Carlitos Rey – Capitulo 5: “Rocha TopLess”

Tiempo de lectura: 19 minutos

Carlitos tenía el agua por encima de las rodillas, fijó su mirada en el horizonte celeste y luego observó con placer como el mar tenía ese color verde del caribe y una transparencia tal que permitía ver a través de las olas. Inclinó su cuerpo hacia adelante, flexionó algo sus rodillas, juntó sus manos frente a su cabeza y se zambulló en la primera ola. Se preparó mentalmente para recorrer el mar por debajo del agua, aunque sabía que sólo lo haría por unos segundos. Disfrutó de sentir como sus oídos se inundaban paulatinamente hasta llenarse y decidió que era momento de abrir los ojos para ver el fondo del mar, grabar el momento y decirle a todo su cuerpo que lo estaba haciendo.

¡Vacaciones por fin!, había que aprovechar y disfrutar al máximo de cada día de licencia que se había ganado cumpliendo las 8hrs todo el año.
Su cuerpo flotaba haciendo la plancha con su cabeza en dirección a Montevideo y sus ojos fotografiaban el faro del cabo Santa María, en La Paloma. Intentaba ponerse en modo off y relajar todos sus músculos. Pensaba en lo fantástico que era poder disfrutar así en su propio país, sin necesidad de irse al caribe y su cabeza repetía una muletilla de satisfacción “esto es vida, esto es vida ¡carajo!”

En el límite visible del cielo, divisó una nube tan fina y tan blanca que cumplía con la definición exacta de los Cirrus que había leído en el manual de vuelo. Se dio cuenta que incluso en ese estado de relax que intentaba conseguir, su mente seguía pensando en volar. Más abajo, el incesante aleteo de una golondrina blanca y sus impredecibles cambios de dirección y de altitud le recordaron que la aviación había tenido como muza de inspiración a las aves marinas. Se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo y trató de no pensar más en aviación.

Apagarse era su propia orden, estaba de vacaciones.

Más abajo, otro aleteo cautivó su atención. Se trataba de una diminuta mariposa que se esforzaba por sobrevivir esquivando la espuma que se desprendía de la cresta de las olas. Quitó sus ojos de ella lo más rápido que pudo y volvió a mirar hacia arriba, evitando pensar en las nubes, en que la aviación había florecido en una playa o en que la mariposa volaba a centímetros del agua.
De repente, en su campo de visión, unas gotas de agua eran empujadas hacia arriba y hacia atrás al romper en espuma una ola. Era una corriente de aire, una diferencia de presión que se generaba durante una fracción de segundo y lograba dividir, liberar e impulsar agua y hacerla volar en un vórtice.

Otra vez volvió a pensar en el vuelo. Se río porque se le vino a la cabeza la frase que todo aquel que vuela conoce, la frase que está más que gastada en cualquier folleto de escuela de vuelo o tarjeta de fin de año. Se le atribuye al inventor, artista y filosofo Leonardo da Vinci.
Pero como el himno patrio, conocemos una parte y pocos han aprendido, o siquiera leído la obra completa. Poco sabemos del contexto en que se escribió o cuál era el objetivo del autor.

No obstante, “Una vez que hayas probado el vuelo, caminarás por siempre con la mirada al cielo”…

Tiene tantas variaciones como el español y Carlitos incluso trató de usarla para su tarjeta de casamiento con su propia variante…. “Una vez que hayas amado, caminarás siempre con la mirada al cielo”. Pero la idea no tuvo buen recibimiento en su novia.
Los marineros seguro tienen su frase, al igual que los golfistas, y hasta los veterinarios para resaltar lo fabuloso que es su hobbie, oficio o deporte.

Pero para Carlitos, se trataba de una frase sobre el amor universal. Reconocer que hay cosas que nos pueden cambiar de cierto modo que se convierten en motivación e inspiración. Actividades humanas o de la naturaleza que experimentarlas nos hacen sentir más completos, más vivos.

Entrada a la antigüa pista en La Paloma

En la Paloma, no había aeródromo. Tal vez esa haya sido una de las primeras decepciones que tuvo Carlitos sobre la aviación en Uruguay. Pero tampoco había un lugar dónde aterrizar en Atlántida, Solís, Piriápolis o Cabo Polonio. El Uruguay del siglo XXI tenía previsto que se viajara una hora desde Montevideo hasta el Aero Club de Rocha y luego había que invertir otra hora por tierra, en el mejor de los casos, para llegar a los principales destinos turísticos del departamento. Volar en la Paloma no era una opción.

Sin embargo, Carlitos, como habitual veraneante, llevaba un registro histórico de todos los vuelos significativos de los cuales había tomado conocimiento. Así, recordaba la tardecita en la que un gigantesco helicóptero “Westland Wessex” aterrizó en el campo lindero al Faro en el centro de la ciudad. También y quizás uno de los vuelos que despertó su interés por la aviación fue el de un avión “T34 Mentor” de la Aviación Naval que homenajeando el predio dónde supo haber una pista de césped al norte del balneario, realizó varias pasadas bajas desde el mar hacia la playa volando a toda velocidad sobre los bañistas.

Eran habituales los vuelos del escuadrón 7 de la Fuerza Aérea, con sus aeronaves verdosas de ala alta pasando bastante alto por encima del espejo de agua y cada tanto se podía disfrutar de la velocidad del helicóptero “Dauphin” que viraba rumbo al parque Santa Teresa.
Los vuelos privados no abundaban. Eran prácticamente nulos los vuelos con matriculas extranjeras y los más pintorescos era los Helicópteros que provenían de Punta del Este y surcaban la península rochense en vuelos panorámicos a pocos metros de altura.

Carlitos se hospedaba en una cabaña en el monte y había aprendido a distinguir el sonido de las aeronaves del Aero Club de Rocha que solían cruzar por la vertical de su casa con proa a la Laguna de Rocha para luego recorrer la franja costera hasta la Pedrera y retornar a la capital del departamento.

Cuando se escuchaba venir un motor distinto, toda la familia prestaba atención y a veces caminaban hasta la calle o hasta un claro entre los árboles para ver de qué avión se trataba.

Entre los vuelos más atípicos figuraba el de despedida de un comandante de Iberia que se fue de Montevideo volando bajito, recorriendo la costa atlántica como último saludo y un par de recorridas costeras de las aeronaves más rápidas de la Fuerza Aérea, los “A37 DragonFly”

También recordaba aquella tarde de verano, cando se habían puesto de moda los Para-Motores y al atardecer era normal escucharlos y saludarlos al pasar por encima de las sombrillas. Venían 3 desde el Este. Probablemente habían salido de Punta del Este porque venían muy bien equipados. Uno volaba por encima de los médanos, el otro lo hacía sobre la línea del mar a unos cien metros de altura y el tercero volaba sobre el mar a casi 300 metros. El sol se estaba poniendo detrás de ellos con un color naranja fuego y con la bruma del mar, se generaba una capa de aire húmedo que reducía muchísimo la visibilidad. De repente, y desde el Oeste, hacia el lado de la ciudad, se escuchó el murmullo que caracterizaba a los dos motores turbohélice del “Beechraft 200” de la Armada que regresaba de realizar su patrulla costera, volando bajo y a toda potencia. Carlitos presagió lo peor, los pilotos tendrían el sol de frente y por la baja visibilidad no podrían ver a los ultralivianos que estaban volando más alto de lo habitual.

Buscó entre los arboles linderos a la costa por donde aparecería el avión de la Armada y lo vió virar bruscamente para quedar con su ala derecha apuntando al suelo y la izquierda al cielo. La maniobra tal vez había sido necesaria para evitar la colisión o simplemente para apuntar hacia Maldonado sin abandonar la línea de costa a raíz de la velocidad que traían. Luego del pasaje del avión, los tres para-motores descendieron.

En año Electoral, el colorido lo aportaban los aviones carteleros que luchaban para mantenerse bajito sobre las playas evitando que el variante viento de la zona los desviase mar adentro.

El deseo de volar en aquella zona había llevado a Carlitos a visitar en más de una ocasión los vestigios de la pista que usaba la Armada. Si bien en las publicaciones oficiales de la Autoridad Aeronáutica seguía figurando como un aeródromo y aparecía también en los mapas, de la pista sólo quedaban dos cosas, el cartel en la entrada que avisaba que el predio pertenecía a una base aeronaval y la estructura de ladrillo del hangar. El resto, plantaciones de papa y pastoreo de caballos. Carlitos no sabía distinguir el tipo de plantación, pero lo que si sabía era que ahí no se podía aterrizar.

Esa información la había podido confirmar de buena fuente. Siguiendo los mapas, había llegado al Aero Club de Rocha con la idea de familiarizarse y estar más cerca de un entorno aeronáutico.

Por las vacaciones, sus clases de vuelo en Montevideo estaban en pausa. Un par de días, a la hora de la siesta, se sentó solo en el Aero Club, en una banqueta de madera bajo una barbacoa a disfrutar del paisaje único de las pistas de pasto. Praderas interminables y un cono de viento naranja.

Otro día, luego de haber salido de la Paloma con un sol radiante y llegado a Rocha bajo una lluvia torrencial, típica en la zona por las tormentas de verano. Conoció al sereno del lugar. Conversando con él, aprendió que en Rocha, también había muchos vuelos de exploración pesquera y que al Aero Club, llegaban algunos porteños que traían a su familia y las niñeras para luego llevarlas a La Pedrera o alguna estancia. Esa gente, era la que siempre estaba interesada en mejorar el Aero Club. Traían estaciones meteorológicas, ponían plata para arreglar los baños, regalaban una heladera, un microondas y siempre lo llamaban para ver cómo estaba todo. Su rol era fundamental, así lo veía él.
– “Tu cuando vengas volando, llámame y yo te digo a ti en qué pista aterrizar. Acá una vez, vino un argentino con un bimotor divino. Yo le dije, aterriza largo en la 24 muchacho, pero no me hizo caso, y aterrizó en la 06 que le quedaba más directo. ¿Sabes dónde terminó? ¡Allá abajo! Que estaba todo embarrado. Deja muchacho, deja. Tas loco….. Tuvo que contratar un peón que le cuidara el avión, porque no había forma de sacarlo. Yo cuido acá arriba, pero allá abajo es tierra de nadies. Yo le dije, que no me había hecho caso. A los días, trajo una restroescavadora para tratar de sacarlo. Se lo tuvo que llevar de a pedacitos porque la tierra se lo había chupado al avión. Para colmo, el guardia, se trajo un primus y había hecho milanesas fritas adentro de la cabina. Tas loco. El avión quedó arruinado muchacho. En cambio, yo acá arriba, se los cuido. Los lavo, los entro cuando se viene la tormenta”….

Los monólogos eran interminables y las historias eran útiles para una mente deseosa de aprender más sobre la aviación general. Las mateadas, le dieron el privilegio exclusivo al piloto capitalino para sentarse tranquilo y hacer cabina en el Cessna 150 CX-BFA para irse preparando por si algún día podía volarlo. Estaba pintado de blanco y no tenía algunos de los instrumentos que tenía su querido BGU.

El manual de operaciones también tenía algunas diferencias propias de aeronaves que se operaban en un aeródromo sin torre de control y con muchos desniveles en el terreno. “Cuidado con cuneta próxima al eje de la pista”, “Verificar que el avión esté nivelado Antes de revisar combustible”, eran algunas de las novedades que Carlitos estaba conociendo.

Ese día de enero, durante su licencia, Carlitos llegó a su reposera convencido de que no podría sacarse su pasión por el vuelo de sus pensamientos. Debería aprender a convivir con ellos y hacerlo sanamente. Al rato, buscó en su morral de playa su celular y leyó un mensaje de texto que más temprano le había enviado su instructor. “Vine con el Jeringa a la Paloma, si estás disponible, después del mediodía sale un vuelo”

Carlitos llamó inmediatamente y coordinaron encontrarse a un par de cuadras de su casa, en la casa de un muchacho rochense que estaba vacacionando y que estaría interesado en aprender a volar. El Jeringa , un ex alumno del instructor de Carlitos y amigo de los padres del muchacho, les había ofrecido un vuelo para que experimentara de que se trataba volar y de paso conocer a un Instructor.

Así que después de un asado en donde se habló poco o nada sobre el curso de vuelo, el Jeringa y el Instructor, aguardaban a Carlitos para ir en auto hasta el Aero Club, en donde se volverían a encontrar con el interesado.

En su casa y durante el almuerzo, Carlitos, tomó nota de distancias y rumbos entre los distintos balnearios. Anotó las pistas privadas que conocía como posibles sitios de aterrizaje de emergencia y calculó el tiempo de vuelo disponible en base a las especificaciones del Cessna 172 que volaba el Jeringa.

Carlitos no lo conocía personalmente, pero su instructor le había hablado mucho sobre él. Su apodo provenía de su negocio, era dueño de una distribuidora de insumos para laboratorios y agropecuarias y había comenzado a volar de grande, cuando ya tenía su emprendimiento establecido. Se había comprado el Cessna y realizó en él su curso de vuelo. Su intención era volar de una ciudad a la otra y así evitar los riesgos de las carreteras.
Una tarde de otoño luego de concretar unas ventas en Tacuarembó, decidió ahorrarse la noche de hotel. Llenó ambos tanques de combustible y despegó con las últimas luces del día con rumbo a Rivera, volando bajo siguiendo la ruta 5.

No había pasado una hora y la ruta 5 no estaba más, las luces en las que confiaba guiarse no estaban y costaba distinguir el horizonte. Volando bajo, su celular aún tenía señal y logró comunicarse con quien fuera su instructor de vuelo a quién llegó a decirle, “Estoy perdido, no sé dónde estoy, la cagué”.

Las llamadas se cortaban y demoraban varios segundos en reestablecerse, pero no podía hablarse.

El instructor le envió un mensaje de texto que decía algo así: “Tranquilizate, volá el avión. Subí a 5000 pies. Activá el Transpondedor. LLamá a 121.5”

Inmediatamente, llamó al radar de Carrasco y les informó de la situación de su exalumno.

Luego de casi 3 horas de vuelo, el Jeringa aterrizó en Carrasco con los tanques de combustible vacíos. Los controladores aéreos y su atino en llenar los tanques antes de salir a volar, le dieron otra oportunidad.

A raíz de esa imprudencia, estuvo suspendido seis meses, y ahora en Rocha, se preparaban para volar.

El instructor le había comentado a Carlitos que el Jeringa era un gran tipo y que su amistad le permitiría un día a Carlitos, conseguir que el Jeringa le prestara su 172 para volar con pasajeros. Pero para eso era importante dar la mejor impresión posible. Ser responsable y agradecido. Por ejemplo, ofrecer algo de dinero para pagar parte del costo de vuelo era una buena señal.

Durante el viaje en el auto de Carlitos hasta el Aero Club, intercambiaron historias de verano y Carlitos comprobó que el Jeringa era un tipo divertido y conversador y que se llevaba muy bien con su Instructor. El Jeringa, ya tenía planificado volar hasta Valizas y que fuera un vuelo tranquilo para no espantar al posible alumno.

Al salir de la zona poblada, por la ruta 15, pasaron por un control de la Policía Caminera y el Jeringa le mandó un mensaje de texto a su amigo para avisarle ya que iba a salir más tarde de La Paloma.

Unos segundos más adelante, cuando comenzaba un nuevo tramo de curvas y repechos bien característicos de la unión entre el balneario y la capital, un auto deportivo y tuneado, forzó una rápida maniobra de Carlitos para evitar un choque múltiple ya que los estaba pasando a toda velocidad y por el medio de la ruta haciendo un finito con un ómnibus de Rutas del Sol que venía en sentido contrario. Carlitos atónito, soltó entre dientes “qué hijo de Puta, que loco de mierda, va a matar a alguien.”

Cuando llegaron al Aero Club, en la entrada estaba estacionado el auto deportivo y parado junto a la puerta estaba el futuro piloto. Carlitos pensó que esa no era una buena carta de presentación si pretendía que el Instructor confiara en él y tampoco hizo demasiado caso cuando el Jeringa lo saludaba y halagaba su máquina. Parecía que la adrenalina de la carretera ya no le alcanzaba y ahora precisaba volar, seguía meditando Carlitos. Por fin, el Instructor le preguntó por los policías y el muchacho le respondió con total naturalidad y desvergüenza – ahh no… esos ya me conocen a mí. Ya no me paran más. –

El Jeringa se fue con su amigo hasta el avión que había quedado estacionado a unos metros del hangar y le pidió al Instructor que lo dejara encargarse a él de todo, ya que esta vez, era su invitado.

Sentados bajo la pérgola al costado del parrillero estaban Carlitos, el Instructor y el sereno del Aero Club.
Carlitos le mostró a su instructor los apuntes que había preparado y lo impresionó por la información relevada. – Estuviste muy bien. Tenelo a mano porque aquél seguro que no tiene ni la frecuencia del Aero Club. –
– ¿Te parece que podamos hacer una pasada por La Paloma, por la playa en la que están mis padres?
– Afirma. El Jeringa ya quedó en que iba a pasar por la playa para saludar a la familia del pibe este.

El calor en el avión era insoportable y todo era mucho más lento que de costumbre ya que el Jeringa le iba haciendo una introducción a su copiloto para familiarizarlo con los controles de las aeronaves. El instructor ya le había recomendado que fueran con la puerta abierta hasta el momento de hacer las últimas comprobaciones antes de despegar porque los que iban atrás se estaban cocinando.
– Acordate que el avión esta pesado y que el pasto está alto. Dejalo frenado y dale toda la potencia.
– Afirmative capitán. No te preocupes que tuve buen instructor..
– Viste que allá abajo tenés los árboles, apenas despegues metele pedal para la derecha así nos vamos por el costado.
– Kshhk Kshhk. Se escuchó en el intercomunicador. Era el sonido que hacía el botón que se debía pulsar para hablar y el apretarlo dos veces seguidas era una mala costumbre que tenía los pilotos en Uruguay para confirmarle a la torre de control que habían entendido sus instrucciones.
– Ya te dije que eso que hacés está mal. Tenés que colasionar toda la instrucción.

El avión despegó y puso rumbo exacto a La Paloma.

Mantenían unos 1000 pies de altitud y a sugerencia del muchacho rochense, viraron por derecha con rumbo a la Laguna de Rocha. Realmente era inmensa, y su color verde oscuro contrastaba con la franja de arena blanca que la separaba del océano atlántico.

Unos instantes más tardes, ya estaban haciendo algunas pasadas y alabeos sobre la playa, en dónde casualmente coincidían las familias de Carlitos y la del rochense. Carlitos como pasajero, pudo disfrutar de no estar al mando de los controles y así encontrar los distintos hoteles, chiringos, calles y casas de conocidos.

Pusieron proa al Este y el Jeringa preguntó: – ¿La Pedrera es para aquel lado? ¿no?
El resto de los ocupantes del avión asintieron, pero a Carlitos se le prendió una alerta interna. ¿Cómo va a dudar eso? El rumbo a la Paloma lo hizo perfecto, no puede ser que no haya planificado su ruta, pensó.

Con algo más de atención en la navegación y la operación de la aeronave, Carlitos advirtió que estaban por sobrevolar el Puerto. Un área que tenía una prohibición y que según le había contado el sereno del Aero Club, había que evitar porque los de la naval se divertían denunciando a los pilotos que no la respetaban.
– Comandante, el Puerto tiene una prohibición de 900 pies.- Informó Carlitos por el intercomunicador que escucharon todos los tripulantes.
– Jeringa… Te está diciendo mi alumno que evites pasar por arriba del Puerto. Andate por arriba del agua y ascendé 500 pies por lo menos – Dijo el Instructor, al ver que el piloto no había reaccionado.

 

Puerto de La Paloma

 

Carlitos ahora en forma muy consiente había aumentado su nivel de alerta y señaló con su dedo la frecuencia de la torre de control de Laguna del Sauce que había anotado en la planilla de planificación del vuelo, mostrándole a su compañero de asiento. Éste, interpretó inmediatamente lo que Carlitos sugería y volvió a comentarle su amigo.- Jeringa, te convendría sintonizar la frecuencia de Punta del Este para ver si hay algún vuelo reportado para este lado.
– ¡Tas loco amigo! Ya aprendí la lección. Nada de reportar por la radio y transponder apagado.
Del Plan de Vuelo ni hablamos pensó Carlitos que ya se sentía preocupado. Para tranquilizarse pensó que lo que estaba aprendiendo en Adami, distaba mucho de la aviación rural de la cual no conocía nada, pero los antecedentes del piloto lo precedían.

– Por acá pasan muchos aviones de la Fuerza Aérea y de la Armada. Soltó Carlitos para tratar de avispar al comandante.
Por unos segundos, nuevamente, no pasó nada. Carlitos comenzó a sentirse avergonzado por la situación. No estaba acertando en su estrategia para impresionar bien al Jeringa y posiblemente nunca le prestase su avión. Ni siquiera le respondía sus comentarios por el intercomunicador…

Inesperadamente, el motor aumentó sus revoluciones y la aeronave adoptó una inclinación de 45 grados hacia abajo, en un franco descenso rumbo al mar.
– No te preocupes, vamos a ir tan bajo que ni los helicópteros nos van a molestar.

Carlitos hizo un rápido escaneo de los instrumentos y comprobó que efectivamente el radar estaba apagado y la radio tenía puesta la frecuencia de la torre de control de Carrasco. El tacómetro mostraba 2500 vueltas por minuto y el indicador de velocidad empezaba a recorrer el arco amarillo de precaución.

Por la ventana del lado derecho, sólo se veía océano y por la izquierda acaba de pasar en forma inexpresiva el farallón de la Pedrera.
El Jeringa niveló el avión a unos 10 metros sobre el mar, desaceleró y viró mar adentro, luego comenzó un ascenso por izquierda que momentáneamente trajo algo de tranquilidad a los ocupantes del asiento posterior del Cessna 172.

Sin embargo, apenas el avión comenzaba a desacelerarse por el ángulo de ascenso, viró nuevamente por izquierda para enfrentar la playa y descender rumbo a un grupo de bañistas.

Las carcajadas de la dupla frontal del avión tenían su expresión antagónica en los rostros de los pasajeros. Carlitos y su Instructor no hablaban, pero cada uno a su manera procesaba con impotencia la repetición de maniobras de apuntarle a bañistas con el avión y virar a último momento.

Las playas agrestes y casi desérticas de los balnearios en desarrollo entre La Pedrera y Cabo Polonio, eran recorridas una y otra vez a 200 km por hora en busca de bañistas incautos a los que asustar.

Algunos lo tomaban como algo divertido y tiraban agua hacia arriba con sus manos cuando el avión los atropellaba, otros huían hacia la orilla.

Era una época en la que los celulares no tenían capacidad de realizar videos de buena calidad. De lo contrario, se hubiera viralizado el video de la señorita que se bañaba en Topless en las aguas de San Antonio, en una playa abierta pero que por la cercanía y exclusividad del chalet marítimo era lo más parecido a una playa privada y cuya intimidad había sido transgredida por una avioneta que la acosaba entre las olas.

Por su ventana, Carlitos vio pasar un puñado de casas y un faro. Ya habían llegado a Cabo Polonio y unos segundos después el Cerro de la Buena Vista había quedado atrás.

Carlitos advirtió por la radio: “Eso que pasamos recién era Cabo Polonio y Valizas”

– No no, no llegamos al cerro de la Buena Vista. Es Enorme dijo el muchacho que oficiaba de copiloto.
– Carlitos, se dio cuenta, que la adrenalina había afectado la ubicación del joven que como oriundo del departamento no podía equivocarse en reconocer los poblados costeros con sus particularidades naturales. Si bien era cierto que el gigantesco medano que protegía al arroyo Valizas, apenas sobresalía al verlo desde el aire. Para volar libremente como lo estaban haciendo, era fundamental saber dónde estaban.
– Mirá, allá atrás va el Canal Adreoni, y aquello allá es Aguas Dulces y para el otro lado tenés la Isla de Lobos.
– Tenés razón muchacho…. Jeringa, eso es Aguas Dulces.
– Bien pibe – Dijo el Jeringa y comenzó a ascender al tiempo que viraba del lado de la tierra hacia La Paloma.

Carlitos sintió alivio, parecía que la montaña rusa había terminado. Sabía que en ese vuelo todo había sido distinto. Para empezar, no era su instructor de confianza quien pilotaba, ni siquiera él tenía chances de intervenir en los comandos. En su primer vuelo como pasajero se había sentido a merced, indefenso y prisionero. No podía pedir para bajarse y ser un simple observador. Para colmo, quería hacer las cosas bien frente a su Instructor y al dueño del avión, por lo que no quería pedir clemencia y que dejaran de arriesgar tanto. En la comunidad aeronáutica era muy difícil conseguir quien te alquilara un avión si no te conocían.
– ¿Cómo estás de combustible? – preguntó el Instructor.
– Todo bajo control Captain.
– Acordate que fui yo el que no durmió toda la noche mientras te traían a Carrasco.
– Eso fue hace 6 meses… Disfrutá el vuelo.
– Vos no nos mates a todos, mirá que Carlitos tiene familia.
– Jajaja, yo no voy a volar más, ahora vuela tu futuro alumno

Carlitos, miró por encima del hombro del piloto y vio que los comandos ahora los llevaba la misma persona que casi los mataba en la ruta 15 haciéndoles un finito con su auto.

Mientras volaban hacia el Oeste, el muchacho realizó algunos ascensos y descensos, virajes por derecha y por izquierda, siguiendo las órdenes del Jeringa que jugaba a ser instructor de vuelo.

Carlitos se dio cuenta que ahora volaban con viento en contra y con su computador de vuelo empezó a estimar el combustible remanente. El vuelo no había sido para nada lo que se había imaginado. No habían mantenido la velocidad ni la altitud óptimas. Habían ascendido muchas veces a toda potencia y por ende consumiendo mucho combustible y también habían realizado muchos circuitos yendo y viniendo por lo que habían recorrido una distancia mucho mayor a la que Carlitos había planificado en su casa.

– Eso que viene ahí es la Pedrera dijo el nuevo Piloto al mando.
– Ahh acá dicen que hay buenas olas.
– Buenas olas ¿Para qué? – Interrumpió el Instructor con voz de preocupación.
– Para hacer Surf Captain. ¡Para hacer surf!

Jeringa tomó los comandos, miró levemente al copiloto y le dijo “Ajustate bien el cinturón”.

El Avión nuevamente estaba con rumbo al mar, a toda velocidad.

Desde el aire, las olas se veían llegar continuamente a la costa.

El mirador de la Pedrera estaba lleno de autos porque se acercaba el atardecer y el monomotor ahora emulaba ser una moto de agua, recorriendo las olas a lo ancho y pegando saltitos abruptamente para evitar que le rompieran encima.

– ¿Con el sol en frente no? ¿verdad? Dijo riéndose el Jeringa y mirando al Instructor.
– Sos un hijo de Puta Jeringa!
El instructor se sacó los auriculares y le hizo gestos a Carlitos para hablarle sin que los otros ocupantes del avión escucharan. Carlitos acercó su oído y escuchó las instrucciones.

“Soltate el cinturón, acordate de poner la cabeza entre las piernas y hace todo lo posible por abrir la puerta. El avión va a flotar un poquito. Primero ubícate, respirá bien y luego te fijas si podes ayudar a alguien. Al Jeringa, dejalo para el final. No te preocupes por tus cosas.”

Cuando Carlitos reaccionó a las palabras que su Instructor le acababa de decir, vio como una ola estaba apunto de impactar contra la hélice y atinó a echar su cuerpo hacia atrás como alejándose del impacto.
Por enésima vez, las carcajadas del piloto y copiloto inundaban los auriculares y generaban mayor temor y preocupación en los pasajeros.

Carlitos escrutó con su mirada a su Instructor. Viajaba sentado junto a él, el cinturón de seguridad estaba suelto y doblado atrás de su espalda, su mano izquierda apoyada en el respaldo del asiento del copiloto con las articulaciones rígidas. Su mano derecha, sobre su rodilla derecha, haciendo fuerza.

Carlitos se dio cuenta que su Instructor estaba haciendo fuerza hacia atrás, volcando el peso de su cuerpo hacia la parte posterior de la aeronave, para cambiar el centro de gravedad y hacer que ésta levantara su proa.

Carlitos, se apoyó bien atrás en el asiento y comenzó a imitar los movimientos de su compañero. Cada vez que el avión bajaba para recorrer una ola, ambos ejercían presión hacia atrás y observaban con satisfacción como la nariz del avión cambiaba rápidamente su orientación, tomando por sorpresa a los pilotos.

La torre de control del Puerto de la Paloma apareció en el horizonte y aplacó los deseos de los surfistas. Ahora si, el Jeringa, llevaba con 1500 pies al avión rumbo a las pistas de pasto en Rocha y a un aterrizaje seguro.

– Bueno, ¿te gustó? ¿no?.- Preguntó el Jeringa al tiempo que se sacaba los auriculares y cortaba la mezcla de aire y combustible forzando el apagado del motor.
– Es como me lo contaste, está buenísimo.
– Si volás conmigo, mirá que las clases no van a ser a así. Ya le dije al Jeringa que si sigue haciendo estas estupideces va a perder el avión, va a perder la licencia o va a perder la vida. Además, nadie va a querer volar con él o en sus aviones.
¿Verdad Carlitos?

Carlitos no habló. Prefirió no decir nada que le jugara en contra.

Al final, terminó siendo el Jeringa el que no había dado una buena impresión a Carlitos.

Cuando se bajaron del avión, el sereno del Aero Club los estaba esperando.
– Ya estaba a punto de irme. ¿de dónde sacaron nafta para seguir volando? Con lo que cargaron acá, a esta altura ya no les quedaba nada. Mirá que livianito que está el avión.

El Jeringa le pasó la mano por el hombro y caminó con él rumbo al Hangar, alejándolo de la aeronave.
– ¡Que vá!, volamos mansito nomás. Un vuelo precioso, no conocía estos lugares yo.
– Ahh, ¡si son unos amanecidos bárbaros ustedes!, tas loco. Mansito o no mansito, volaron bajo uds. Me llamaron varios socios para decirme que había unos paveando volando contra el agua. Acá en verano, la costa está llena de pilotos que cuidan que nadie haga macanas para que después no sigan metiendo zonas prohibidas o limiten los vuelos.
– Jajaja, qué raro, nosotros no vimos a nadie.

Cuando llegó a su casa, su madre había preparado unas empanadas de jamón y queso y lo esperaban con una copa de vino Tomasi. Un viñedo que tenía la particularidad de tener sus vides en las áreas de entrenamiento del Aeropuerto de Montevideo y en la del Aero Club de Rocha.
– Bueno, finalmente volaste en La Paloma. Todo un logro.
– Gracias Papá, ¿me vieron cuando saludábamos acá en la playa?.
– ¿Lo volabas vos?, ¡como se movía!. Parecía que se iba a desarmar- agregó su madre.
– No no, lo volaba el dueño del avión, un amigo de mi Instructor. Dijo Carlitos agotado.
– Y ¿qué tal estuvo el vuelo? Preguntó su esposa.

Carlitos evitó mirarla a los ojos para responder. Tomó un sorbo de vino, lo saboreó lentamente. Mordió un pedazo de empanada y lo masticó aún más lento al tiempo que aflojaba su cuerpo en uno de los sillones de la casa.
– Viniste con hambre. Quedaste molido. – Observó su madre desde la cocina.

Contestó mirando el techo, rescatando lo positivo y olvidándose del estress que había pasado al sentirse sin control sobre la situación.
– El instructor me dijo que me había ido muy bien, que cuando precise volar en un avión para cuatro personas, seguramente me alquilen este. Estuvo bueno, íbamos con el Instructor de pasajeros. Sirvió para conocernos más.

– ¿Y hoy? ¿Qué tal estuvo? – insistió su esposa con gran intuición.

Terminó la copa de vino. Apoyó la cabeza en el posa brazos y recordó la la nube cirrus que había visto al comenzar el día, la golondrina blanca y el vuelo de la mariposa esquivando la espuma que se deprendía de las olas.

– ¿Hoy?…, mansito, mansito.

-FIN-

Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

2 Comments
  • Daniel Fernandez
    Posted at 16:22h, 21 agosto Responder

    No se como mande a dar con estas historias de Carlitos, Muy buenas, y sobre todo, atrapantes.
    En mi persona, no soy piloto, Vivo cerca de Adami (a una cuadra) Pero viendo el relato, YO NOMAS EN UNA AVIONETA ASI, ME DESMAYO!! Ya me da miedo escuchar cuando se les corta el motor en el aire.|
    Saludos

  • Lucas Machado
    Posted at 20:26h, 05 marzo Responder

    Gracias por el capitulo, sobre la pregunta final tenemos un claro ejemplo en Adami aveces con el sobrepeso en los 206

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