Carlitos Rey – Capítulo 1: “Volar es la forma más rápida de trasladarse en Uruguay”

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Carlitos estaba de novio, en ese momento dulce en el que los suegros te sacan a pasear con ellos, y el fin de semana de noviembre tocaba visitar el camping del cerro Arequita en Minas. La suegra había logrado hacer la reserva de la cabaña más grande y con mejor vista, llamando desde las 6 am del 1° de julio del año anterior, lo que se había festejado como un gol de Uruguay en el mundial, que en ese 2006 significaba mucho porque no habíamos clasificado.

No dudó en decir que sí cuando su novia le preguntó si quería ir, ya que recordaba muy poco del camping pero tenía muy presente que por allí cerca había una pista, cruzando la ruta, según había leído en un foro.

El viernes de noche lo que podía salir mal, salió, y Carlitos demoró tres horas en poder liquidar un trabajo complicado en la fábrica que quedaba a las afueras de Pando, lo cual implicó que sus futuros suegros, cuñados, la perrita de la familia y su novia lo tuvieran que esperar hasta las nueve de la noche en el estacionamiento entre camiones y pallets, para poder continuar juntos el viaje hasta Minas.

El sábado, no quedaba otra que hacer buena letra con los suegros, jugar a la pelota con el cuñadito y asegurarse de que el asado previsto para el domingo se cambiara por una comidita rápida en el parador, – así no nos complicamos y aprovechamos el día – propuso.

A la tarde de ese primer día, ya habían subido al cerro, y Carlitos había intentado sin éxito, hacer que su novia repitiera la escena del Titanic parados sobre una roca, para convencerla de que abriera los brazos e imaginara lo lindo que sería poder volar como los halcones que planeaban sobre la ladera.

Cuando bajaron a tomar unos mates junto al Santa Lucía, se escuchó pasar bajito sobre los árboles un avión y Carlitos hizo su tercera jugada:  – Mañana después de comer podríamos llevar a tu hermano a ver la pista de aviones que hay acá cerquita, así recorremos un poco -.

El domingo amaneció espectacular, el sol se asomó por detrás del cerro y Carlitos se imaginó que ahí mismo donde estaban, tenía que haber una pista. Era imposible que un lugar tan turístico no tuviera una pista de pasto, sólo era cuestión de alambrar para que los caballos no se metieran y listo, despegar y aterrizar al costado del cerro y bien cerquita del Camping.

Al mediodía cuando llegaban al parador, nuevamente se escuchó el motor cantar sobre los pinos y Carlitos instintivamente tomó la mano de su novia y juntos intentaron encontrar el avión.  – Fua!, Qué divino debe ser volar por acá arriba – murmuró entusiasmado, para tratar de convencerla.

En el parador, el encargado le comentó que la pista que había del otro lado de la ruta ahora era una plantación de papas y un criadero de chanchos y que la estación meteorológica que había en el camping no funcionaba hacía muchísimos años porque nadie venía a hacerle mantenimiento. Carlitos sin demostrar que estaba algo decepcionado, insistió y preguntó por los aviones y ahí fue cuando escuchó las palabras mágicas: “Aero Club de Minas”.

Pidió algunas indicaciones que dibujó en el mantel individual de papel que del otro lado tenía la foto del río y luego de la siesta y una breve caminata para bajar el flan con dulce de leche, volvieron a la cabaña para levantar campamento y poder pasar por el Aero Club que estaba “ahí cerquita” antes de rumbear para su casa.

Para los montevideanos pensar en viajar media hora para ir hasta el Aero Club puede parecer lógico, pero estando literalmente a un par de cerros de distancia, llegar hasta allí pareció interminable. Los primeros minutos del viaje, todos iban atentos buscando la pista y los aviones, pero cuando llegaron nuevamente a la ciudad y en la rotonda de la feria les dijeron que venían por buen camino pero que todavía faltaban varios kilómetros de viaje en sentido opuesto al de su casa, el ánimo cambió.

Se hacía tarde y nadie sabía a ciencia cierta con qué se iban a encontrar. Su novia, luego de mirar por el retrovisor a su madre le dijo:  -¿valdrá la pena ir? ¿estás seguro? – .

La flecha roja muestra la ubicación del Camping respecto al Aero Club de Minas

Carlitos recordó lo que había apostado por hacer el paseo familiar, había pegado el faltazo al partido de fútbol de la liga universitaria y el gran premio estaba a unas cuadras, había que seguir un poco más. Si, era su capricho, pero quería llegar hasta allí.  Por fin apareció un cartel indicador que decía “Aero Club”, lo que significó una bocanada de aire fresco para todos los ocupantes del auto, pero rápidamente tuvieron que cerrar las ventanas porque el camino ahora volvía a ser de tierra y pedregullo y el camión de basura que los precedía levantaba mucha polvareda.

Al entrar al predio, el único fascinado era Carlitos, era obvio que los demás ya estaban aburridos del viaje y sabían que todavía había que hacer hora y media más hasta Montevideo. – No demores mucho -, le sugirió su novia al bajarse del auto.

Carlitos se quedó unos minutos contemplando aquel lugar mágico a unos metros del cartel que decía “Peligro, no pasar” y aprovechó a explicarle a su cuñado que había que estar atentos porque cada vez que un avión pasaba por ahí tenían que cuidarse porque era peligroso. Por eso estaba el cartel.

Luego vio algo de movimiento en el Hangar y se animó a pasar el alambrado y entró decidido a hablar con los pilotos, después de todo, no tenía mucho tiempo.

Al fondo, al costado de un par de aviones, había dos o tres personas agachadas, sobre una lona carreteiro y Carlitos para anunciarse dijo en voz alta:  – Siete Tres – [1] algo que había aprendido que era de buena costumbre, en incontables horas de simulador en internet. Como nadie pareció inmutarse, lo repitió con mayor claridad y esta vez logró que todos lo miraran haciéndole sentir bastante vergüenza, pero… no había tiempo para eso.

Al verlos de frente pudo darse cuenta de que se trataba de paracaidistas, así que se acercó para que su cuñado viera lo que estaban haciendo.  Sólo uno de los lugareños dijo como para explicarle a los demás y romper el silencio “eso es algo aeronáutico” y le extendió la mano para saludarle.

Carlitos fue directo al grano y preguntó: – “¿Se pueden alquilar aviones? ¿Cuánto sale hacer un paseo por el camping Arequita?”. El señor que aparentaba unos 40 años, vestido de mameluco abierto hasta la cintura y camiseta negra con la inscripción “Águilas Orientales”, lo miró amablemente para contestarle,  pero en ese momento se escuchó que una voz lo llamaba gritando por por la radio que estaba ubicada en la entrada del Hangar – nos vamos!, nos vamos! – e inmediatamente afuera se escuchó el rugir de dos motores, uno a continuación del otro que acaparaban la atención de los únicos espectadores, la familia de la novia de Carlitos que ya estaba afuera del auto, apreciando bien de cerca la puesta en marcha, estirando las piernas y tratando de ver en qué estaba Carlitos.

– Venite el sábado o el domingo que viene, que acá estamos siempre, ¡pero vení temprano! -, alcanzó a decirle mientras corría en busca de una mochila y saludaba cariñosamente a un perro al que le faltaba una mano.

Carlitos se quedó satisfecho por la información y se acercó a su familia para ver el despegue de las aeronaves del otro lado del alambrado. El señor del Aero Club, salió corriendo rumbo al avión más próximo pero le hicieron señas de que fuera al siguiente mientras comenzaban a rodar hacia la pista de pasto y despegaban allá abajo, dónde cruzaba el humo del vertedero de basura municipal.

El otro avión, tenía el motor prendido y las puertas abiertas y se podía ver como sus ocupantes se estaban acomodando para dejarle lugar. Alcanzó a escuchar al señor, que antes de subir les preguntó a los pilotos ¿van para Montevideo? y luego introdujo su bolso de mano en los asientos traseros.

Para la sorpresa de todos, el avión que había despegado en primer lugar pasó volando bien bajo y su piloto saludó por la radio que podía oírse desde varios metros de distancia. A continuación, el avión civil más raro que Carlitos había visto hasta el momento, un Bonanza con su cola en forma de V, aceleró y despegó para posteriormente virar hacia la derecha y pasar bien bajito por encima del hangar con rumbo a la capital.

– ¿A dónde iban? -preguntó su cuñado cuando todos se subieron al auto familiar.

– A Montevideo -, dijo Carlitos, me pareció escuchar que llegan en media hora.  El auto quedó en silencio.

– ¿Nosotros le vamos a ganar? -preguntó nuevamente el menor de la familia.

Carlitos no le contestó, su mirada estaba fija en el horizonte, imaginando esos aviones volando sobre la ruta 8 rumbo a la puesta del sol y una decisión que hacía mucho tiempo venía madurando empezaba a cobrar más fuerza, iba a averiguar qué hacía falta para ser piloto.

– FIN –

¿Recordás cómo fue que te decidiste a aprender algo nuevo? No necesariamente tiene que ser aviación... ¿Qué fue lo que te motivó?. Personalmente sabía que volar era un desafío, había leído muchas cosas sobre los exámenes médicos y me preguntaba si estaría apto. Dominar o al menos entender todos esos relojitos de la cabina para algún día poder surcar los cielos, aterrizar en algún campo o playa y decir. Lo hice por mis propios medios.

 

[1] En las comunicaciones aéreas, se utiliza la expresión “siete tres” como saludo.

 

Martín Filippi
[email protected]

Me gusta volar, me gusta su ciencia, la historia de los hombres y mujeres que hicieron realidad lo que parecía imposible. Me gusta lo que la experiencia o el anhelo del vuelo tiene el potencial de modificar en nuestra percepción de la realidad, de los límites, de los desafíos. Dedico una parte importante de mi tiempo libre a impulsar este proyecto, con la visión de que si nos lo proponemos, podemos desencadenar un cambio semejante en aquellos que todavía creen que para volar hacen falta alas.

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