilotos que dedicaban una mirada al 172 y al solitario piloto.

Cuando por fin llegaron, todos estaban muy emocionados porque para el abuelo la sorpresa ya era más que suficiente y estaba muy agradecido y feliz. Ahora debería cruzar la plataforma para llegar hasta el avión rojo y negro que lo esperaba para hacer el vuelo de su vida.

Carlitos se dio cuenta que, en todo ese tiempo, podría haber llevado el avión hasta un punto más cercano para haber acortado la caminata del abuelo, que, si bien era más enérgica que de costumbre, insumió algunos minutos. Antes había tenido que dejar el lugar libre porque era usado por los instructores que intercambiaban alumnos entre un vuelo y otro.

Eran momentos de mucha emoción y Carlitos no quería apurarlos, sabía que muy probablemente no podrían repetir esa experiencia y él también se sentía conmovido y agradecido por estar siendo parte.

Con el abuelo sentado en primera fila, comenzaba el debate de quiénes irían en el asiento de atrás. Carlitos había previsto realizar dos viajes cortos para que pudieran volar todos, pero el tiempo empezaba a jugar en su contra. Los adultos decidieron que viajara un hijo y un adulto en cada viaje para no arriesgar a una generación completa.

Terminó de acomodar a todos en el avión y miró por la ventanilla antes de poner en marcha el motor. Vio los rostros de emoción por cumplirle el sueño al abuelo y el temor de quienes se quedaban en tierra y no tenían tanta confianza en el piloto o sentían que le habían encomendado su tesoro más preciado.

Emocionado, ofuscado por las demoras y algo nervioso por tener que apurarse en los vuelos bautismo, encendió el avión y consiguió la autorización de la Torre de Control y la aprobación para volar en el espacio aéreo de Carrasco.

Con el sol de frente, casi apoyado en el horizonte, ingresó a la calle de rodaje central y luego viró a la derecha para dirigirse a la cabecera de la pista 18. Despegarían hacia el Cerro de Montevideo y luego volarían siguiendo la costa hasta el Hotel Carrasco.

La brisa de la tarde ahora era más significativa y el cono de viento estaba completamente cruzado. El avión despegó con normalidad y empujado voló con rapidez hacia el este por la línea de costa.

Recordaba las recomendaciones de todos sus instructores, no sobrevolar la ciudad en un monomotor y a baja altura y en caso de optar por ir por la costa, siempre estar atento a posibles lugares de aterrizaje. Aquella tarde, aprovechó el viento a favor para llegar hasta el arroyo Pando y regresar a una velocidad más acorde para disfrutar del paisaje y con su pasajero principal del lado de la ciudad para que pudiera ver mejor.

Igual que los niños que había llevado antes, el abuelo se sorprendía al comprobar lo pequeña que era la ciudad, lo interminable del mar.

Las principales avenidas cortaban la ciudad y las luces de los autos que circulaban por la rambla mostraban una ciudad viva, que, al caer la noche, contrastaba las áreas iluminadas con las zonas rurales o menos glamorosas.

Carlitos deseó poder detenerse en vuelo estacionario como un Helicóptero y quedarse allí a disfrutar aquel espectáculo junto al abuelo. Cuantas historias vividas en Montevideo ahora podían recordarse desde otra dimensión. Qué hermoso que era poder verlo todo y disfrutar desde allí arriba la puesta del sol y notar como iba cambiando el color de la ciudad según llegara el resplandor a sus edificios.

Le informó al controlador aéreo de Carrasco que se encontraba próximo a la zona del puerto y que esperaba estar regresando en uno minutos para realizar un nuevo vuelo por la costa. El controlador le agradeció la información y le avisó que, para ese entonces, seguramente tuviera transito comercial pero que en el momento veían y coordinaban.

Cuando Carlitos alineó el avión a la pista Norte-Sur de Melilla, comprobó que el viento efectivamente había aumentado su intensidad ya que debió aterrizar con bastante corrección de deriva. Los pasajeros estaban algo sorprendidos porque el avión no apuntaba hacia la pista hasta cuando finalmente tocaron el suelo, pero Carlitos estaba muy satisfecho con su maniobra.

– “¿Es normal eso que hiciste de traer el avión de costado? – preguntó uno de ellos todavía sorprendido.”

-“Si, claro. Es la forma de mantenerse alienado a la pista cuando hay viento cruzado”-  respondió Carlitos mientras abandonaba la pista por la calle Central y se aprestaba a comunicarle a la torre de control que cambiaría pasajeros y repetiría el tema.

Esta vez, detuvo la aeronave donde esperaban eufóricos el resto de los familiares.

Por el ventanal de la terminal, los funcionarios que aguardaban para marcar tarjeta observan la escena familiar y Carlitos asumió que también estarían algo intrigados de si pensaba volver a salir.

Con la puerta abierta, el abuelo confirmaba que el vuelo había sido tan espectacular como siempre había soñado y que lamentaba no haberlo hecho antes. Fotos va, fotos viene, Carlitos logró que finalmente los pasajeros que ocupaban el asiento posterior se bajaran y que subieran los dos que esperaban abajo.

Su esposa no subiría, así el abuelo podía volver a volar.

Cuando el avión despegó nuevamente, Carlitos se encontró con una ciudad totalmente distinta. Sólo habían pasado 15 minutos y ahora las luces blancas de mercurio que iluminaban avenidas y calles principales eran como ríos que comenzaban desbordantes en la zona sur y se perdían en la oscuridad de la zona norte.

Se dio cuenta que ahora ya no podía ver las referencias que tenía en caso de aterrizar de emergencia y que cuanto más adelante miraba menos se podía distinguir la superficie de la costa.

Las sombras y la penumbra habían invadido la ciudad y su entorno.

Carlitos movió la perilla que permitía aislar sus comunicaciones con la Torre de Control para que los demás pasajeros no lo escucharan por el intercomunicador.

– “Carrasco Torre, CX-BFL, permiso para ascender a 2500 pies”

– “BFL, negativo, tengo un LAN próximo a iniciar el procedimiento VOR 06. Si quiere agilice y cruza ahora para mantenerse al sur de Carrasco.”

Carlitos, no tuvo tiempo para meditarlo. Debió decir “no, gracias” y quedarse en las cercanías de Melilla pero dijo “Recibido, nos mantenemos al Sur de Carrasco con un mil quinientos pies”.

Volvió a integrarse a la conversación con los pasajeros y repitió algunas de sus frases de guía turístico mientras continuaba su vuelo sobre la rambla, “A su izquierda podrán ver el Teatro Solís y allí adelante está el Palacio Municipal”.

Las fotos que intentaban sacar sólo producían imágenes borrosas por el movimiento y la falta de luz y cuando intentaron poner flash, rápidamente todos concluyeron que era una muy mala idea.

Carlitos volaba más concentrado que en el vuelo anterior y se esforzaba por mantener su altitud asignada. Por momentos, ganaba doscientos o trescientos pies y rápidamente los perdía.  Era la primera vez que realizaba un padrón de espera sobre el agua y al anochecer.

Para poder ver mejor los indicadores, había encendido las luces del panel ya que dentro del avión todo estaba demasiado oscuro.

Todos escucharon el acento chileno de la comandante de Lan que recibía la autorización para aterrizar en Carrasco y aplaudieron cuando Carlitos les aclaró que “el tránsito de 172” que el controlador había mencionado eran ellos.

-“Bravo Foxtrot Lima, Carrasco”

-“Adelante Bravo Foxtrot Lima”

-“¿Seguís hacia el este? o ¿volvés para Adami?”

-“Retornamos” respondió sin vacilar Carlitos, poniendo proa directo al Aeropuerto.

Carlitos sabía que en Adami no funcionaba el indicador de la velocidad del viento y con temor a que hubiera aumentado aún más, le consultó al controlador de Carrasco.

-“Carrasco Torre, Información, Bravo Foxtrot Lima”

-“Prosiga”

-“¿Me podrías informar la velocidad del viento?”

-“Negativo, el anemómetro está fuera de servicio. Estimamos 25 nudos, de los 270 grados, con rachas de 35”

Carlitos, miró al frente, hacia el lugar donde se había puesto el sol, sólo quedaba un tenue resplandor. Miró en dirección a Melilla, y de no ser porque el ADF le apuntaba en esa dirección y de memoria conocía su ubicación en la ciudad, diría que el aeropuerto no estaba.

Desde que habían pegado la vuelta, llevaba el avión a máxima potencia y lo había compensado para mantenerlo en un vuelo nivelado con la intención de llegar cuanto antes a destino.  Tenía miedo de que le obligaran a aterrizar en Carrasco por haberse excedido de la hora de cierre de Adami y que para peor lo sancionaran por volar en esas condiciones siendo apenas un piloto privado.

Los 3 pasajeros continuaban disfrutando del vuelo y cada tanto consultaban a Carlitos para confirmar qué edificios o avenidas estaban viendo.

Carlitos incluso forzó una carcajada generalizada cuando les hizo el único chiste aeronáutico que conocía

– “¿Vieron?, ahí está su casa”

-“¿en dónde?”, respondió el más chico de todos.

-“Ahí abajo, jejej”

Sabia que tenía que comunicarse nuevamente con el controlador aéreo pero tenía miedo de que le dijera que Adami ya estaba cerrado, así que continuaba su vuelo siguiendo la punta de la fecha y procurando avistar el aeropuerto.

-“Charlie Exrey Bravo Foxtrot Lima, comunique ahora con Adami 118.4, no tengo otros tránsitos reportados. buenas noches”

Eran las palabras que más quería escuchar Carlitos en ese momento. El aeropuerto de Melilla seguía abierto. Podría aterrizar en una pista que conocía, dejar el avión en donde había acordado con la Escuela, reunir al abuelo con el resto de la familia y evitar ser sancionado.

Ahora sólo faltaba encontrar el aeropuerto.

Antes de despedirse del controlador le preguntó si podía informarle con qué velocidad terrestre lo veía en el radar, así podría estimar la intensidad del viento.

-“Te tengo con 80 millas, ¿qué indicada tenés?”

-“Entre 95 y 100. Muchas gracias”

-“Ahh pero anda lindo ese 172. Buen aterrizaje”

-“Muchas gracias por el servicio, 73”

-“Shiick, Shhhick”

Carlitos sintió como su boca se resecaba, sintonizó la frecuencia de Adami, ya había pasado el Puerto de Montevideo.

-“Adami Torre, Bravo Foxtrot Golf, vertical la bahía con un mil quinientos pies”

-“Foxtrot Golf, autorizado a descender a un mil pies, incorpórese a una larga inicial izquierda de pista 18, la presión estándar”

-“Autorizado a descender, Bravo Foxtrot Golf”

Carlitos seguía volando de memoria rumbo al aeropuerto, tenía buenas referencias geográficas, pero no lograba distinguir la pista. Pensó en encender el GPS del avión, pero como no sabía utilizarlo, prefirió no sobrecargarse y confiar en su intuición.

-“Bravo Foxtrot Golf, lo están esperando acá abajo, ¿me confirma?”

Carlitos, sintió como la espalda se le contracturaba y las manos se le ponían frías. Ya no estaba oscureciendo, ya estaba muy oscuro. Tan oscuro que necesitó encender la luz de lectura que estaba ubicada encima de su asiento para poder ver un poco más los instrumentos.

No podía bajar de los 1000 pies, esa zona se había llenado de antenas de radio y sólo algunas tenían luces rojas en sus puntas.

Tampoco sabía que responder a esa pregunta, ¿significaba que era muy tarde para llegar al aeropuerto? ¿lo estaría esperando un inspector para sancionarlo?

-“Le debe llamar la atención que aquellos siguen ahí abajo” dijo….. el abuelo.

Carlitos, volvió a respirar, – “Afirmativo, llevamos un pasajero muy especial y está la comitiva esperándolo”

-“Entendido, está autorizado a aterrizar, pista 18, el viento del oeste, estimamos 15 nudos con rachas de 25”

-“Adami Torre, ¿me podría subir un punto la intensidad de las luces?, así los pasajeros distinguen mejor la pista”. Carlitos ya había vuelto a sentir que dominaba la situación.

-“Como ordene, aviseme si así está bien o subimos un punto más”

De inmediato, vio como la pista aparecía justo donde la flecha del ADF apuntaba, y configuró el avión para el descenso. No lograba entender por qué le había costado tanto encontrarla. En sus primeros vuelos nocturnos le resultaba un poco difícil distinguir sus luces de las de la ruta 5, pero viniendo desde el Este, debería haber sido muy fácil ya que el Aeropuerto con su faro blanco y verde y la pista iluminada en medio de la pradera, no podía confundirse.

Nuevamente, corrigió la deriva del viento y aterrizó sin novedades.

Al despedirse del controlador aéreo y agradecerle por el servicio brindado, el controlador le dijo. “No hay de que, lo estábamos esperando para irnos. Hasta la próxima, frecuencia.”

Cuando bajaron al abuelo del avión y se prepararon para la foto conmemorativa, la esposa de Carlitos interrumpió y dijo “Carlitos…, ¡por lo menos para la foto sacate los lentes de sol!

Carlitos se río y se siguió riendo después de la foto.

Mientras abría una barrita de helado que había invitado el Abuelo para celebrar las destrezas del piloto de la familia, pensó en contarle a todos lo que había pasado, pero simplemente se río, tomó nota mental de lo sucedido y se dedicó a aprovechar ese momento en familia.

-FIN-

A veces vemos todo peor de lo que es. A veces recibimos la ayuda de quien menos la esperamos. Hay una frase que dice que se debe estar preparado para lo peor y esperar pase lo mejor. Carlitos creó su propia tormenta. ¿Te pasó alguna vez algo así?

Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

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