12 Dic Carlitos Rey – Capítulo 2: “El que decide es el Instructor”
Tiempo de lectura: 8 minutosEn este capítulo, nuestro protagonista se decide a realizar el curso de piloto privado de aviones y afronta con su inexperiencia e ingenuidad la selección de una escuela de vuelo.
Carlitos se bajó de la avioneta. Se sentía más liviano. Se llevó una mano al bolsillo disimuladamente para sentir sus piernas, la otra estaba agarrada, pegada, abrazada, acariciando el montante del ala, sintiendo el frío del metal y al mismo tiempo el calor de esa pasión que acumulaban 100 años de aviación y miles más de sueños de todas las civilizaciones.
No era su primer vuelo en avión, no era tampoco su primer vuelo en un avión monomotor, pero esta vez, lo había hecho con un objetivo que había sopesado muy bien y que, según su novia – es un riesgo, porque lo vas a hacer, te va a gustar y después ¿Qué vas a hacer?, ¿vas a hacer el curso?, ¿para qué?, ¿vas a trabajar de piloto?, Tenés que averiguar todo bien.-.
Ese vuelo había sido en el A.C. de Minas, era el tipo de aviación rural que Carlitos fantaseaba luego de haber leído el libro de Julio Carrau “Campereando en Monomotor”, entre las sierras, sobre pasto, pero no había imaginado nunca que el tour incluiría el sobrevuelo de tantas vírgenes y monumentos que servían para recordar a pilotos accidentados y que por primera vez le hacían sentir que el vuelo podía terminar abruptamente y que la actividad aeronáutica podía no sólo acabar con su vida sino también afectar a sus seres queridos.
Los meses venideros, Carlitos se dedicó a reunir información sobre los requisitos para el curso, buscó algún conocido que estuviera interesado en hacerlo para averiguar juntos, evaluó su situación económica, se casó, se mudó, instaló el simulador de vuelo en un escritorio solo para él, se emocionó al ver por primera vez el show aéreo de la Fumaça en la Rambla y vibró en el día del Patrimonio en la EMA hasta que un buen día hizo la primera llamada.
El teléfono lo había encontrado en un página web de una escuela de vuelo, decía que los cursos se daban en todo el país, que su flota era de varias aeronaves, que se hablaba en inglés y que en tan sólo unos meses se podía cumplir el sueño de ser piloto de aerolínea.
Había preparado una lapicera y un bloc de notas. Al comienzo de la primera hoja había anotado el nombre de la escuela, y había dejado espacios para completar en donde pondría el nombre de la persona que lo atendía, los horarios y costos de los cursos, los requisitos, y algunas casillas para marcar en caso de que el curso pudiera hacerse de a dos personas, se pudiera volar nocturno, se tuviera que ir a clases teóricas y varias preguntas más que había tratado de consolidar después de haber leído tantas cosas en los foros de internet.
Discó al número que tenía el prefijo de Melilla, 323xxxxxx y recibió una respuesta inesperada – El número que ud. seleccionó no es correcto o fue cambiado -.
Probó nuevamente y otra vez más, volvió a revisar el número, pero no quedaban dudas, estaba mal.
Tomó el lápiz y debajo del nombre de la escuela escribió, número incorrecto.
Dio vuelta la página y anotó el segundo nombre, se trataba de una empresa de taxi aéreo con base en Carrasco y que también ofrecía cursos. Llamó y está vez se escuchó el tono de llamada, una vez, dos veces, cinco veces, diez veces, nadie atendió. Insistió, volvió a probar, era un día de semana y en horario de oficina, alguien tenía que atender, pero tampoco tuvo suerte.
En la siguiente escuela, lo atendió amablemente una persona que no supo evacuar ninguna de sus dudas y le recomendó que llamara más tarde que el profesor estaba volando. Así que llamó una vez, otra vez, y siempre pasaba los mismo. La siguiente vez, el teléfono no lo atendió nadie.
Uno de los materiales que tenía arriba de la mesa, junto al teléfono, era un folleto del INJU (Instituto Nacional de la Juventud) que hablaba sobre las carreras en aeronáutica y tenía el listado de algunas escuelas de vuelo civiles junto a los datos para inscribirse en la Fuerza Aérea.
Hacía ya algunos años que la opción militar había sido descartada por sus padres que habían vuelto espantados luego de entrevistarse con unos amigos, cuyo hijo se había promovido recientemente y le habían contado cosas horrendas del proceso, detallando los baños en aceite quemado, las cicatrices hechas con las insignias y algún otro cuestionamiento ideológico.
En ese momento, comprendió que debería pagar por hacer el curso y consiguió su primer empleo a los 16, para que llegado el momento, tuviera algo ahorrado para pagar las horas de vuelo.
Con las pocas personas que pudo hablar por teléfono le decían los mismo, los mismos requisitos que figuraban en internet y que más detalles no podía darle porque el instructor estaba volando.
Hubo un señor, que intentó evacuar las dudas que el entusiasmado Carlitos tenía.
– Luego de hacer el curso… ¿podré llevar a mis compañeros de facultad a Rivera los viernes, saliendo a las 4 de la tarde de Montevideo? ¿Podré aterrizar en la playa de La Paloma o en la ruta 15?-
Eran tantas las preguntas que el señor amablemente le recomendó – Venite por Adami, conocé las escuelas, hablá con los instructores y decidí vos la que más te guste. Venité un fin de semana que esté lindo el tiempo, que seguro encontrás gente por acá –
Carlitos cruzó la información recabada con un amigo que también estaba interesado y resolvieron ir juntos por Adami luego de descartar la opción de aprender en Carrasco ya que les quedaba del otro lado de la ciudad.
Por fin en el Aeropuerto Internacional Ángel S. Adami, el mismo lugar donde a las 15 años, en el paseo de fin de cursos de su liceo, había podido probar que aterrizar no era tan difícil, y que no a todos les gustaba volar, algunos compañeros no lo disfrutaban, pero el, él quería más, y se pudo subir a un segundo vuelo bautismo y repitió la experiencia de sentir como la aeronave se separaba del suelo, como el Cerro de Montevideo a penas se distinguía del resto del terreno y que la capital era una ciudad diminuta una vez en el aire. La cancha de Liverpool, todavía era de tierra y era el límite del vuelo, lo que le permitía a los pasajeros reconocer el campanario de la Iglesia San Francisco de Asis y por lo tanto su barrio. Allí pudo ver a su madre saludando junto a otros alumnos del liceo, al cuartelillo de bomberos y los imponentes techos de las curtiembres.
Ese fin de semana, con su amigo y acompañados por sus esposas, decidieron recorrer todas las escuelas que estuvieran abiertas, ¿pero dónde estaban las escuelas?, apenas tenían un cartel el Aero Club del Uruguay y Aerotecno, ¡pero habían hablado con muchas personas!, ¡habían visto muchos nombres de escuelas en los listados!, ¡había tantos instructores en los foros! y sin embargo, el aeropuerto no era otra cosa más que viejos y anónimos galpones.
El Aero Club del Uruguay era la escuela que estaba más a la vista, así que comenzaron teniendo que esperar, y esperar a que el instructor de turno estuviera disponible para decirles algo, para mostrarles algo, el tiempo pasaba y nada. Durante casi dos horas estuvieron sentados esperando a que en el siguiente aterrizaje, el comandante no volviera a despegar junto a otro alumno o pasajero.
Del Aero Club, se fueron con la promesa de que si se asociaban, luego de haber cumplido el curso, podrían ir los fines de semana para realizar vuelos bautismo y volar tanto como lo hacía el instructor.
Luego le consultaron a un piloto que habían visto que no estaba volando en la aeronave del Aero Club y les comentó que había otra escuela al lado del cuartel de bomberos y allí conocieron a un grupo de pilotos que acababan de terminar un asado en un medio tanque instalado en la parte de atrás del local y se encontraban haciendo la sobremesa. La oficinita estaba oscura, impregnada de olor a cigarro y cuando se presentaron para averiguar sobre los cursos, algunos de los muchachos que estaban allí salieron para no quedar tan apretados y que pudieran hablar más tranquilos con el instructor.
Carlitos y su amigo se quedaron parados, apoyados contra el marco de la puerta y el instructor les hablaba recostado en una silla detrás del único escritorio que había en la habitación y que aún tenía algunos restos del asado y un par de vasos de whisky sin terminar. Su cigarro generaba un humo bastante denso y con un aroma fuerte que evidenciaba que era de frontera. En efecto, el piloto agrícola les contó los devenires de la carrera, las zafras, las posibilidades laborales, la importancia de aprender a volar bien desde el comienzo y la camaradería que podía encontrarse en la comunidad aeronáutica.
La charla fue muy amena y tanto Carlitos como su amigo se sintieron a gusto hablando con aquél experimentado piloto, que sin dudas era un reflejo fiel de la realidad local de la aviación civil / agrícola. No había dudas que estaban teniendo su primera charla aeronáutica, su verdadero bautismo a la formación como pilotos.
Pero también les comentó que la escuela funcionaba cuando él no estaba de zafra y que eso reducía mucho el tiempo disponible para dar clases, que además en ese momento y por unos meses estarían sin avión ya que lo tenían retenido en un taller y que allí tampoco disponían de materiales de estudio ni clases teóricas.
Cuando Carlitos salió de la oficina, el brillo del sol de noviembre los deslumbró. Habían pasado cerca de cuarenta minutos hablando en penumbras con aquél hombre y habían salido con las manos vacías.
La esposa de su amigo no aguantaba más y su amigo estaba de acuerdo con ella y decidieron irse en busca de sus hijos, así que Carlitos tuvo que prometerle a su esposa que la próxima Escuela sería la última que visitarían ese sábado, se trataba de AeroTecno y estaba ubicada del otro lado de la plaza de la Aviación Civil en donde habían estacionado el auto, así que tuvo tiempo de contarle algo de lo que habían hablado con el piloto agrícola mientras caminaban entre grupitos de jóvenes que jugaban al fútbol, escuchaban música o descansaban sin estar muy pendientes de los aviones.
Al llegar hasta el portón de ingreso, se podía ver estacionadas varias aeronaves, un Cessna 402, un par de 150 que tenían insignias de Aero Clubes de distintos puntos del país y un majestuoso T6 Texan que estaba siendo recuperado.
Al golpear la puerta de madera, los recibió un hombre alto, de camisa blanca y pantalón oscuro, que los invitó a pasar y tomar asiento en los sillones más cómodos que la joven pareja había conocido en su vida. Se presentó como el instructor de la escuela de vuelo y luego de ofrecerles agua fresca y un café, les acercó una carpeta que contenía el folleto a todo color con toda la información necesaria para los cursos.
Posteriormente y luego de verificar que Carlitos cumplía con todos los requisitos necesarios, realizaron una recorrida por la sala de brieffing en donde se encontraban los materiales pedagógicas, una pila de discos compactos que tenían los distintos módulos en formato multimedia, un gran mapa del país y un poster buenísimo de la cabina de un Cessna 172.
Al cabo de 15 minutos, ya estaban conociendo los dos 150 que estaban disponibles para instrucción y tanto Carlitos como su esposa se fueron convencidos de que esa escuela sería la elegida. Al fin y al cabo, había sido muy importante conocer las distintas opciones que había, hablar con cada instructor disponible, evaluar los costos, las aeronaves disponibles y el feeling que había con el instructor. No en vano, saldrían a arriesgar su vida juntos en cada clase y por eso el profesionalismo con el que los habían recibido y la seriedad con la que se había presentado el curso los terminó de convencer.
Unas semanas más tarde, conocería por primera vez a la DINACIA, se daría de frente con los requisitos de análisis médicos y realizaría su primer vuelo de introducción a la instrucción, para ver si estaba preparado para hacer el curso. Pero todas esas serán otras historias que contar.
– FIN –
¿Cómo fue tu primera clase de vuelo? ¿Cómo te decidiste a volar? ¿Cuál fue tu impresión al conocer a tu instructor? Tus comentarios forman parte de la historia.
Aquí puedes leer el Capítulo introductorio “Carlitos Rey – Mis primeras 100 horas de vuelo.”
Aquí puedes leer el Capítulo 1, “Volar es la forma más rápida de trasladarse en Uruguay”
Aquí puedes leer el Capítulo 3 “Carlitos Rey – La primera clase de vuelo.”
Nico J
Posted at 23:43h, 22 marzoGracias por hacerme re-vivir mi entrenamiento de piloto privado en Uruguay. Los detalles me traen gratos recuerdos, y sonrisas. Las mananas en el 329 a Saint Bois, Pasar plan con Vera, o cargar combustible con Santana, los teros de melilla, y mi primer solo son cosas que voy a tener marcadas a fuego.
Gracias!
Lucas Machado
Posted at 23:13h, 31 diciembreSigo esperando la parte 3 jajaja
Martín Filippi
Posted at 10:47h, 03 eneroEn los próximos días la publico!
Muchas gracias por tu interés.
fernando zarazola
Posted at 18:29h, 22 diciembreBuenisima la historia hasta ahora , casi lo que vivi hace 33 años cunado tome mis primeras clases de vuelo.