Carlitos Rey – Capítulo 10: “Un viaje predestinado – última parte”

Tiempo de lectura: 15 minutos

Hacía una semana se habían reunido en la casa de Marcelo en el barrio Cordón. Carlitos que ya había volado a General Rodriguez el año pasado acompañando a su instructor, conservaba la planilla de vuelo así que solamente repasaron juntos el itinerario y demás previsiones.

Parte 2
En viaje.
Los nombres, apellidos y direcciones de esta historia fueron cambiados para evitar herir susceptibilidades.

¿Ya leíste la primera parte de este capítulo?

Cuando llegó se encontró que ya estaban reunidos los 3 pilotos y aguardaban a que Marcelo terminara un puente aéreo virtual. A Carlitos le llamó la atención que uno de los pilotos virtuales con mayor cantidad de horas registradas en el simulador no tuviera ni pedales ni comandos y solamente volara con el teclado y el ratón. Al verlo volar, se dio cuenta que era cuestión de enfoque.
Carlitos usaba el simulador para entrenar maniobras que aplicaba en sus vuelos actuales, mientras que Marcelo ponía el énfasis en el manejo del piloto automático y otros procedimientos propios del Boeing 737.

Ellos tres tenían su meta fijada en las aerolíneas y sabían mucho sobre aviones grandes, su operación y dominaban la jerga, pero para este vuelo, contaban con Carlitos como guía y responsable ante los dueños de la Escuela de Vuelo que les prestaría el avión, por tratarse de un tipo casado y de casi 30 años y ya haber volado a GEZ.

Cuando Carlitos llegó a Carrasco para hacer su vuelo de habilitación en el Cessna 172, el instructor lo recibió con varias alabanzas sobre su acto heroico que aparentemente les había salvado la vida a sus alumnos. La famosa Jessie se había encargado de repartir el rumor de que Carlitos era un piloto serio y sobre todo muy responsable, así que con mucho gusto le abrieron las puertas de la escuela y le autorizaron a volar en su avión luego de un breve vuelo de inducción.

El sábado de marzo, la mañana en que finalmente volarían hacia Argentina, carlitos llegó algo demorado al Aeropuerto de Carrasco y se encontró en la puerta de ingreso con la mala noticia de que no había combustible para aviación general, por lo que deberían hacer una escala en Adami. Cristián que estaba en el auto del padre, lo invitó a que lo acompañara hasta su casa en Carrasco para traer el sobre de dormir que se había olvidado mientras Marcelo y Joaquín seguían haciendo la parte aburrida de los preparativos del vuelo.

En el auto de alta gama llegaron en cuestión de minutos a la esquina de Blanes Viale y San Lucar. Cristián no pudo entrar con el auto a su casa porque una camioneta de jardinería estaba estacionada en la entrada –¿Estos muertos de hambre no saben que no pueden estacionar acá?, les matás el hambre y te complican la vida…. Te dejo acá en la esquina y me esperas ¿ok?-
Carlitos se quedó en el auto disgustado por el comentario de su compañero de viaje. Se recostó y se puso a mirar la zona de la ciudad que se movía a su alrededor y en la que rápidamente se sintió extranjero.

Todavía estaba con algo de sueño y como Cristián había traído puesto el aire acondicionado, abrió la ventana para cambiar un poco el aire. El resplandor lo sorprendió inicialmente, ya que tenían los vidrios polarizados. También se sorprendió al escuchar y ver como caían piñas continuamente desde los pinos ubicados en la esquina opuesta. Un par de muchachos estaban trepados y con varejones descolgaban las piñas para luego embolsarlas en arpillera para venderlas en alguna esquina.

La cafetería frente a la que habían estacionado tenía un pizarrón que decía “Lunch & Crunch open 8 to 22”. Junto a él desfilaban exclusivamente autos y camionetas de alta gama, a excepción de los camioncitos o motos utilizados por los jardineros que como un ejercito de abejas zumbaba con sus cortadoras de césped y bordeadoras por todos lados y que silenciaban exclusivamente cuando alguna de las chiquilinas uniformadas para hacer deporte con camperas de neopreno fluorescentes y calzas negras pasaba entre ellos sin anunciarse o pedirles permiso.

Claro, había una gran diferencia con el Montevideo que Carlitos solía ver los sábados cuando viajaba en ómnibus hacia Melilla, aquí la gente salía de sus casas para hacer deporte, llevaban raquetas de tenis en bolsos de marca Wilson, o paseaban perros salidos de algún salón de belleza canina.

No se veían autos viejos cargados de cajas de cartón con productos para vender en algún puestito callejero, ni gente con mamelucos para hacer alguna changa o madres acompañando a chiquilines disfrazados de futbolistas rumbo al partido de baby.

Era otra ciudad, con un Castillo de dos torres de cara al mar, canteros anchos y árboles decorativos.

Desde una garita de fibra de vidrio color blanco ubicada en la puerta lindera al portón por el qué había entrado Cristián, salió un guardia de seguridad y se acercó disimuladamente a una pareja de ancianos que empujaba un carrito de supermercado cargado de bolsos, un par de sillas playeras rotas, y muchas bolsitas de nylon repletas que estaban metidas a presión o atadas a los bordes del carro.

Ellos tenían la piel curtida por los años y la intemperie, caminaban lenta y automáticamente iban hurgando entre los canastos de basura de cada casa o comercio. El guardia, era un hombre bajo como ellos, de tez oscura, lentes de sol y usaba un bigote bien tupido. Tenía puesta una campera de lluvia negra larga hasta las rodillas y parecía un paraguas por su físico esbelto.

Se acercó sin detenerlos en su camino y del bolsillo derecho de su abrigo sacó un paquete de galletas Crick-Crack y les ofreció algunas, al tiempo que vigilaba que nadie lo estuviera viendo.
El viejito podría tener unos 70 años, pero caminaba encorvado y su cara estaba cubierta de barba totalmente enrulada y completamente blanca, vestía con ropas deportivas y zapatos nike de tenis desgastados. Con parsimonia le dio un par de bolsas que aparentaban estar muy pesadas y el guardia las escondió rápidamente bajo un arbusto que hacía las veces de cerco de la casa que custodiaba. La viejita hablaba permanentemente, pero lo que decía era inentendible y parecía alternar insultos y carcajadas.

Siguieron su camino y el guardia regresó a su garita revisando en el pasto si había alguna nuez pecan que en esos días estaban cayendo constantemente de los nogales que embellecían la cuadra, cruzándose con Cristián que apresuradamente venía rumbo al auto.

 

-¡Que onda que tiene esa cafetería! Se ve que está buena, por lo que sale un café y unas donas te comes un chivito.
-¿Querés café? Tenés razón, pinta para irnos tomando un cafecito y se lo jeteamos a aquellos giles que se quedaron preparándonos el avión.
-No no, yo no tomo café – mintió avergonzado Carlitos.
-Ahora no importa, ya me diste ganas. Me voy tomando uno – dijo eufórico Cristián, que, para sorpresa de Carlitos, en lugar de ir hacia la cafetería volvía corriendo rumbo al portón de entrada de su casa.

Un par de minutos después pasó frente a él, pero con rumbo al local, entró y se sirvió en la taza que había traído desde su casa directamente desde una cafetera que estaba apoyada en el mostrador. Saludó de lejos a la empleada haciéndole dedito gordo para arriba y volvió al auto.

-Ahora sí. Ahora parece que estamos en New York – dijo satisfecho Cristián, mientras le pasaba la taza con el logotipo verde de Star Bucks que había ido a buscar a su casa a Carlitos para que lo probara.
-Si, tal cual – respondió Carlitos, pensándolo en un sentido más amplio y sin prestarle atención alguna a la taza.
-Me la traje de allá. ¿está buenísima viste?, no sabés lo que es la calidad de vida. ¡Quién pudiera vivir así!
-Che, pero y que onda. ¿vas y te servís así nomás? –
-Se llama re-fill, si compraste algo, podés volverte a servir –
-Pero vos no compraste nada… –
-Ahh bueno, lo que pasa es que mi viejo vuela todos los meses a Panamá y les trae varios paquetes de café y a ellos les sale más barato comprárselos a él. Y ta, tenemos café gratis –
-¿Y esa casa de la esquina? ¿Quién vive ahí que tienen guardia y está llena de cámaras y tienen un jardín impresionante todo arregladito? ¡Hasta en la vereda tienen plantadas flores!
-Ahh, esa. Esta desocupada hace pila.-
-¿Cómo desocupada? ¿no vive nadie? – insistió Carlitos incrédulo.
-Si, por acá esta lleno de casas así. Son de embajadas, o compradas por diplomáticos que alguna vez vivieron en Uruguay y se quedaron un timepo con la casa. A esa le hacen todos los mantenimientos como si viviera gente para que no pierda valor, pero no vive nadie. A veces vienen de una empresa de seguridad a revisar por adentro todo, las alarmas, las cámaras, pero no vive nadie. Mi viejo le tiene unas ganas bárbaras.
-Y hasta pagan un sereno, impresionante.
-No no, el negro lo pagamos nosotros con los otros propietarios del Condo, ¿no lo viste salir? Tiene unos lentes Ray Ban míos que me sacó mi vieja porque estaban pasados de moda.
Carlitos tragó saliva y con ganas se tomó un sorbo del café panameño vendido en Uruguay en una tasa de New York. – Si lo vi, guardaba unas bolsas atrás de un arbusto –
Carlitos se arrepintió inmediatamente de haberle dicho eso. Seguramente Cristián no estaba al tanto de ese secreto.
-Ahh, ¿si?, ¿un cerco que hay contra la esquina de la casa?. Ahí duermen unos viejitos.
-Ahh ¿los conocés? Recién pasaron.
-Si claro, dicen que ella era la limpiadora de la casa y el viejo era el sereno antes, pero cuando se fue la gente que vivía ahí quedaron en la calle porque no tenían un mango. La vieja está re loca ahora, mal.

El auto arrancó rumbo al Aeropuerto de Carrasco para iniciar la travesía en avión privado hacia un festival de hobbistas en Buenos Aires.

-¿Che y ahora está todo bien con Joaquín? – continuó la charla Carlitos luego de unos minutos de meditación en lo afortunado que se sentía y lo desigual que creía que era la suerte en la vida.
-Si, todo bien. Joaquín es como un hermano para mí. Lo conozco desde pendejo y mi viejo conocía al padre de él.
-¿y a tu viejo lo ves seguido? ¿cómo es eso de ser piloto de aerolínea?
-Si, yo que sé. Lo veo todas las semanas. A veces pasa un par de semanas afuera y luego está acá unos días de corrido. Igual ya estamos acostumbrados. Mi hermana ahora está en New York y se va a encontrar con él allá.
-¿Ahh está estudiando allá o algo?
-¿Quién mi hermana o mi viejo?
-Tu hermana, ¿es mayor que vos no?
-Noo, ¿estás loco? Jaja, la petisa tiene un año menos. Cumplió 18 y se fue de compras con las amigas, había una promoción en algunas tiendas de la 5ta avenida.
-Ahh, algo así como un día del Centro – Dijo con normalidad Carlitos
-¿Un día el que? – respondió desconcertado Cristián. -Aprovechó que mi vieja se iba de retiro de silencio con su mejor amiga del Opus y como yo tampoco iba a estar acá, arregló con las compañeras del liceo y se fueron por el fin de semana.
-¿Retiro del qué? – preguntó Carlitos, pero Cristián no lo oyó. ¿por el fin de semana? Se quedó pensando Carlitos….

Cuando llegaron nuevamente al portón de acceso a los hangares civiles del Aeropuerto de Carrasco, el guardia les pidió sus pases, pero como Carlitos no era alumno de una escuela de Carrasco, sólo tenía su cédula. El problema, era que si dejaba su cédula, no podría luego hacer el trámite de migraciones para salir del país…

Así que nuevamente vieron demorada su salida ya que tuvieron que ir hasta la casa de Carlitos para traer su pasaporte.

40 minutos después, el guardia aceptó el pasaporte sin percatarse que se encontraba vencido y la tripulación pudo emprender su viaje por vía aérea, haciendo su primera escala en el Aeropuerto Internacional Ángel S. Adami de Montevideo en dónde fueron de los últimos en conseguir combustible antes que también se agotara.

En migraciones completaron unas 15 copias de formularios y confirmaron su plan de vuelo hacia el Aeropuerto Internacional de San Fernando al norte de Buenos Aires, desde donde luego volarían 30 minutos más aproximadamente hasta el Aeródromo de General Rodríguez próximo a la ciudad de Luján.

El vuelo por la línea de costa hasta Carmelo no tuvo nada de entretenido más que la búsqueda de un ultraliviano furtivo que el radar no tenía identificado y podía cruzarse con el Cessna de los muchachos.

El cruce del río de la plata a la altura de la Isla Martín García sirvió para el repaso final de la aproximación al aeropuerto el cual estaría a cargo de Marcelo quién lo había practicado hasta el cansancio en el flight simulator de su casa.

Ver los edificios de la ciudad desde el aire, o sobrevolar la zona del tigre, no representaba una novedad para ninguno de los tres jovencitos ya que todos habían viajado más de una vez con sus padres o familiares en taxi aéreo.

Aterrizaron y fueron recibidos muy amablemente por la funcionaria de operaciones quién ayudó a los novatos en todo el papeleo y revisión aduanera de su avión y los instó a no demorarse para no perderse parte del Festival.

40 minutos después y luego de que Carlitos viera como los 3 amigos se gastaran el equivalente a una hora de vuelo comprándose camisetas Hering blancas con el logo de Cessna o Boeing estampado en el pecho, despegaron hacia el Noroeste de la provincia de Buenos Aires con la proa a la pista privada del Haras La República desde donde según el protocolo de arribo al encuentro, se deberían poner en contacto con el servicio de información de vuelo del evento en la frecuencia 118.0 Mhz para aterrizar en forma ordenada estrictamente antes del mediodía.

Como Carlitos ya conocía ese último tramo del viaje y todos los miembros de la tripulación habían acordado pilotear distancias similares, fue el encargado de la navegación durante los primeros minutos y luego asumiría los comandos para el aterrizaje.

Esa última pierna de la navegación se realizaba en lo que lo argentinos conocían como “espacio VFR no controlado” algo que sonaba raro para los pilotos charrúas, pero que básicamente significaba que no deberían molestar a los controladores aéreos. La principal atención debían ponerla en los finales de los distintos aeródromos civiles y militares que iban cruzando y en entender algo de todo lo que se escuchaba en la frecuencia aeronáutica, que a diferencia de lo que ocurría en Uruguay, era super dinámica y con todo tipo de aeronaves y acentos extranjeros y provinciales.

Los muchachos se habían intentado acostumbrar a los nombres de los puntos de control escuchando la transmisión en vivo por internet de la frecuencia aeronáutica, pero una cosa era hacerlo desde sus casas y otra muy distinta era estar en la cabina intentando identificar si alguno de los mensajes era para ellos.
Después del furor inicial de intentar fotografiar todo el entorno de la ciudad, ahora todos estaban bien atentos a encontrar otros aviones en vuelo o ubicar referencias terrestres para confirmar su ubicación.

No disponían de GPS y sólo volaban por estima y algún radio faro no direccional que les ayudaba en su orientación. Los minutos pasaban y milla a milla el techo de visibilidad libre de nubes comenzaba a descender.

Una capa de nubes bajas se interpuso en el camino de todos quienes estaban rumbo al aeródromo y la frecuencia empezó a alborotarse con aeronaves que informaban que descendían en búsqueda de referencias visuales y otras que directamente solicitaban permiso para volar directo al aeroclub sin seguir el procedimiento publicado.
Para colmo, faltaban pocos minutos para que se cerrara la ventana de arribos y comenzara la reserva del espacio aéreo para los vuelos acrobáticos lo cual dejaría a la tripulación uruguaya en condiciones adversas.

Carlitos miraba hacia adelante y a la izquierda en busca del claro del aeródromo en donde los esperaba un kilómetro y medio de pista de césped, Cristián que viajaba de copiloto buscaba la ruta 6 y la posible presencia de otras aeronaves.

Joaquín y Marcelo llevaban la carta de vuelo visual en sus rodillas y estaban atentos a todo lo que se escuchaba en la radio para hacer una composición de lugar y la posición de otras aeronaves.
No había caos, había adrenalina y sensación de riesgo. “En qué baile nos metimos” pensaba Carlitos y recordaba los artículos de revista Flying que había leído sobre lo complicado que era llegar volando al Festival aéreo de Oshkosh, en donde a los pilotos novatos se les recomendaba que aterrizaran en aeródromos cercanos para no exponerse a un tránsito tan exigente durante el aterrizaje.

Esta aproximación estaba siendo totalmente distinta a la que había hecho acompañando a su instructor un año atrás y de poco servía aquella experiencia ahora.
Pilotos de Helicópteros avisaban que estaba aterrizando con visibilidad nula al este del campo y pilotos de aeronaves militares urgían a todos a aterrizar lo antes posible porque se aproximaba una escuadrilla que realizaría vuelos rasantes.

Los muchachos habían decidido seguir volando el avión con el rumbo y altitud previstas esperando encontrar mejores referencias visuales más adelante. Sabían que estaban en algún lugar entre las ciudades de Luján y General Rodriguez y tenían combustible suficiente para alternar en alguna de las bases aéreas cercanas.-Bueno a ver…. ¿quiénes quedan todavía en el aire? ¡Vamos chicos, que los amigos de la Fuerza Aérea nos piden que despejemos el espacio aéreo! – Fue el mensaje del controlador aéreo que estaba coordinando el evento desde la Aeródromo.

Todas las pequeñas demoras que habían tenido antes de empezar el viaje, ahora les pesaban y comprometían su vuelo.

Una tras otra las distintas tripulaciones fueron indicando su matrícula, tipo de aeronave y ubicación.

Ni un solo Cessna, todos eran bimotores o helicópteros y todos estaban confluyendo en la vertical del aeródromo.

-Charlie Exrey Alfa Yankee Zulu, con 1500 pies, al Oeste del campo, sin el suyo a la vista – Dijo Cristián algo nervioso.
El controlador aéreo no les respondía. Continuaba ordenando a las otras aeronaves y Cristián insistió.
-Charlie Exrey Alfa Yankee Zulu, con 1500 pies, ¿me reciben?
-Alfa Yankee Zulu, vengo atrás de uds, los voy a pasar por la izquierda, síganme que voy con instrumentos –

Carlitos no reconoció la voz inmediatamente pero cuando vio los saludos que le hacían desde el otro Cessna uruguayo que los estaba pasando a menos de 50 metros de distancia entre las nubes se sintió rescatado por alguna clase de super héroe.
Con suavidad, el CX-BHM piloteado por Leonel Domínguez y Guillermo Peña, con sus colores naranja y blanco los sobrepasaba de forma prodigiosa y los ponía en dirección a la vertical del evento.

-General Rodriguez Charlie Ex-rey Bravo Hotel Mike, dos uruguayos para incorporarse a circuito de tránsito – Dijo con seguridad y sin demasiado protocolo.

Fue como si la hélice del 182 despejara las nubes del camino frente a ellos.

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Ahora era evidente que estaban prácticamente sobre el final de la pista y con claridad podían verse los distintos tipos de aeronaves que habían estado monitoreando por la radio. Los helicópteros se veían aterrizar como grandes puntos negros entre la multitud. Desde su derecha, veían como los bimotores los cruzaban en una larga inicial para incorporase al tramo del viento y ellos hicieron lo mismo.

El BHM anunció que se mantendría el aire para hacer un circuito más, pero los pilotos del Alfa Yankee Zulu ya estaban decididos a aterrizar – Vamos ahora, vamos nosotros – Todos estaban de acuerdo y se acomodaron como pudieron para el aterrizaje.

La pista era increíblemente larga, de un césped verde soñado. Por debajo de ellos, pasaba el barrio country aeronáutico salido de una película en donde los pilotos pueden hangarar sus aeronaves en sus propias casas.

 

Carlitos tiraba abajo el 172 para perder altitud cuanto antes porque evidentemente venían muy alto. Aquel circuito de aproximación final no era como los habituales de Melilla, había muchas aeronaves aterrizando al mismo tiempo y algunas seguían el circuito estándar y otras pedían pista y pretendían aterrizar directamente.
El controlador aéreo hacía todo lo posible para ordenarlas, pero tanto la meteo como el horario y los mensajes de los pilotos de la escuadrilla argentina aumentaban la presión.

-Venimos muy rápido – Le comentó con mucha preocupación Cristián a Carlitos.
-Tranquilo, la pista es larga – Dijo Carlitos intentando no sobrepasarla en su último viraje por izquierda.
En lugar de aproximarse con 70 nudos como decía el manual, venían con más de 100 ya que se habían tirado en tobogán desde los 1500 pies y venían entre aeronaves más performantes que su 172. Sólo querían aterrizar.
-Bueno señores como cambió el viento, cambiamos la pista en uso, a partir de este momento aterrizamos al revés. Pista en uso 17 ¡Agilicen por favor! – Dijo el Controlador justo cuando Carlitos estaba cortando el planeo.
-CX-AYZ aterrizando pista 35 – dijo con severidad Carlitos y controló la aeronave al tiempo que se mantenía en efecto suelo sobre el pasto procurando desacelerar el avión.

No había duda de que venían más rápido de lo deseable, las ruedas hicieron contacto con la pista un poco antes de la mitad y todos estaban inclinados en sus asientos mirando hacia el frente atentos ante la posibilidad de que otra aeronave viniera en sentido contrario.

-Pista Ocupada, pista ocupada– Anunció Carlitos por la radio, manteniendo su vista fija en la luz de aterrizaje de varias aeronaves que estaban por aterrizar.
-¡Despejá por acá! – lo urgió Cristián
-No podemos, no nos dá y hay cunetas. – replicó Carlitos aumentando la potencia para acelerar el avión.
Cristián agarró el micrófono, pero Carlitos le tomó la mano y le dijo: “Vamos a la cabecera opuesta”

Quedaban menos de 200 metros para llegar al final de la pista y no había otras opciones. La pista estaba rodeada de aeronaves estacionadas y público, por lo que no podían salir de ella. Las aeronaves estaban a punto de aterrizar por lo que tampoco era lugar para detenerse y simplemente esperar que todos abortaran su aterrizaje. Por supuesto que irse ellos al aire no era una opción viable por lo que Carlitos decidió darle potencia al motor y llegar lo antes posible al final de la pista.

-¡Pista libre! – anunció con satisfacción Carlitos y suspiró agotado, siendo quizás el único que estaba tranquilo dentro del avión.

Algo sorprendidos y asustados, el resto de los integrantes disfrutaron junto a él de una perspectiva única del aterrizaje de al menos 15 aeronaves de todo tipo que pasaban por arriba de ellos unos instantes antes de aterrizar.
Cuando la frecuencia finalmente se liberó, Carlitos le solicitó a los Controladores que enviaran al cuatriciclo que oficiaba de Follow-me para guiarlos hasta su puesto de estacionamiento.

-¿Pero dónde están uruguayos? No los veo. –
-Estamos en la cabecera 35 –
-¿Y cuando llegaron chicos? –
-Fuimos los últimos antes del cambio de pista en uso
-Uyy no te puedo creer!, qué grosos. Ya los vamos a buscar. No teníamos idea de que estaban ahí. Ya vamos.

Carlitos estaba satisfecho. En su visita del año pasado había observado como durante el Festival varias veces las aeronaves esperaban su turno de despegue ocupando la cabecera de la pista.

Qué lugar increíble, qué comunidad y cuántas oportunidades en la aviación conocieron los recién llegados. El Festival de la Aviación Experimental y Deportiva de General Rodriguez tenía bien merecida su fama y ese fin de semana se deleitaron entre aeronaves acrobáticas y pilotos de toda la región.

Allí escuchó por primera vez la palabra “glamping” que hacía alusión al camping lleno de glamour que habían improvisado al reparo de su C172.

De regreso a Montevideo, pasaron en limpio los gastos y se sorprendieron al ver lo gasolero que había sido Carlitos que prácticamente no había gastado un mango. En cambio, ellos entre souvenirs y comidas habían gastado el equivalente a varias horas de vuelo.

Como era de rigor al devolver la aeronave a la escuela, registraron las horas de motor en el libro del avión aplicando la paramétrica necesaria para desquitar lo gastado. A Carlitos le llamó la atención la metodología y pensó lo adelantada que podría estar su carrera de haber realizado siempre esas ponderaciones.

Por su puesto que no compartía esa pendejada, pero los entendía. En su misión de convertirse en pilotos de aerolínea cada hora contaba y en esos días y a raíz de un trágico accidente se había descubierto que la mismísima Fuerza Aérea Uruguaya (la autoridad responsable de controlar sus registros) había ponderado las horas de vuelo de algunos de sus pilotos para que pudieran participar en misiones de paz de la ONU, los cuales, más tarde o más temprano, competirían con ellos por un cupo en Latam, Pluna, Sol, Gol, o Copa, cuando emigraran al ámbito privado.
Carlitos nunca más volvió a volar con aquellos colegas.

A través de Facebook siguieron en contacto y todos consiguieron trabajo en aerolíneas antes de cumplir 21 años tal cual parecían estar destinados desde su nacimiento. Marcelo, formó parte de Pluna en la época de los CRJ y pasaba semanas enteras de turno en Ipanema. Joaquín, comenzó a volar en una aerolínea regional en la que también volaba su tío y sus primos. Cristián el hijo del comandante Fagúndez, formó su familia en Santiago de Chile y compartió tripulación con su padre antes que éste fuera contratado por una aerolínea árabe. Su hermana menor siguió sus pasos así como su madre que se incorporó como consultora de recursos humanos.

Jennie completó su curso de piloto casi 8 años después en Gran Canaria dónde vive con su esposo.

Carlitos, más adelante, fue de los últimos en orinar para Pluna pero eso se los contaré en otro capítulo.

-FIN-

 

Volar no soluciona los problemas, en el mejor de los casos se quedan ahí abajo esperando que regresemos. Con nuestras diferencias y semejanzas podemos aprovechar cada experiencia para mejorar como personas y buscar juntos una solución. En la vida, para saber que llegamos a donde queríamos ir deberíamos conocer desde donde partimos, así además podremos valorar el viaje.

 

Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

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