Carlitos Rey – Capítulo 4: “Disparos en Melilla”

Tiempo de lectura: 10 minutos

Desde Melilla provenían los camiones de feriantes que ya antes de las 7 de la mañana armaban sus puestos en las calles de Malvín.
Carlitos caminaba con rumbo Sur, zigzagueando entre torres de cajones y frutas machucadas tiradas contra el cordón de la vereda.

Ya usaba su campera de piloto, esa que lo había enamorado en un local de los techitos verdes, no porque fuera una Alfa, sino porque tenía corderito y muchos bolsillos para colocar lapiceras, algún chocolate y la importantísima linterna. Le recordaba más al atuendo de los valientes pioneros de la aviación, esos que debían aterrizar en las playas o podían despegar desde cerros y caminos y eso le gustaba más que el look militar que había impuesto Tom Cruise.

Al cruzar miradas con los agricultores, pensaba en que los sábados eran su día de descanso y que para esos jóvenes que habían vivido toda su vida cerca del aeropuerto, la jornada laboral todavía no había terminado.

El ómnibus de la línea 2 de Raincoop debería de pasar antes de las 16:20 y lo esperaba más de una hora y media de viaje para poder llegar hasta el aeropuerto de Melilla, el Internacional Ángel S. Adami. Ya hacía tiempo que no corría más aquello de ir en auto a las clases, porque dejaba a pie a su esposa el resto del sábado.

Muchas veces, a lo largo del recorrido le llenaba de orgullo viajar revisando su libro de vuelo o practicando cálculos con su computador circular Jeppesen, pero en otros momentos, cuando el coche se detenía y otras realidades tomaban forma junto a la ventana, se daba cuenta de que lo que estaba haciendo era con toda seguridad un hobbie elitista. Ese contraste lo había ayudado a prometerse que, en el futuro, trataría de que cada vuelo contase, de que volar no fuera simplemente salir a quemar combustible y pinchar nubes. El Don de Volar, tenía que usarse para el bien de la comunidad.

Luego de varios viajes, había aprendido que no importaba que el destino que figuraba en los coches dijera Aviación Civil, ya que muchas veces terminó bajándose en el hospital Saint Bois o en la Plaza Colón y necesitó hacer algún trasbordo local o tomarse un taxi de urgencia. Poner el cartel correcto en la marquesina del ómnibus parecía muy fácil de corregir, pero el universo quería que esa clase de errores se repitieran en la mismísima Aviación Civil.

En ese viaje, aquel sábado por la tarde mientras el coche circulaba por las inmediaciones de la sede social compartida entre la IASA y el club ciclista Cruz del Sur, Carlitos recordaba el grupo de aeronáuticos que su profesor le había señalado. Solían pararse en la puerta del hangar, mirando hacia la pista para juzgar aterrizajes, analizar maniobras y criticar a todo aquel que no comulgara en su cofradía.

– No debemos renegar de esas charlas ya que todos algún momento vamos a precisar quién nos preste un avión, pero cuando veas que estás opinando sobre otro piloto te vas a dar cuenta que la envidia y la hipocresía de esta comunidad se te ha contagiado. Ellos no son Aviadores, son simples aeronáuticos. – Le había dicho un mediodía mientras hacía la fila para cargar combustible antes de volar.

A Carlitos no le terminaban de cerrar las situaciones poco profesionales y los sistemas amateur que convivían en ese lugar tan especial para la innovación, para la seguridad y para la ciencia como un aeropuerto. Todo parecía contrastar con las revistas Flying que recibía en forma mensual o con lo difundido en el sitio web de la asociación de pilotos y dueños de avión de Estados Unidos (AOPA), todo en Melilla, parecía que se tratase de otra disciplina. El equipamiento roto, los Notams escritos a mano que duraban meses en las carteleras, el grado de abandono de las instalaciones, la falta de luces, carteles y lo peor por aquel entonces, la falta del cerco perimetral del aeropuerto que en las últimas semanas había saboteado varias de sus clases a última hora del día.

Parecía que entonces, dentro de esa elite que podía pagarse el curso de vuelo, sólo aquellos que no trabajaban ni estudiaban podían entrenarse y volar, porque para hacerlo había que ir a plena luz, ya que al atardecer cuando no se podía distinguir si algún animal había ingresado al aeropuerto, los controladores aéreos no permitían las operaciones. Algo que parecía muy sensato, pero dificultaba el progreso de Carlitos en su curso y por lo tanto también restringía los ingresos de la escuela de vuelo y en consecuencia el salario de su instructor.

La Comunidad estaba dividida, había quienes, sin decirlo, parecían querer que los aviones directamente no volaran, así no había riesgos. Otros, pedían que el Municipio fuera quien pusiera el cerco ya que la autoridad aeronáutica no estaba en condiciones de afrontar semejante gasto y mientras tanto, las jornadas de vuelo se había acortado.

• ETA 18:15 – escribió Carlitos y luego puso Enviar SMS.
• RGR – Hacé plan, nos vemos en Operaciones.
• ETA 18:30! – voy en taxi, me dejó en Saint Bois
• No hay problema, estoy volando.

La puerta del taxi se abrió frente a la terminal del histórico aeropuerto de Montevideo y todas las miradas se concentraron en ese desubicado que, seguramente confundido, había equivocado de Aeropuerto. Carlitos ya llevaba en la mano el formulario del plan de vuelo que había terminado de completar en el ómnibus y entró directamente hacia la oficina de operaciones para presentarlo. Sabía que, si todo seguía igual con las medidas adoptadas por la faltante del cerco, no le quedarían muchos minutos de vuelo.

Seguramente, luego de presentar el Plan, debería esperar en la puerta que daba hacia la plataforma para estar atento a que su instructor dejara descender al alumno que estaba volando con él y así, sin apagar el motor, Carlitos subiría y podrían irse al aire sin demoras y volar al menos 40 minutos que lo acercaran a su objetivo del vuelo solo.

Cuando salió del baño, confirmó que la aeronave que había estacionado y apagado el motor era la comandada por su Instructor, pero más grande fue su sorpresa cuando lo vio entrar con su tradicional sonrisa acompañado de un muchacho joven que Carlitos no reconocía como uno de los alumnos con los que solía coincidir.

– Carlitos!, te presento a November Tango, uno de los controladores más profesionales que conozco.
Era la primera vez que Carlitos veía en persona a un CTA. A simple vista, no tenía nada que hiciera que uno lo pudiera distinguir. Los pilotos en cambio siempre iban con sus gafas estilo aviador, o su campera Alfa, o su bolsito de mano.
– Siete Tres, – Saludó con simpatía – bueno agilicen a ver si pueden dar un par de vueltas de pista por lo menos, el sol se está por poner.
– Gracias, atinó a decir Carlitos y salió abriéndose paso rumbo al avión, shockeado por la idea de que el viaje de casi 2 horas de ómnibus le permitiría dar sólo un par de vueltas de pista.

– ¡¿Presentaste el plan?!, lo interrumpió el instructor que ya venía rumbo al avión a pasos rápidos a punto de trotar.
– Afirmativo – respondió Carlitos.

Inmediatamente le cayó la ficha. Algo le hizo clic antes del vuelo, pero tardó muchas horas en procesarlo. No estaba cómodo, pero no podía darse cuenta por qué.

Mientras hacían cabina, el instructor le explicó:
– Con todos estos problemas de horarios, hoy me faltó el australiano y hacía tiempo que le debía un vuelo al flaco este. La mejor forma de solucionar este problema es poniéndonos todos de acuerdo. Yo entiendo su postura, pero fíjate que yo si no vuelo, no como. Capaz que nos deja volar un ratito más hoy.

El instructor se hizo cargo de los chequeos prevuelo para no desperdiciar valiosos minutos y cedió los comandos a Carlitos cuando la aeronave estaba autorizada y en condiciones de despegar.

El tema, sería el habitual para la fase del curso, vueltas de pista.

Despegaron con rumbo norte, ascendieron hasta los 500 pies, viraron por izquierda con proa al oeste y al cruzar la rotonda del empalme con el anillo perimetral volvían a virar por izquierda manteniendo el ascenso hasta los 1000 pies en sentido contrario al de despegue. Con la cabecera de la pista a 45 grados, reducían la potencia e iniciaban el penúltimo viraje, ahora en descenso. Las comunicaciones con la torre fluían, respetando el turno de un par de aeronaves que ya habían anunciado sus intenciones de detención total y luego de virar por última vez por izquierda, quedaban alineados a la pista para realizar su toque y sigue, y repetir el circuito.

Carlitos trataba de aprovechar al máximo la clase, pero todavía lo incomodaba el tiempo que había invertido en el viaje y que en cualquier momento su instructor comunicaría “detención total” y la clase terminaría por culpa del famoso cerco.

Cuando Carlitos alineó nuevamente el centro de sus piernas con el eje de la pista para un nuevo aterrizaje, el controlador aéreo transmitió: – “Bravo Golf Uniform, autorizado a tocar y seguir, están solos en la cucha”.
Debieron pasar muchas horas de vuelo para que Carlitos aprendiera que en realidad el mensaje era “están solos en la escucha” lo que significaba que no había otras aeronaves volando y que por lo tanto no hacía falta que notificaran su posición en el circuito.

Carlitos, controló el avión y empujo hasta el fondo el comando de potencia para volver a despegar. “Al menos vamos a hacer 3 circuitos”, pensó, no está tan mal y sintió como su cuerpo se relajaba y se sacaba de arriba esa molestia que lo tenía ofuscado.

Mientras ascendían, observó por encima de su hombro las inmediaciones del aeropuerto, la pista apenas iluminada comenzaba a cubrirse con cerrazón y no pudo anticipar que su instructor reduciría abruptamente la potencia del motor para simular una emergencia. Le costó varios segundos reaccionar y entender que él estaba al mando del avión y que el instructor pretendía que decidiera como proceder.

Por fin decidido, dijo: – Vamos a la ruta –
– ¿Para qué vas a ir a la ruta si estás sobre el aeropuerto? Vamos al aeropuerto, estamos solos, tenés el viento a favor y buena altura.

No había sido un buen vuelo. Carlitos deseaba poder empezar todo de nuevo y tener una clase normal. Poder despertar sus piernas que estaban más pesadas y lentas que lo normal, poder sentirse adelante del avión, reaccionar más rápido, estar más concentrado. Pero todo lo que venía pasando lo había afectado y este vuelo no era el suyo.

El instructor había tomado los comandos y demostraba con extrema habilidad cómo controlar la aeronave. Volaban recorriendo la pista en ambos sentidos, tocando con la rueda izquierda, o la derecha. Volando lateralmente o flotando a pocos metros del suelo.

El Aeropuerto Internacional se había convertido en un campo de juego, en donde el CX-BGU en solitario, iba y venía sin rumbo predecible, pero demostrando toda su versatilidad y capacidad de maniobra.

– Tenés que controlar el avión. Vos mandás. Mové las piernas, usá la potencia, usá el compensador, este avión lo aterriza una madre. – Repetía una y otra vez el instructor para que Carlitos reaccionara.
– Demos otra vuelta de pista y nos vamos. La próxima clase te va a salir mejor.

Carlitos, con el orgullo herido, se propuso hacer el mejor circuito de tránsito del día.

Su memoria encontró el manual operativo que todos los pilotos de la Escuela debían aprender, allí estaban las velocidades a mantener en cada tramo del circuito, así como las comunicaciones y las comprobaciones que había que hacer.
– Adami Torre, hacemos una última vuelta de pista y nos vamos. Gracias por la espera – dijo el instructor.

El ocaso estaba oscureciendo el campo lindero a la pista y las luces que marcaban su borde resaltaban mejor. Carlitos estaba disfrutando de esta última aproximación final y se aprestaba a cortar toda la potencia ya que tenía la pista asegurada. Esta vez, lo había hecho mejor.
Súbitamente, sintió la mano del instructor que desplazaba la suya del comando de potencia y le decía con firmeza– “Mío el avión”, al tiempo que aplicaba acelerador a fondo y desviaba el pequeño monomotor hacia la pradera a toda velocidad.

– MIRÁ, MIRÁ, ¡AHÍ ESTÁ ESE HIJO DE PUTA!
ADAMI TORRE, AVÍSALES A LOS GUARDIAS QUE TENGO A UNO ACÁ EN LOS PASTIZALES.

Carlitos, no llegó a ver a qué se refería el instructor, pero aseguró bien su cinturón y activó todos sus sentidos para tratar de entender lo que pasaba, y al mismo tiempo, aprender.

El instructor maniobraba continuamente la aeronave buscando mantenerse dentro del campo del aeródromo y al mismo tiempo divisar al objetivo.
– Ahí salieron los PAN, van a pie rumbo a la calle central.
Era la voz de November Tango, que demostraba estar complacido por lo que estaba sucediendo y podía atestiguar desde su puesto.

El instructor puso al avión nuevamente en dirección a los pastos, esta vez con una inclinación que permitía tener un mejor ángulo de visión y eso permitió que Carlitos tomara conocimiento de la gravedad del problema.
Apenas visible, entre los pastizales, un muchacho de no más de 20 años, montado en pelo sobre un tordillo flaco, sostenía en la mano derecha un rifle y observaba impávido la acometida del avión de instrucción.

A casi 200 km/h, todo pasaba muy rápido y las fuerzas G sobrecargaban de adrenalina la situación.
– En la ubicación de mi última picada…. Está ahí a caballo, dijo el instructor en la frecuencia, con la voz entrecortada por la excitación.
– “Está armado, tiene una escopeta”, le acotó Carlitos al instructor.
– PRECAUCIÓN, ESTÁ ARMADO. Repitió el instructor para informar al controlador aéreo.

Carlitos miró por la ventana ubicada en la parte posterior de la cabina y pudo ver como el jinete huía decididamente hacia la ruta 5, lejos de los guardias de la Policía Aérea Nacional que ni siquiera habían logrado llegar a cruzar la pista.

El Instructor, prolongó un poco más el ascenso mientras parecía meditar el próximo paso y recomponerse, viró por derecha y volvió a picar el avión.

– Vamos a darle un susto, para que aprenda. –

Cortó la potencia y apagó las luces de aterrizaje. La inercia y la gravedad aceleraban la aeronave en forma furtiva rumbo al jinete que estaba luchando contra el tejido para poder salir del aeropuerto en el límite con la ruta 5 a un centenar de metros de la pista. La cabina estaba en silencio, desde la torre de control no llegaba ningún mensaje. La respiración del instructor era silenciosa y su mirada fría y calculadora, como la de un francotirador a punto de disparar, el alumno estaba inmóvil poseído por la aventura. En ningún momento sintió temor de que algo pudiera salir mal, de que el bandido disparara con su rifle, de que el avión se precipitara, de que el jinete fuera decapitado o lo lesionara su caballo espantado por la hélice bi-pala.

Era la primera vez que podía sentir el medio aéreo como un arma, y él al menos creía estar en lado de los buenos, de eso no había duda. Su instructor estaba con él, la Policía estaba en el mismo equipo, y el joven controlador aéreo que los había saludado más temprano, colaboraba en la casería.

Tal vez, esa tranquilidad letal era producto de las incesantes incursiones de bombardeo que había hecho con el simulador de vuelo o de las historias que alguna vez, un par de compañeros de estudios le habían hecho sobre los ejercicios de tiro en la Fuerza Aérea.

Pero allí estaba, como un espectador sentado en la mejor ubicación de la sala del cine, viviendo ese momento.

Cuando faltaban unos 50 metros, cerró el aire caliente del carburador, aceleró a 2500 RPM y pasó rasante sobre el jinete, emulando el ataque sorpresa de un dragón enfurecido.

Carlitos volteó y sintió como su estómago le subía a la garganta. Virar la cabeza bruscamente en un avión que cobraba altura rápidamente le había provocado un repentino mareo. En sólo unos segundos, su vista se aclaró, pero el jinete ya no estaba. Era como si hubieran atravesado un fantasma y lo hubieran evaporado.

En silencio volvieron al hangar, guardaron el avión y en la sala de clases hablaron sobre la importancia de entrenar la agilidad con las piernas, de no tener los pies pesados y de comandar activamente el avión.

Nada se volvería a decir sobre aquel vecino, que un sábado de tarde, había ido con su chumbera a casar perdices a los campos de melilla. No iba a ser la última vez que Carlitos encontrara caballos en la pista en un anochecer pero esa será otra historia.

– ¿Me trajiste plata?
– Afirma.
– Menos mal porque está brava la mano este mes. Te llevo hasta el Centro ¿Te queda bien?
– Si claro.

Cerraron la oficina, apagaron las luces y subieron al auto francés que tenía un par de décadas de servicio. Carlitos, se sacó la campera y la dejó en el asiento trasero. Prendió su teléfono y le escribió a su esposa. ETA 21:00, me dejan en el centro. 😉

– ETA 22:00 el auto del instructor no tenía nafta. ·#!$%”!! Después te cuento.

-FIN-

Carlitos sintió que no le cabía ninguna responsabilidad en esa casería, pero y ¿si algo hubiese salido mal?. ¿Te pasó alguna vez de considerarte un simple espectador en una acción que puso en riesgo a otras personas?
Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

2 Comments
  • Lucas Machado
    Posted at 18:58h, 28 enero Responder

    Muy bueno, espero con ansias el siguiente, sigue pasando aun en adami….

    • Martín Filippi
      Posted at 23:53h, 03 febrero Responder

      Lucas, espero te guste el próximo capítulo. La historia se desarrolla íntegramente en Rocha.

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