06 Abr Carlitos Rey – Capítulo 11: “Ella prometió escribir”
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La Aviación en Uruguay estaba teniendo una mala racha. Una pésima racha, a decir verdad. El Río de la Plata se había tragado la vida de 3 pilotos, un helicóptero y un bimotor, en accidentes que habían acaparado la opinión pública. Aviones agrícolas tenían incidentes como si no los volaran los mejores pilotos del país y un paracaidista había fallecido en Canelones.
Para colmo, la televisión se había llenado de expertos aeronáuticos que omitían mencionar falencias evidentes en las investigaciones o en los controles que habían llevado a que esas vidas se perdieran, alimentado teorías conspirativas que todos quienes conocían un poco como funcionaba la Aviación en Uruguay temían confirmar por temor a represalias.
En cuestión de semanas, Carlitos sintió como se desvanecía todo el entusiasmo por volar. Para él, volar era una celebración, una fiesta para el alma, ¿y quién iba a querer festejar en aquél contexto?
La Aviación estaba de luto. En los foros sólo se hablaba de dos cosas: de cómo la corrupción del sistema había matado a un piloto joven como ellos y de cómo la corrupción del sistema había matado a un piloto joven como ellos. Todo el grupo de pilotos recién recibidos como Carlitos estaba conmocionado. Un muchacho con algunas horas más de vuelo que ellos, había comenzado a cumplir su sueño trabajando de piloto y ahora su cuerpo había desparecido frente a la costa de Montevideo.
Los más viejos, los referentes que tenía Carlitos, también estaban acongojados y le contaban situaciones que ellos habían sufrido por culpa del vínculo de poder entre la Fuerza Aérea y la Actividad civil. – A mi me cortaron el sueño de volar el Fokker, hasta el Ground me había hecho en Brasil ¿y qué hizo la fuerza Aérea?, empezó a poner sus aviones a hacer las mismas rutas, los mismos días y llevar gratis a los pasajeros. Yo me quedé sin trabajo, sin volar. Y los dueños de UAir perdieron todo el capital que habían puesto. –
En Melilla, otro instructor amigo le dijo: -¿Viste el avión precioso que está al fondo del hangar?, el dueño lo tiene ahí desde hace un año sin poder volar. No se lo quieren autorizar, parece que los inspectores le exigen ir a visitar la fábrica en Estados Unidos donde se construyó para certificarla. ¿A vos te parece? ¿Los inspectores uruguayos van a poder certificar algo?. No no, ¡es todo joda! En cambio, el que te dije ya lleva tres accidentes en los últimos dos años, ha roto cuanto avión agarró, pero sigue volando como si nada. ¡Obvio!, no hace falta que rasques un poquito para darte cuenta, fue compañero de tanda en la Escuela Militar de uno de los directores de Aviación Civil. ¡Es toda joda! A mi como mínimo me sacaban la licencia por 6 meses y a llorar al cuartito. –
Fueron meses duros para todos. La actividad aérea estaba prácticamente suspendida. Carlitos dejó de ser “El Aviador” del trabajo que respondía dudas a todos sus compañeros de oficina y de la nada se convirtió en uno más que opinaba, en un mar de opiniones que prácticamente todos tenían y que a esta altura sentían que sabían tanto o más que él, debido a la abundancia de información sobre los accidentes que había en los medios de prensa.
Así, se enteró que Roberto de auditoria había dejado de hacer el curso de Paracaidismo hacía unos años, porque había visto que los aviones eran un desastre y que nadie controlaba nada. El esposo de Silvia, que trabajaba en la misma sección que él en el Banco, había tenido una parte en una sociedad dueña de un Cessna, como inversión junto a unos amigos, pero la había tenido que vender porque siempre les estaban queriendo cobrar algo distinto y al final era un despropósito. Y el tío de Rafael uno de los encargados de informática había sido piloto militar y luego de unos años se había ido a volar a Panamá. Ahora estaba juntando guita a paladas como piloto de Copa y que sí, que era todo joda.
Carlitos se refugió en la lectura, se suscribió a un par de revistas que le llegaban todos los meses desde Estados Unidos, conoció e investigó nuevos conceptos de seguridad operacional orientada a pilotos, entrenamiento en base a escenarios y leyó mucho sobre experiencias de vuelo de otros pilotos y análisis de accidentes.
Se puso un nuevo objetivo para salir adelante de ese bajón. Convertirse en el mejor piloto que él mismo pudiera ser, saber que podía confiar en si mismo cuando estuviera volando para transmitirle la mayor confianza posible a sus eventuales pasajeros y no ser parte del problema, sino de la solución.
Cuando empezaron los días lindos de la primavera, poco a poco las escuelas de vuelo fueron saliendo de su letargo y paulatinamente volvió el humor a la comunidad aeronáutica. Con el tiempo, logró convencer a un par de compañeros del Banco para llevarlos a un vuelo bautismo por la rambla de Montevideo y visualizó que allí tendría una buena clientela para sumar horas.
Mientras durara su pasantía, tenía que aprovechar a llevar a la mayor cantidad de bancarios, después de todo, pagarse una hora de vuelo era un lujo que ellos seguro podían darse.
Pero antes, le tocaba llevar a volar por primera vez con él a sus padres.
Seguro que de haber tenido chance de decir que no, lo hubieran hecho. Ninguno de los dos se sentía atraído por la idea de volar en avioneta y mucho menos con todo lo que venían escuchando sobre la falta de controles y toda la situación de la aviación en Uruguay.
Pero su hijo, el joven Piloto, los había invitado a celebrar su aniversario de bodas con un lindo vuelo hasta Colonia para almorzar allá. Aquel primer vuelo con él era como el reconocimiento por haberlo conseguido él sólo y además ellos habían escuchado sus historias de todas las maniobras de emergencia que había aprendido durante el curso y sabían que hacía muy poco tiempo había aprobado su examen por lo que tenía los conocimientos fresquitos.
Carlitos llamó a la Escuela en Melilla para preguntar por el avión en el que se había habilitado volando antes del parate y por suerte estaba en orden de vuelo. Pero algunas cosas habían cambiado y tanto la Escuela como el dueño del avión habían solicitado algunas medidas de seguridad adicional – A raíz de la situación que estamos viviendo – le dijeron.
Ahora, era necesario tener experiencia reciente en la aeronave, no alcanzaba con haberse habilitado en ella hace un año y además todos los vuelos deberían pasar por un proceso de despacho en el que se revisaría la planificación y evaluaría por parte de un instructor responsable de la operación, que tanto el piloto como el avión estuvieran en condiciones.
“Excelentes ideas”, pensó Carlitos. En su caso, cumplía con la cantidad de horas voladas en la aeronave y le parecía muy saludable que alguien revisara su planificación como forma de ayudarlo a mejorar y hacer más seguro el vuelo. Apenas llevaba unas 5 horas de vuelo como Piloto Privado, así que como diría su Instructor, todavía “era un piloRto”.
Volarían el sábado de mañana, así que el viernes de noche, con su esposa dormirían en la casa de los padres de Carlitos que quedaba mucho más cerca del aeropuerto de Melilla.
Con idea de adelantar el trámite, Carlitos se hizo una escapada hasta el hangar de la Escuela apenas llegó de trabajar a eso de las siete de la tarde y luego de charlar largo y tendido con su ex instructor que estaba encargado del alquiler de las aeronaves, hicieron una revisión de la planificación que había elaborado.
Como de costumbre, la había hecho en un formato que no era el que acostumbraba a usar su instructor. Carlitos había usado una plantilla en inglés que estaba disponible en el sitio web de AOPA, pero su instructor prefería usar una hoja en blanco y una lapicera para diagramar él mismo todo.
-Te faltó anotar la frecuencia del NDB de Colonia. Acordate que el GPS te puede faltar y …-
-203 Mhz – lo interrumpió rápidamente Carlitos. – Me olvidé de pasarla en limpio, yo trato de no usar el GPS. –
– Bueno, más a mi favor entonces. Una buena planificación tiene que ser una excelente planificación. No te gustaría estar arriba del avión precisando información y no tenerla a mano por haberte olvidado de pasarla en limpio, jaja. Eso sí, combustible vas a poder hacer mañana de mañana porque ahora no quedaba – Continuó el instructor. – Mañana venite temprano, pasá por acá para hacer el despacho con los datos de meteorología actualizados, presentás el plan por fax y te vas directo a ponerle nafta.-
– ¿Se suspende el vuelo? – Le preguntó su padre irónicamente al recibirlo en la puerta de su casa 20 minutos después.
Recién en ese momento, al cruzar la puerta y sentir el aroma a torta de jamón y queso casera, Carlitos se dio cuenta de lo tarde que se había hecho y que la escapadita a Melilla le había llevado casi tres horas.
-¡Bueno, llegó el hombre! – dijo sonriente su madre mientras le servía cuatro porciones gigantes en un plato. – Bueno, bueno, andá a comer algo con Paola -.
Carlitos ya había visto esa mirada en su esposa, era la de los famosos “son sólo cinco minutos y voy”. Así que, como autor confeso de una nueva pérdida de conciencia del transcurso del tiempo por culpa de los avioncitos, se sentó junto a ella, la beso tímidamente y le susurró – no me mates, perdón -.
-¿Y qué tal estuvo el viaje?. Ya volaste me imagino. Te dio tiempo de ir hasta Colonia, cenar y volver- fue la cálida respuesta que recibió.
-¿Cómo? ¿Ya fuiste a Colonia? – Preguntó su Madre que había alcanzado a escuchar algo.
-¡Claro! – dijo su padre en tono de broma. -Fue con el instructor para entrenarse-
– No, no. Le estaba diciendo que le llevó tanto tiempo “la escapadita” con el instructor que es como que ya haya ido – aclaró Paola.
– Ahh bueno, dejalo. Mientras sea con el Instructor – Se burló la madre
Carlitos no podía decir nada, era momento de asumir su error, bancársela y comer la torta hecha por mamá.
-¿Te pensás comer los cuatro pedazos?, no exageres. – Le apuntó su esposa.
A la mañana Carlitos amaneció en el cuarto de su infancia, en esa misma habitación en la que años atrás empezaba a intentar hacer despegar el avión en el simulador de vuelo, y jugando descubría el significado de las advertencias “stall”, “overspeed”, “ground to air missile incoming” y tantas otras que ahora 20 años después formaban parte de su vida.
Corrió las cortinas y notó que el pronóstico no había fallado y el día estaba espectacular para volar. Le propuso a su esposa que ella fuera al aeropuerto en el otro auto con sus padres y que él se iría temprano para dejar todo pronto, pero ella prefirió ir todos juntos, desayunar tranquilos y no seguir sacrificando tiempo por un vuelito.
A Carlitos le preocupaba que hubiera demoras por el combustible y el famoso despacho que exigía la Escuela de vuelo, pero sabía que estaba en capilla con su esposa y no quería ponerla de mal humor por culpa de los aviones tan temprano.
Cuando llegaron a Melilla, les pidió que se quedaran aprovechando el calorcito del auto y le dieran 30 minutos para terminar los aprontes del viaje y luego se encontraran con él en la terminal de pasajeros, así la experiencia de ellos sería más parecida a la de un taxi aéreo.
Lo primero que hizo fue soltar el avión que estaba amarrado fuera del hangar. Una de las cosas que había hecho la tardecita anterior había sido dejar la cabina inmaculada. Le había pasado un rodillito junta pelusa a los asientos y había colocado bolsitas de mareo de distintas aerolíneas que su padre le había ido trayendo de recuerdo de sus viajes ocasionales por trabajo.
En el respaldo de los asientos había dejado revistas que sabía que le podrían gustar a sus pasajeros, unas cajitas amarillas de Chiclets y había abierto un perfumador de auto con aroma a Eucaliptus, el favorito de su madre.
Lo segundo que hizo fue tirar a la basura el perfumador. El olor era muy fuerte y la cabina había quedado saturada, como si hubiera tratado de tapar el aroma a otra cosa. El 172 no tenía olor a avión.
Se tomó ese tiempo para acomodar su bolso de piloto y sacar la tablilla con la planificación del vuelo y los útiles necesario para adecuar la planificación con los datos del tiempo. Desde la sala de pilotos, llamó a la oficina de meteorología del aeropuerto y anotó el informe de Adami y Laguna de los Patos, el aeropuerto internacional de Colonia. También pidió los datos de Carrasco y Durazno ya que los aeroclubes cercanos a su ruta no tenían informe.
Con los datos computados y al ver que no había nada significativo desde el punto de vista climático, envió el plan de vuelo y continúo esperando por el instructor encargado de autorizar su vuelo que se había comprometido en llegar temprano, pero no había aparecido aún.
Según lo que habían hablado, sólo cumplirían con la formalidad que pedía el director de la Escuela porque el vuelo ya lo habían revisado. Unos minutos más tarde, un hombre canoso, con lentes RayBan y campera Alfa, entró a la sala de Instructores y mientras dejaba sus cosas le preguntó – ¿Tu sos Carlitos?. Yo soy Gabriel, me avisó aquél que ibas a volar para que te hiciera el despacho porque le surgió un vuelo hoy temprano y va a demorar –
Carlitos había escuchado que “El Torcaza” se había incorporado hacía poco como instructor. Según le habían comentado había estado encargado de formar a los pilotos de BQB en el ATR 72 y ahora estaba ayudando en el proceso de certificación de la Escuela. Hacía unos meses cuando había estado de visita en la Escuela, justamente Carlitos estaba haciendo su vuelo de habilitación en el 172 y su instructor le había pedido al Torcaza que hiciera de bolsa de papas y fuera de pasajero para que Carlitos aprendiera a volar con el avión pesado. Así que cuando Carlitos le recordó esa anécdota, el primer despacho entre ambos, fluyó muy bien.
10 minutos más tarde y luego de haber hecho su visita habitual al baño de pilotos, Carlitos ponía al CX-BFL detrás de un Bonanza espectacular en la fila del surtidor de combustible.
Aprovechó ese momento para ir hasta la Terminal de pasajeros y comenzar el mini-tour a sus padres, mostrándoles la sala de Operaciones, la cartelera de NOTAMS, en donde les explicó que se avisaba de actividades fuera de lo común o equipamiento roto y les mostró que todavía aparecía el aviso del Festival Aéreo del año pasado y que la Torre de Control de Colonia no tenía anemómetro. -Nada importante- les dijo. -Todo muy amateur- concluyó.
Como al avión que les antecedía todavía no le estaban cargando combustible, Carlitos aprovechó a que sus padres conocieran de cerca el 172. Les mostró la cabina, les explicó sobre el uso del cinturón, el intercomunicador y se quedaron a un costado tomando el sol mientras llegaba el funcionario para comenzar el abastecimiento.
Unos minutos más tarde, llegó su esposa que había hecho una parada técnica por el baño del Aeropuerto, que según Carlitos estaban muy bien y les comentó que estaba sorprendida del olor a pichí que había.
-Habrán usado algún perfumol para lavar el piso- Dijo la madre de Carlitos, sorprendida.
-No, no, era olor a meo. Pero me llama la atención porque mi baño estaba muy limpio –
-Que raro, siempre los están limpiando – Dijo Carlitos.
-¡Fua!, horrible, me daba asco. Un olor insoportable –
Unos segundos después, desde la Terminal y con rumbo al Bonanza, aparecieron dos muchachas, con poca ropa para ser tan temprano en la mañana y caminando de forma desordenada. Venían hablando alto y riéndose y no hubo lugar a ninguna duda cuando estuvieron más cerca de que el olor provenía de ellas.
El piloto del Bonanza, las vio venir y tiró al suelo un cigarrillo que estaba fumando a escondidas del otro lado del avión. Negando con la cabeza, les abrió la puerta y como pudo las ayudó a tirarse lo más rápido posible al asiento trasero.
Luego, volvió a poner el pie arriba del cigarro que estaba achatado contra el suelo, y lo deslizó apartándolo fuera de la vista del funcionario. Éste, vio lo que pasaba y agachó la mirada negando con la cabeza. Carlitos, vio que el funcionario había sido testigo de la situación y se dio vuelta mirando a sus pasajeros, se encogió de hombros, negó con la cabeza y les pidió ayuda para empujar el avión hasta el puesto que acababa de dejar libre el Bonanza, detrás de ellos, llegaba un Cessna 150 que se sumaba a la fila.
Carlitos ayudó durante la carga de combustible y le fue contando a sus padres en qué consistían las medidas de seguridad. – Fumar no se puede. ¡Eso si que no! – dijo con vos pesada el funcionario y continuó con su descargo. – Que lleven cualquier mugrienta al medio del campo para alguna festichola en una estancia no me molesta, pero lo otro me calienta. Yo le iba a decir algo ¿sabe?. Pero ya vi que el tipo estaba en cualquiera y la verdá, es que yo no le hago asco a nada, pero lo compadezco de llevar a esas locas ahí atrás. Andá a saber si no se mata todavía –
Cuando hicieron lugar para que el alumno e instructor que venían detrás pudieran llenar los tanques de su 150, todavía estaban ubicados detrás del Bonanza que estaba con problemas para arrancar el motor y no había liberado la calle para llegar a la plataforma. La hélice comenzaba a girar, pero se detenía a los pocos segundos.
Carlitos corrió hacia adelante su asiento y le pidió a su esposa que subiera atrás así ayudaba al resto desde arriba, en ese momento, el motor del Bonanza encendió y dio un rugido salvaje, generando una estela de viento que sacudió al desprevenido 172. Carlitos y su padre tuvieron problemas para agarrarlo y evitaron apenas que se moviera y lastimara a su madre que estaba por subirse. El avión se zarandeó en el suelo mostrando su sensibilidad al viento y eso dejó intranquilos a sus pasajeros.
Todos los que estaban en la zona de surtidores, se quedaron perplejos mirando como el piloto del Bonanza se comportaba de forma tan poco profesional y las palabras del veterano parecían una premonición. Lo bueno para Carlitos fue que esto hizo que pasara a segundo plano el asunto de las muchachas y así evitó tener que hablar de este temita con su esposa. Ya se había empezado a imaginar sus preguntas sobre lo habitual que era este tipo de pasajeras.
El comienzo del viaje no había sido el esperado, pero al menos todos felicitaron a Carlitos por el aroma rico y fresco que había en la cabina. Sentir el olor a Eucalipto era una bendición en ese momento.
El viaje hacia Colonia fue un verdadero disfrute, el avión se comportó de maravilla. El viento de cola los impulsó a más de 200km por hora y la costa Oeste del Sur del país pasó muy rápido. A Carlitos le hubiera gustado poder detenerse para disfrutar junto a su familia de los humedales del Santa Lucía, el puente sobre la barra, las quebradas de Arazatí, el parador de Boca del Cufré, mostrarles de cerca Playa Fomento y apenas tuvo tiempo de señalarles el club náutico de Juan Lacaze.
Le tomó tiempo aprender que no siempre ir directo y rápido es la mejor forma de disfrutar de un viaje.
Con el día tan lindo, en condiciones tan cómodas para volar, optó por tomar mate y no darle demasiada atención a la planilla de control de vuelo que tanto tiempo le había insumido la noche anterior. El GPS incorporado en el panel del avión le daba el rumbo, velocidad actual, distancia al destino y tiempo estimado, y Colonia del Sacramento se podía adivinar en el horizonte.
En un momento intentó sintonizar la radio ayuda del aeropuerto, el NDB, pero el indicador ADF del avión nunca marcó en la misma dirección del GPS. Para sacarse la duda y de paso poner algo de música en la cabina, lo usó para sintonizar una de las FM de la ciudad cuya antena está próxima al aeropuerto y efectivamente funcionaba.
Hacer de guía turístico desde el aire era algo que le encantaba y además explicar sobre el funcionamiento del avión y contar sobre sus anécdotas de viajes anteriores.
Aprovechando que llevaban apenas una hora de vuelo, Carlitos le avisó a la torre de control que sobrevolarían la ciudad y luego regresaría para aterrizar. En ese momento, algo hizo clic en su cabeza, ese sobrevuelo de una zona turística, llegando a toda velocidad, y viendo desde arriba todo, le dio un glamur a aquél viaje que se fue adornando a medida que transcurría el día.
Qué los 5 minutos de taxi desde el Aeropuerto hasta la ciudad hayan salido una cuarta parte de lo que les costó el vuelo, era sólo un detalle sin importancia para quién puede darse el lujo. Que los ravioles en el Restaurant frente a la catedral histórica les haya costado el equivalente a ir y venir en avión, tampoco era para hacerse dramas. Después de todo, estaban celebrando.
El mediodía en Colonia fue espectacular. Cada peso gastado había valido la pena. Realmente se sentían como turistas disfrutando de un sitio increíble. Caminaron por las callecitas, hicieron la sobremesa al pie de la muralla y conversaron mucho sobre muchos temas.
Él tenía claro que con sus padres no iba a poder ir todos los meses a comer a un lugar distinto en avión, pero si conseguía convencer a sus compañeros de trabajo, podía sumar unas cuántas horas de vuelo yendo a Punta del Este que estaba a más o menos a la misma distancia. Eran vuelos viables.
Tres horas después de haber aterrizado y mientras caminaban con rumbo a una heladería, se escuchó un sonido grave a la distancia: “Bruuurrrmmm”.
Le hubiera encantado que fuera el ruido de alguna panza, pero o era una explosión lejana o era lo más probable, un trueno.
Lo que al principio pareció ser una nube pintoresca y aislada que no daba para ponerse nerviosos y hasta dio lugar para alguna foto y broma inocente, se transformó rápidamente en una fila intermitente que desfilaba sobre la ciudad.
A las tres y media de la tarde de ese sábado de setiembre, se le pinchó toda esa nube de glamur y vuelos privados. -Se viene una tormenta, vamos para el aeropuerto – les dijo a todos con mucha preocupación.
De camino a una esquina en donde conseguir un taxi, tuvieron el atino de comprar un kilo de bizcochos. – Espero que estén bueno, salieron un disparate – Dijo su padre, que ya no tenía la misma frescura y tranquilidad en sus expresiones.
El taxi los llevó hasta el aeropuerto a mitad de precio en comparación al viaje de ida. Sin dudas, el taxista “amigo” que les había recomendado el funcionario de DINACIA del Aeropuerto los había robado con la tarifa.
Desde al auto, Carlitos pudo observar como una línea de tormentas se aproximaba desde el Oeste en dirección a Montevideo y se dio cuenta que no auguraba cosa buena.
Se apuró a preparar un plan de vuelo con la idea de llegar y presentarlo para irse cuanto antes pero mientras acomodaba a sus pasajeros en el avión empezó a llover. Primero fueron unas gotas grandes, pesadas, aisladas, y luego comenzaron a caer más y más.
Su madre y su esposa regresaron corriendo a la terminal y junto a su padre se quedaron en el avión verificando que no hubiera ninguna gotera. Carlitos estaba en silencio, pensando en todo aquello que no iba a terminar saliendo como esperaba. Una de las opciones que ya estaba sopesando era que su familia regresara a Colonia y se tomara un Bus hasta Montevideo, y que él dormiría en el avión hasta la mañana siguiente. A su mente venían los innumerables análisis de accidentes de avión que había leído, en los que, por querer ganarle una carrera al estado del tiempo, o por ceder a la presión de algún familiar que estaba apurado por llegar, los pilotos bajaban la guardia e intentaban superar sus propios limites o los del avión.
-¿Si llueve no podemos ir? – Le preguntó su padre, que en realidad ya sabía la respuesta.
-No, no podemos. Pero vamos a esperar, vamos a ver qué dice el pronóstico –
Regresaron a la terminal bajo un fuerte aguacero, allí sólo había tres personas, sus acompañantes y un funcionario distinto al que los había recibido más temprano.
El golpeteo de un cartel de chapa, retumbaba y era sinónimo del estado de abandono y soledad que transmitía la terminal.
A través de los vidrios de la sala, veían como la intensidad de la lluvia aumentaba y comenzaba a lavar la plataforma de estacionamiento de aeronaves corriendo por la calle de rodaje hacia la pista que estaba bastante más abajo.
Afuera, sólo llegaron a ver a un soldado muy joven, que luego de cubrir con un poncho de nylon verde una motocicleta estacionada en el lugar reservado para funcionarios, despareció entre las edificaciones cercanas.
El cielo se cubrió con un color gris oscuro, encapotando aquella tarde que pintaba espectacular.
Carlitos se tomó un momento para explicarles los motivos de seguridad y reglamentarios que le impedían despegar en esas circunstancias y resolvieron que se quedarían a esperar unos minutos a ver que pasaba con la tormenta. Todos le transmitieron tranquilidad y su padre se puso a ensillar el mate.
La terminal tenía un tamaño desproporcionado, era más grande que la terminal de ómnibus de muchas ciudades del interior.
Como en aquél momento no había acceso a internet en los celulares ni redes wifi, Carlitos se acercó al pequeño despacho de Operaciones para solicitar los informes del estado del tiempo en los aeródromos cercanos. -Buenas tardes, ¿Te puedo pedir para revisar los metares?-
-Salen en 10 minutos- le respondió en un tono lugrube y sin inmutarse el hombre de unos 40 años que estaba parado en un rincón de la sala, mirando hacia afuera por una ventana, con la mirada pérdida en el horizonte.
Carlitos lo reconoció inmediatamente, era la misma persona que lo recibió hacía unos meses cuando visitó el aeropuerto volando sólo, mientras realizaba el triángulo de navegación en solitario que formaba parte de los requisitos para obtener su brevet de piloto. En aquel entonces, lo había decepcionado ya que Carlitos esperaba por lo menos una felicitación por estar realizando esa primera aventura aérea y en cambio el funcionario simplemente se había limitado a firmarle el formulario y pasarle el plan de vuelo, sin siquiera dirigirle la palabra o una mirada de aprobación. ¡Era un amargo total!
Por la misma ventana, Carlitos vio como el viento había cobrado fuerza y el CX-BFL empezaba a menear intermitentemente sus alas. Salió rápidamente de la oficinita y se encontró con su padre que venía con el mate cebado. -¡Vení, vení, ayúdame!- Le dijo sin demoras, abriendo la puerta de vidrio que daba hacia la plataforma. -¿A dónde vamos? – lo siguió bajo la lluvia su padre, mientras cerraba el cierre de su campera sport casual. -Vamos al Aero Club a ver si podemos guardar el avión-
Cinco minutos más tarde, terminaban de maniobrar para ingresar el C172 en el Hangar y cerraban con fuerza el portón corredizo. En el Aeroclub sólo había un par de socios y no tuvieron ningún inconveniente en guarecerlos. El Padre de Carlitos estaba sorprendido por la amabilidad y camaradería que había en la comunidad y se quedaron mateando unos minutos hablando de la lluvia y de la realidad del departamento de Colonia.
-Bueno, venimos en cuanto pare. Muchas gracias de nuevo – Se despedía Carlitos, pero justo antes de salir se acordó de otra las historias que había leído en las revistas y decidió regresar al avión.
-Voy a ir adelantado la planificación del viaje de regreso- y a la vista de los presentes inspeccionó visualmente cuánto combustible quedaba en las alas. -Acá está bueno porque está nivelado- le dijo con franqueza uno de los socios, pero en realidad Carlitos quería intentar transmitir que se estaba fijando cuanto combustible tenía antes de dejarles el avión.
A penas se alejaron del hangar su padre le preguntó -¿Tan jodido es?-
-Si papá, me han contado que algunos pilotos hasta le ponen una tinta en la tapa de los tanques de combustible para controlar que no les roben la nafta cuando los dejan de noche-
-Pero es un peligro, te pueden matar así, ¿no?-
-Bueno, hay formas de revisarlo antes de despegar, pero como no conozco a esta gente preferí quedar antipático, pero al menos tener el dato de con cuanto combustible dejamos el avión-
Ciertamente, Carlitos no había demostrado confianza en la honorabilidad de sus anfitriones. Pero sin dudas, la crisis era de toda la Comunidad. Todos los hechos que se habían sucedido en el último año, habían puesto a unos contra otros. Los alumnos tenían miedo prácticamente de hablar en la frecuencia aeronáutica, los talleres preferían no declarar sus reparaciones, los taxis aéreos volaban en forma clandestina, los controladores restringían al mínimo las operaciones por no contar con el respaldo de la autoridad, ésta venía siendo investigada a nivel de la justica y para colmo las auditorias internacionales marcaban que Uruguay no cumplía con niveles mínimos en materia de seguridad.
Tomó nota de los informes meteorológicos y subió al piso superior en donde habían hecho campamento. De la bolsa de bizcochos ya se había acabado medio kilo y recién hacía poco más de media hora que estaban esperando.
Elaboró un mapa mental con la información que disponía en ese momento y compartió con el resto el dato, de que entre ellos y Montevideo no se reportaban lluvias, pero hacia atrás desde Carmelo a Paysandú se informaban lluvias y presencia de nubes de tormenta.
-Pero ¿y por qué no nos vamos ahora? Parece que está parando. – lo interrogó su esposa, con algo de impaciencia.
-Lo que pasa es que estos informes son una observación del momento, los hicieron hace unos minutos y ya vieron que todo puede cambiar de repente. Voy a llamar a Montevideo para preguntar cómo está allá-
Desde su celular llamó varias veces a su ex instructor, pero no lo atendió. Le escribió un mensaje de texto comentándole que llovía en Colonia y que quería hablar con él a la brevedad.
Mientras tanto, buscó entre sus apuntes el número de la oficina de Meteorología de Melilla para tratar de obtener algo más de información. Llamó un par de veces, pero tampoco lo atendían.
-¿Por qué no averiguas con el hombre de abajo?, quizás te dice que podemos salir- Insistió su esposa. -Seguramente sea mejor salir ahora, antes que llegue el resto de la tormenta-
-Nosotros te ayudamos con la multa- Añadió su madre.
En ese momento Carlitos no estaba seguro de muchas cosas, pero si de algo estaba seguro era que la decisión de salir o no, la iba a tomar solamente él. Había leído mucho sobre situaciones similares y recordaba una frase que se repetía dos por tres en los artículos, “Es mejor estar abajo deseando estar arriba, que estar arriba deseando estar abajo”. No estaba dispuesto a arriesgar a su familia por no poder esperar unas horas, ni quería arriesgar a ser sancionado por no respetar las limitaciones de su licencia de Piloto Privado en lo que a los fenómenos climáticos se refería.
Insistió un par de veces más a ambos números de teléfono y para no quedarse sentado sin hacer nada, bajó a la sala de Operaciones para obtener más información.
-¿Podemos ver las imágenes satelitales?
-¿De qué?- pregunto sorprendido el funcionario.
-¿Las de la NOAA?
-¿Vos decís de meteorología?- Luego de una pausa y sin mirarlo, le dijo. -Usá tranquilo la computadora, no tengo idea de lo que buscás-
Carlitos tomó asiento y empezó a abrir distintas páginas para obtener más información. La animación satelital mostraba que el cielo se venía cubriendo cada vez más desde Argentina y el radar meteorológico de Ezeiza mostraba que había mucha actividad por llegar a Colonia.
-Lo que puedo decirte es que en Buenos Aires estuvo lloviendo desde temprano-
-Ah, muchas gracias. Vamos a ver cuándo nos podemos ir-
-Mientras tengan agua en el termo y les queden bizcochos están bien preparados –
Carlitos aprovechó la instancia para hacer algunas preguntas de rigor mientras observaba como la lluvia parecía ir disminuyendo su intensidad y el cielo recobraba algo de claridad.
¿Hay mucha actividad entre semana?, ¿Cómo es la disponibilidad de combustible?, ¿trabaja desde hace mucho acá?… y entre tanta pregunta le consultó por la radio ayuda NDB que parecía no estar funcionado.
-No, ¡que va a andar!,- le dijo con desdén. -hace como un año se cayó la antena y nunca la arreglaron. Dicen que es porque se viene algo del GPS y los aviones ya no usan más ese tipo de radioayuda. – Carlitos no tuvo tiempo de hacerle algún comentario cuando el funcionario prosiguió, -Bueno, caerse, lo que se dice caerse no se cayó. Más bien que la tiraron para hacer el festival-
-¿Cómo?- preguntó incrédulo el piloto.
-Dicen, que en la noche del festival aeronáutico del año pasado, hubo una tormenta y justo tiró la antena. Pero te aseguro que esa noche ni viento había-
-Pero eso no tiene sentido, justamente cuando más aviones vienen más se precisaba la antena.-
-Ah bueno pibe, en Uruguay hay muchas cosas que no tienen sentido-
-¿Y no hay un Notam publicado?, hoy me fijé y no estaba declarado como roto-
-¿Notam?, no, eso no existe acá. Eso dejalo para Carrasco, acá, los argentinos que venían para acá, ahora van todos para Carmelo. Y de esto mucho no quieren que se sepa tampoco. –
La charla prosiguió unos minutos más, y Carlitos hasta sintió lástima por aquél hombre. No era el primer funcionario de DINACIA con quien conversaba y una vez más sentía que era una pena que ese tipo de puestos no fuese ocupados por personas apasionadas por la aviación.
Se acordó del día que fue a comprar su primer libro de vuelo y escuchó a la secretaria de uno de los directores gritar enfurecida porque los aviones comerciales estaban usando la pista 01 que los traía justamente por encima de las oficinas. En cambio para él era un verdadero placer y debería ser siempre así. Para ponerlo de otro modo, si DINACIA fuera una zapatería, todos sus funcionarios deberían amar el cuero y el caucho.
-Esta parando, vistes Carlitos- le dijo su padre que acaba de llegar por el pasillo.
-Si, vamos a ver qué se ve-
-Está abriendo pibe, váyanse ahora- Le aconsejó con confianza el administrativo.
Junto a su padre, caminaron buscando un punto donde observar a lo lejos. Cruzaron el alambrado perimetral y se dirigieron hacia un establecimiento que estaba en una zona más alta, donde pudieran ver hacia el Este, hacia Montevideo. Carlitos lo puso al tanto de lo que había visto en el satélite y manejaron las distintas opciones que tenían. En el aeropuerto había dejado de llover y el viento había amainado. Varios autos habían llegado al Aero Club y se empezaba a ver más movimiento.
Mientras miraban en todas direcciones, por fin recibió el llamado del Instructor.
-Acá se está poniendo feo Carlitos, no salgas. Se viene un frente tirando agua y hay mucha actividad convectiva. Yo hace un rato cuando llamaste estaba volando con un alumno, pero ahora está bravo. Quédate por ahí que te mantengo al tanto-
-Bueno, acá ya pasó eso, ahora está tranquilo-
-No te confíes, más vale estar abajo….. acordate que lo único opcional es el despegue- El mensaje del Instructor había sido contundente. Había que esperar y no tomar decisiones apresuradas.
-Bueno, le voy a avisar a aquellas que estaban entusiasmadas en que nos íbamos a poder ir ahora – Le dijo su padre con mucha decepción mientras volvía a la terminal con las manos en los bolsillos de la campera.
Carlitos se quedó con el mate y caminó lentamente evaluando la situación rumbo al Hangar del Aeroclub.
Seguía lamentando todo aquello, sin dudas que la escapada en avión para almorzar no volvería a ser parte de los planes familiares. Todo lo bueno que había tenido la velocidad del viaje de ida, ya se había perdido en la hora que llevaban esperando en aquella Terminal fantasmal.
-Se van entonces, muchacho-
-No, no, la tormenta ahora está en Montevideo –
-¿Qué tormenta? – hizo como que preguntaba uno de los hombres del Aero Club, de aspecto chabacan. -un poco de agua nomás. ¿Me vas a decir que los pájaros no se mojan?-
Carlitos le siguió la corriente, le venía bien un poco de humor en aquella situación, pero no sabía si le hablaba en serio o no.
-Yo soy privado, recién recibido, no puedo…-
-Privado…, no privado…, quién se va a andar fijando a qué distancia estabas de las nubes. Andate volando bien bajito sobre el agua, furtivo como hacen los pilotos acá para ir a Buenos Aires. Si vas volando sobre el agua no pasa nada, las Charlie Bravo se van siempre tierra adentro-
Meditó un par de segundos la idea, pero no había forma de que pudieran convencerlo. A la presión familiar involuntaria, a su propia frustración se le sumaba un nuevo condimento. Otro ítem más que figuraba en todos los manuales, “no dejarse influenciar por los pilotos locales”. Esa era otra máxima de las causas de los accidentes aeronáuticos. Los pilotos que se guiaban por las recomendaciones de lugareños y al desconocer el terreno o las características climáticas de la zona, se accidentaban cruelmente.
Mate va, mate viene, se fue enterando y aprendiendo sobre la dura realidad que vivían los pilotos de allí en aquel momento. El aeropuerto estaba siendo relegado en favor de la pista privada que servía al hotel de Carmelo y cada vez se notaba más la sangría de recursos y personal. Cuando no faltaba combustible, no había nadie para migraciones, o no había controlador aéreo. – Fijate que acá el controlador tuvo que capacitar a un muchacho de acá a la vuelta para que pudiera hacerle la suplencia. ¡No existimos!. El jefe del aeródromo no se quiere regalar, entonces escuchá bien, ¡SÓLO PODEMOS VOLAR CUANDO ÉL ESTÁ DE TURNO!, de lunes a viernes de 8 a 12 y los domingos de 8 a 10-
Los socios se habían reunido justamente para una asamblea porque la situación era asfixiante.
-Mirá que acá habemos varios retirados, pero esto es bien cosa de milico. Si los aviones no vuelan, no hay accidentes. Esa es la Filosofía de esta gente-
Carlitos creyó oportuno introducir el dato sobre la antena de la radio ayuda que le había pasado el funcionario.
-Otra, cosa increíble. La tiraron para que se pudieran hacer las demostraciones de los aviones de la Fuerza Aérea acá enfrente cerca del público y no allá abajo sobre la pista que era lo más seguro. Ahora hace un año y pico y ni miras hay de que la vuelvan a instalar-
-Pero que desastre- Soltó Carlitos. -Yo hace un tiempo hablé con un amigo que estudia Telecomunicaciones en la Facultad de Ingeniería y me ofreció dar una mano para recuperar todas las antenas NDB que no funcionan. Son un montón. –
-¡Estás loco pibe!, Eso es todo curro de los inspectores y los técnicos de la DINACIA. ¿Por qué te pensás que no anda nada? Los tipos te cobran viático por respirar y no hay un mango partido acá. Que no se te ocurra que lo haga alguien más de onda porque se tiran con las dos patas –
Carlitos se llevó el avión nuevamente para la plataforma, el aguacero había comenzado de nuevo pero sentía la necesidad de estar en movimiento. No podía dejar de tararear la canción del Cuarteto de Nos, Bo Cartero: “…ella prometió escribiiiir y mandar guita para sobrevivir……..pero en Colonia, eso no es drama…..” . Al bajarse del avión, sintió como los ojos de Paola lo seguían desde el piso de arriba. Era la mirada de “son sólo cinco minutos y vengo”.
Cuando abrió la puerta de vidrio y hierro de la terminal, el funcionario lo recibió diciéndole – ¿Se van a ir bajo agua? – Carlitos no quería prolongar la conversación así que sin detenerse le dijo –“En un rato nos vamos”.
Su familia estaba juntando las cosas cuando vieron que Carlitos sacaba el avión del hangar pero se habían vuelto a sentar cuando se largó nuevamente a llover. -Te llevaste el mate- Le recriminó tranquilamente su padre. -Se terminaron los bizcochos le dijo su madre-. -Otra vez despareciste, le recriminó en privado su esposa-.
Se sentía tenso, pero era verdad que era mucho mejor estar pasando esa situación estando en la terminal de pasajeros que asustados arriba del avión. Eso lo tranquilizaba y sabía que, en el peor de los casos, este día sólo sería una anécdota más.
Seguramente ellos pensaban que estaba asustado. Era obvio que estaban podridos de estar esperando y que su padre no iba a poder ver el partido televisado de la tarde. En un momento escuchó como su esposa comentaba con su madre: -Si tenemos que esperar a que pare de llover, no nos vamos más-
Volvió a bajar a revisar las imágenes satelitales y se comunicó con el instructor. La novedad era que el METAR de Buenos Aires no informaba de lluvias, pero el pronóstico extendido indicaba que volvería a llover desde un rato antes del anochecer.
Los informes de Melilla y Carrasco eran idénticos, ahora lluvias, una ventana de tormentas aisladas y a la noche lluvias hasta el día siguiente como mínimo.
-Acá está por parar de llover. Pasó el frente ya. Le dijo el Instructor-
-Acá volvió a empezar a llover hace unos minutos, pero ya está parando-
Mientras tanto Carlitos miraba de reojo la imagen satelital que proyectaba el avance de las nubes altas sobre el Río de la Plata. -Me parece que ahí se ve claramente esa ventana que están pronosticando, Fijate en la imagen, avanza lento-
El instructor revisó la misma imagen desde su oficina en la Escuela de vuelo y estuvo de acuerdo. Voy a comunicarme con Meteorología y te vuelvo a llamar, pero me parece que se aguanta.
Carlitos volvió a salir a caminar con su padre recorriendo el perímetro del Aeropuerto en busca de una zona alta para mirar lo más lejos posible. Mirar y escuchar, porque la verdad era que el cielo estaba más claro que antes, las nubes grises estaban bien altas, pero en sentido Sur-Este se escuchaban truenos en forma ocasional y hacía allá debían volar. -Yo no veo nada distinto– dijo su padre de forma poca alentadora -Yo tampoco, pero vámosnos ahora- dijo con determinación Carlitos y emprendieron la caminata de regreso al Aeropuerto.
Con energía para iniciar el regreso luego de 3 horas de encierro e incomodidad en la terminal, pero de algún modo arrastrados a una aventura de la que ninguno anhelaba participar, abordaron el avión bajo la atenta mirada del funcionario de DINACIA el soldado que había vuelto a aparecer.
-Si desde arriba vemos que está feo, volvemos-
Con ese último mensaje a sus pasajeros, el CX-BFL emprendía su regreso a Montevideo. El plan de vuelo lo había presentado para volar a 3000 pies.
El entorno del aeropuerto parecía muy distinto de cuando habían llegado. Los chaparrones y los rayos del sol que luchaban contra la capa de nubes grises altas, le daban un tono otoñal a aquella tarde de primavera. El color marrón oscuro del río se había vuelto más intenso y en la cabina viajaron en silencio los primeros minutos del viaje. Todos miraban por sus ventanas y eran testigos de un espectáculo fascinante pero que los atemorizaba.
Cuando llegaron a Juan Lacaze, a unas 15 millas náuticas del Aeropuerto, Carlitos se despidió del controlador aéreo de Colonia, informándole que volarían unos minutos más y si las condiciones desmejoraban regresarían para el suyo. Un término utilizado habitualmente en las comunicaciones aeronáuticas.
El controlador no respondió.
A partir de ese momento, intentó establecer comunicación con los distintos servicios de tránsito aéreo, Montevideo Control encargado de los tránsitos más alejados de la capital tampoco respondía a sus llamados y no se escuchaban otras aeronaves civiles en frecuencia.
Carrasco aproximación, tenía el típico charloteo de vuelos comerciales con mezclas de inglés, portuñol, y chileno. Pero tampoco acusaba recibo de las llamadas de Carlitos.
-¿Qué pasa que no te escuchan?- preguntó preocupado su padre que volaba en el asiento del copiloto. Sin dudas se había ofrecido a sentarse allí como acción instintiva de protección al resto de la familia.
-Es posible que sea porque vamos muy bajo y todavía estamos lejos-
-¿Y por qué no vamos más alto? Preguntó su esposa.
-Acá vamos bien, no se preocupen- Carlitos trataba de dominar su inexperiencia manteniendo la menor cantidad de tareas simultáneas, evitando dialogar, enfocándonos.
Ahora sí quería que el viaje fuera lo más corto posible. La potencia estaba toda adentro y tenía algo de viento en cola. El aire no estaba turbulento y la visibilidad era excelente, pero en su mente seguía repitiendo reglas de seguridad como para no olvidarse – No presiones la meteo, no pierdas referencias visuales, mantené una ruta de escape, volá el avión, comunicá-
Imágenes mostradas por los medios de prensa sobre los accidentes del Helicóptero frente a la playa de Kiyú o el Fairchild en aquella noche lluviosa de junio, hacían fuerza por desconcentrarlo. Los restos retorcidos, el dolor de los familiares, la biografía de las víctimas, la impunidad del sistema. La recurrencia de la lluvia y del Río de la Plata. Él no quería ser parte de eso.
Volaban en una especie de corredor de buen tiempo, custodiados a ambos lados por impresionantes chaparrones que se veían como verdades cortinas negras que se movían en su misma dirección.
Era difícil estimar con exactitud la distancia que los separaba pero parecía suficiente como para mantener un margen de seguridad. En ningún momento le pareció viable usar alguna las pistas de pasto de los aeroclubes que estaban a su izquierda, sólo deseaba llegar Melilla.
Peleaba por mantener el avión en actitud nivelada, el exceso de potencia lo empujaba constantemente hacía arriba y los ajustes al compensador parecían no alcanzar. Su mano izquierda ejercía continua presión sobre el comando y empezó a sentir como los músculos de la espalda se acalambraban.
-¿Qué pasa si nos agarra una de esas?- Preguntó su madre
-Nada grave, el avión no se llueve así que no nos vamos a mojar – dijo, intentando tranquilizarla. Lo cierto era que en sus cerca de 80 horas de vuelo, nunca había atravesado un chaparrón como esos. De los libros creía recordar que podía encontrar vientos ascendentes antes de la lluvia y fuertes descendentes bajo el agua, pero no mucho más.
En el simulador, era un escenario habitual, pero allí por más que el avión se sacudiera nunca pasaba nada grave. No quería experimentarlo en esas condiciones. Además, una de sus premisas como piloto era que los pasajeros quisieran volver a volar. No que se asustaran.
Se había propuesto nunca realizar maniobras que pudieran resultar incómodas para los pasajeros. No practicaría pérdidas, ni picaría el avión. Para sus pasajeros, volar tenía que ser tan disfrutable como para él.
Los minutos pasaron y no logró comunicarse. Lo intentó reiteradas veces y revisó que el cable del micrófono estuviera bien enchufado.
Ya no podía regresar, hacia atrás todo estaba con tonos negros, violetas y naranjas. Eso aumentó aún más su preocupación. – No presiones la meteo, no pierdas referencias visuales, mantené una ruta de escape, volá el avión, comunicá-
Poco a poco, una vocecita empezó a decirle – Sos nabo, presionaste la meteo y metiste a tu familia en esto. ¿De qué sirvieron tantos libros?, ¿para qué recortaste y guardaste las historias de accidentes?, ¿En qué estabas pensando?. Te metiste vos sólo en esa historia del piloto que sale y luego no puede volver porque el tiempo empeoró. ¿Qué vas a hacer?-
En el GPS empezó a revisar su distancia hacia los aeródromos más cercanos, pero Melilla seguía siendo la mejor opción. Ya estaba imaginándose que tiraría el avión a la pista como fuera, sólo quería llegar. Tenía el ADF que con su flecha le apuntaba al final de la pista.
En el plexiglás del parabrisas, empezaron a deslizarse hacia arriba varias gotas empujadas por el viento. Pero allá adelante se veía Montevideo. Las nubes de color gris verdoso de lluvia parecían un tablero de ajedrez, llueve no llueve, llueve no llueve y el GPS apuntaba hacia un casillero negro.
Las paredes de agua de los costados continuaban amenazándolos y tierra adentro se veían los destellos azules de algún rayo aislado.
La cabina parecía un sauna. Viajaban tensos, concentrados en lo que se veía afuera, escuchando las comunicaciones del servicio de radar que informaba a los pilotos sobre la presencia de los temidos Cumulonimbus en la proximidad del Aeropuerto de Carrasco.
Allí se iba el aeropuerto de alternativa que tenía pensado usar Carlitos, si Adami no estaba disponible, volaría a Carrasco que tenía más opciones de pistas, pero ahora, por culpa de los Charly Bravos, las nubes de tormenta, no era una opción.
Volvió a mirar hacia atrás y el panorama era igual o peor que antes, una pared negra cubría todo el horizonte. La cara de su padre era de susto, las de su madre y esposa le recordaron alguna escena del final de la película Titanic.
Hizo un movimiento para estirar los músculos de la espalda y sintió como su camiseta de algodón estaba pegada al asiento y empapada de transpiración.
Por un momento se imaginó qué hubiera sido de ellos si en lugar de estar arriba del avión, estuvieran viajando allá abajo, por la carretera en un bus interdepartamental. Nada importaría la lluvia. Sólo sería una hora y poco de viaje y luego en un taxi desde Plaza Cuba hasta su casa.
Se acordó otra vez de sus reglas de seguridad, esas que sus instructores le habían enseñado y sobre las que tanto había leído. Volar el avión era lo importante ahora, concentrarse y enfocarse en hacer lo necesario para aterrizar a salvo. No todo era tan grave como parecía, tenía combustible de sobra, y todavía tenía margen para poder evitar las zonas con lluvia. Y en el peor de los casos, podía intentar un aterrizaje de emergencia en la ruta.
Cuando ya estaba por ingresar a la zona de control de Melilla, le cayeron al celular varios mensajes de texto, pero no era momento para distraerse. Apuntó el avión para incorporarlo a una larga final de la pista Norte Sur y probó comunicarse con la torre.
-CX-BFL con 2500 pies, 10 millas fuera, proveniente de Colonia para el suyo-
-BFL, recibido, autorizado a descender a 1000 pies, pista en uso uno ocho, notifique en final-
-Autorizado a 1000 pies, uno ocho, final, BFL-
-BFL, copie las condiciones- Viento en calma, Visibilidad 10km, Pista mojada-
Carlitos no podía creerlo, desde su perspectiva toda la zona del Aeropuerto estaba bajo agua, sin embargo, el controlador le informaba otra cosa.
Le pidió a su padre que le ayudara a repasar la lista de verificación previa al aterrizaje y el avión le agradeció la reducción de potencia, su brazo izquierdo también. Había completado la ruta en menos de 55 minutos. Su cuerpo se aflojó y recordó el ejercicio con los pies que su primer instructor le había enseñado para despertar las piernas y estar más ágil para mantener centrado el avión en el aterrizaje.
Una llovizna lavó el avión y tras ella, la pista de asfalto relucía con todas sus luces encendidas en una claridad que nada tenía que ver con el estado general del tiempo. Parecía que el cielo hubiera abierto un lugarcito para que el sol iluminara el aeródromo.
Esa pintura del campo de Adami, con el Cerro de Montevideo al fondo, iluminados entre tantas nubes oscuras sería un cuadro maravilloso para tener en cualquier sala aeronáutica.
Todavía quedaban unas gotas sobre el parabrisas cuando cortó el planeo sobre la pista. La aproximación había sido rapidísima y le había costado bajar la velocidad por el impulso que traía, pero el aterrizaje fue completamente normal.
Era su primera vez con pista mojada pero no había tenido nada excepcional. Hasta él mismo hubiera querido aplaudir junto a sus pasajeros. La misión estaba cumplida.
La plataforma del aeropuerto estaba vacía, pero detuvo unos momentos el avión antes de rodar rumbo al Hangar. Abrió la ventanilla y buscó en su bolso el celular para escribirle a su instructor y avisarle que habían llegado y de paso, aprovechó a leer los mensajes que le habían llegado. Todos eran de su ex instructor, el primero se lo había enviado hacía una hora, -Acá se viene la lluvia de nuevo, aguantá, no salgas-, el segundo era de unos minutos después -En meteorología me dijeron que se viene una línea de tormentas con chances de granizo, si podés llevalo al hangar del aeroclub, son buena gente te van a ayudar-, El tercero tenía sólo unos 20 minutos, -Volá el avión, llamá a aproximación, Adami CERRADO-.
Carlitos supuso que habría llamado a Colonia y le habían informado que había despegado. Ansiaba verlo para contarle lo sugerido.
-Te escuché por la radio, venite al hangar que se pudre en cualquier momento- decía el SMS que le acababa de llegar.
Se alegró de que su instructor estuviera esperándolo y ahora ya más relajado guío al Cessna hasta el Hangar de la escuela.
El trayecto no era muy largo, pero entre los tripulantes empezaron a hablar sobre las nubes, la tormenta, la cortina de agua. Todos precisaban aflojar ahora que se sentían finalmente seguros.
Al detenerse, les mostró donde quedaba el baño de pilotos y les pidió que lo esperaran cinco minutos mientras guardaba el avión. Junto a su padre y su antiguo instructor empujaron marcha atrás el avión y luego de mucho maniobrar lograron protegerlo con el resto de las aeronaves.
Carlitos se sentó en la sala de briefing como solía hacerlo después de cada clase para conversar sobre lo aprendido, pero ya no era un alumno, ahora era un piloto y su antiguo instructor le cortó en seco sus expectativas. Entró detrás de él a la sala pero sólo para apagar la radio por la que lo había venido escuchando y agarrar su bolso de mano. -Ahora andá con tu familia a descansar. Mañana a primera hora si podés venite cinco minutos, así nos juntamos con el Torcaza y hablamos del vuelo –
-¿Qué te dijo el instructor? – le preguntó su esposa, algo preocupada, sabiendo que el vuelo no había sido ortodoxo.
-Ya no es mi instructor. No estoy haciendo ningún curso ahora. Tengo que venir mañana de mañana para reunirme con él.-
-¿Mañana de mañana? –
-Si, pero tranquila está todo bien-
-Bueno, nos quedamos a dormir en lo de tus padres entonces. Te felicito por el vuelo-
Carlitos estaba tranquilo, ahora no parecía tan terrible y conforme pasaban los minutos la sensación de que habían hecho algo arriesgado se iba desvaneciendo.
Al otro día, repitió su rutina. Llegar temprano, abrir el avión y acomodar la cabina. Quería asegurarse de dejarlo en mejor estado del que lo había encontrado. Recogió una caja de Chiclets aplastada entre su asiento y el del copiloto y aprovechó a comprobar cuánto combustible había consumido. Completó su planilla de viaje y apuntó su hora 56 en el libro de vuelo mientras esperaba a los instructores.
Juntos, llegaron a la conclusión de que lo sucedido había sido un gran aprendizaje para todos. Hablaron de las fuentes de información meteorológicas que tenían disponible y qué los había llevado a omitir chequear los informes de Buenos Aires, que desde antes de salir de Montevideo ya anunciaban la tormenta.
Carlitos explicó que su error fue enfocarse sólo en información para Uruguay y que seguramente los problemas que tuvieron con su instructor al rearmar la planilla que no estaba en el formato que a él le gustaba más, también lo llevó a omitir esa revisión.
El Torcaza, comentó que se vio sorprendido por la planificación completa que había traído Carlitos y que de algún modo se hizo la idea de que contaba con más experiencia, incluso confesó que pensaba que ya era piloto comercial, por lo que bajó la guardia y asumió que ya sabía del pronóstico en Buenos Aires y lo que haría sería una especie de Taxi Aéreo yendo y viniendo en la mañana.
Carlitos regresó a su casa con un nuevo objetivo, estudiar mucho sobre meteorología aeronáutica y prepararse por si tenía que volver a volar en esas condiciones.
-¡Ya llegaste!, increíble. ¿Qué te pasó? ¿Qué te dijeron? – Le dijo su esposa que estaba sirviendo una picada.
-No me quería perder el asado –
-¿Pero te dijeron algo? –
-Querían que pagara el asado que debo de cuando me recibí de piloto, pero zafé otra vez-
– ¿Y los puteaste por no haberte avisado de la tormenta? – le preguntó su padre que llegaba desde el parrillero.
– No fue su culpa. El responsable del vuelo era yo, ya te dije. –
-¿Pero que te dijeron? – insistió su esposa.
-Me dijeron que, el buen criterio surge de la experiencia y la experiencia surge del mal criterio–
-FIN-
Cuando asumimos un responsabilidad, en cada decisión que tomamos se suman y restan aportes de la experiencia, la preparación, el instinto, la fortaleza física y mental, nuestra sensibilidad con el entorno, la capacidad de evaluar adecuadamente los riesgos, la empatía.
El feedback, la autoevaluación, el análisis de todo el proceso y del resultado, nos permiten definir los pasos necesarios para prepararnos para la próxima vez. Preguntarnos ¿qué hubiera pasado si en vez de tomar esta decisión hubiera hecho tal cosa?, es un ejercicio recomendable para no mantenernos entrenados y un paso adelante.
Aquí puedes leer el Capítulo introductorio “Carlitos Rey – Mis primeras 100 horas de vuelo.”
Aquí puedes leer la primera parte del Capítulo 10: “Un viaje predestinado”
Aquí puedes leer el Capítulo 12: “Tres tornados y un avión en Navidad”
Nicolás López
Posted at 17:42h, 26 noviembreImpecable Historia! sin dudas que detrás de todo esto hay una vocación de escritor en conjunto con un navegante de los aires..
Felicitaciónes y Gracias por las Frases y aprendizajes..
sebastian
Posted at 19:18h, 12 julioMuy linda historia……….. hay una de rocha que lei los otros dias que me hizo acordar mucho a hechos y sucesos que me pasaron……. te felicito y gracias por compartirlas.
Martín Filippi
Posted at 12:11h, 13 julioMuchas Gracias Sebastián, me alegro mucho.
El Capítulo 5, “Rocha Topless” es la que comentás: https://volemos.org/carlitos-rey-capitulo-5-rocha-topless/