24 Abr Carlitos Rey – Capítulo 8: “Read and Do”
Tiempo de lectura: 27 minutosEl despertador interrumpió el sueño de la esposa de Carlitos a las 4:30
-“¿A qué hora lo pusiste? No te puedo creer”. –
-“Perdón, seguí durmiendo. Te quiero mucho, te llamo cuando me tome el ómnibus a la vuelta.” –
Trató de no hacer más ruido y salió de la habitación en busca de su mochila. Tenía que hacer 25 minutos de viaje hasta la terminal de ómnibus de Tres Cruces para encontrarse a tiempo con su ex instructor y juntos viajar cerca de 2 horas hasta la Ciudad de Minas en el departamento de Lavalleja.
Desde hacía unas semanas, el instructor con el qué Carlitos había aprendido a volar había regresado a Uruguay y estaba dando clases en el Aero Club de Minas y lo había invitado para que aprovechara a aprender sobre la dinámica de la aviación general fuera de Montevideo y además sumar alguna hora de vuelo en un entorno privilegiado.
Para Carlitos era una muy buena opción, volar allí era más económico y le encantaba escaparse de la ciudad algún sábado y tomarse unos mates entre las sierras, uno de sus destinos favoritos.
El instructor dictaba una o dos horas a primerísima hora del día y Carlitos hacía algún vuelo local antes del mediodía. A media tarde ya solían estar rumbeando para la capital nuevamente a bordo del servicio regular de Minuano.
Encontrase antes de la salida del sol en la terminal de pasajeros inevitable instalaba la ilusión de estar haciéndolo en la terminal de un aeropuerto, imaginando estar vestidos de pilotos de aerolínea a punto de hacer un vuelo intercontinental.
De todos modos, trasladarse juntos con destino a volar era más que suficiente. Los asientos los reservaban el día anterior para no dejar nada librado al azar siguiendo una forma de proceder propia de pilotos.
Habitualmente no conversaban mucho en el bus ya que, como muchos otros pasajeros, aprovechaban el viaje para volver a dormirse. Sin embargo, esta vez Carlitos tenía intenciones de verificar juntos la planificación que había hecho para volar por primera vez hacia el aeródromo de la ciudad de Cardona.
Aprovecharía el mediodía para volar con rumbo a Florida y desde allí poner proa al Este y hacer otro tramo hasta SUCD. Del aeródromo no sabía nada en absoluto. Sólo tenía un contacto allí con quién habían compartido algunos posteos en un foro de aviación de aquella época, quien le había comentado que por allí estaba de moda el aeromodelismo y le extendió la invitación para recibirlo.
El instructor sacó un pañuelo de papel descartable y dibujó una especie de número siete que según recordaba correspondía a las dos pistas del Aero Club. – “Las pistas están bien, son de pasto y no tienen pendientes, pero sólo se usa la larga” –
La planificación no tenía demasiados misterios, el aeródromo de Florida serviría como alternativa y no había ninguna presión por llegar hasta Cardona. La pierna final tendría como referencia el cruce de la ruta 3 y luego era cuestión de seguir las vías del tren, sintonizar las radios AM de ambas ciudades con el ADF y estar atento a la deriva del viento.
Antes de traspasar el límite departamental de Montevideo ya estaban durmiendo como el resto de los pasajeros.
Luego de un rato, el ómnibus se detuvo en la ruta y no volvió a arrancar. Los frenos se habían sobrecalentado y no era seguro continuar el viaje. Deberían esperar el próximo coche y por la seguridad de los pasajeros debían hacerlo al costado de la ruta, a la intemperie hasta la llegada del próximo coche.
– “Pensar que si viniéramos en avión ya estaríamos tomando mate en el Aero Club. ¿vos te das cuenta?, te cobran un disparate por un viaje de una hora y media y todavía no mantienen los ómnibus…”. –
La catarsis del instructor continuó en voz alta durante varios minutos. Algunos pasajeros lo miraban y disimuladamente se apartaban y a riesgo de mojarse los pies con el rocío, caminaban unos pasos más en busca de los primeros rayos de sol subiendo el terraplen.
La mañana de mediados de agosto le ganaba a la noche y el horizonte se pintaba de rosado, blanco y gris a medida que los rayos del sol incidían en las nubes más altas.
Carlitos escuchaba. Ya conocía muy bien la forma de pensar de su instructor y sabía que precisaba de alguien con quien hablar y transmitirle su frustración y enojo por un País que a su entender le había cortado las alas.
A los 25 años, su futuro suegro le había asignado un escritorio gerencial en una de las principales industrias del litoral. Su prometida comenzaba a planificar el crecimiento de su familia, pero él se sentía anclado a la tierra y encerrado entre cuatro paredes. Sus pensamientos estaban en los primeros vuelos que había hecho en el Luscombe del Aero Club y soñaba con una carrera aeronáutica.
Los años que había pasado en la Fuerza Aérea le habían permitido conocer más de cerca los Aviones, pero cuando comprendió que por su rebeldía no lograría acceder al rango de Piloto Aviador, se empeño en lograr la expulsión y les “hizo la cruz”.
Siendo algo más joven que Carlitos, se había separado y emigrado a España con dinero prestado para formarse como Piloto Comercial y piloto de Aerolínea. Había puesto su vida en manos de una carrera y renunciado al confort garantizado y la vida familiar.
Se formó en el histórico aeródromo de “Los cuatro vientos” en Madrid, pero no tuvo oportunidades de ingreso a Iberia o aerolíneas regionales y con menos dinero del que se había ido, regresó a Uruguay y tuvo que afrontar varias deudas.
El coche del siguiente turno llegó bastante rápido y pudieron cruzar la línea de sierras que se extendía desde Punta Ballena para ingresar a la Ciudad y encontrarse con uno de los alumnos que los llevaría hasta el Aero Club.
Al bajarse en la terminal, Carlitos reflexionó que nadie allí se imaginaría que ellos venían a volar. Era muy fácil adivinar algunos oficios de quienes descendían del bus vestidos de gauchos o con uniformes de entes públicos, pero por más lentes Rayban y campera Alfa que usara el instructor, nadie diría “estos son pilotos”. La aviación, pasaba por desapercibida cuando no se vestía una gorra de piloto y charreteras.
Uno de los alumnos minuanos los estaba esperando junto a su camioneta por la calle del costado. Su trato con el instructor era bien distinto al que había tenido Carlitos, mucho menos formal y ceremonioso.
Carlitos veía como su instructor disfrutaba más de volar en los Aero Clubes que en el “Burro-crático Montevideo”
– “Tranquilo profe que no me olvidé de los bizcochos”, dijo el alumno, frenando la camioneta en la puerta de la panadería que quedaba camino al aeródromo. Una muchacha apareció enseguida, sonriente y luciendo su delantal y pañuelo en el cabello.
– “Cuidado que están muy calientes, son recién salidos” –
La rutina de aquellos sábados por la mañana era más o menos la misma. Carlitos y el alumno que los fuera a buscar a la terminal se encargaban de abrir el Hangar, sacar el CX-AQK y dejarlo en condiciones para el primer vuelo. También debían preparar agua para el mate y ordenar un poco el salón de clases teóricas que estaba ubicado en un costado del galpón donde se dejaban los trajes de paracaidismo y demás implementos.
Cuando el instructor comenzaba el repaso teórico, Carlitos sacaba el equipamiento VHF y lo conectaba en la pérgola que oficiaba de sala de operaciones. Prendía la radio del Cessna 172 y probaba las comunicaciones. Una de las cosas que más recalcaba su instructor era que en los Aero Clubes los alumnos no tenían oportunidad de practicar fraseología, así que Carlitos solía hacer de torrero para ayudar en el entrenamiento de los nuevos pilotos. Incluso, solían hablar en Inglés para simular el entorno de Carrasco.
Algunas veces, antes de que empezaran los vuelos, bajaba por el costado de la pista caminando y recorría las 6 cabeceras. El Aero Club estaba ubicado en un lugar espectacular y encontrarse en las pistas disfrutando de un buen mate era un ejercicio espiritual de relajación y energizante.
Además, a parte de servir para detectar algún hormiguero que se hubiera formado entre semana, la caminata permitía ver si había algún perro u otro animal suelto entorno al basurero municipal que compartía el predio del Aero.
A decir verdad, la principal función de la radio VHF era dar información sobre la presencia de animales entorno a las pistas ya que la operativa de vuelo era escasa.
El perro manco del Aero Club no estaba en condiciones de controlar un territorio tan extenso, así que una vieja chumbera tenía delegada la responsabilidad de repeler las hordas de perros, autos y motos que decidían tentar su suerte profanando las rectas de pasto los sábados a primera hora. También algunas veces, algún piloto con vocación de carnicero asustaba a los invasores persiguiéndolos con el avión hasta que huyeran.
Esperando su turno para volar, Carlitos aprendió mucho sobre la época dorada de la aviación general, los conflictos con los distintos gobiernos municipales, los secuestros de narcotraficantes, los accidentes y se contagió del interés por mejorar lo que no es de uno solamente.
Las distintas generaciones que coincidían en el Aero Club trabajaban según sus posibilidades para tener un lugar en mejores condiciones y en el que cada uno pudiera desarrollar sus actividades. Allí se encontraban aeromodelistas, paracaidistas, mecánicos de autos que también eran mecánicos de aviones, pilotos y amigos.
Aquel sábado, de los tres alumnos que había agendado el instructor sólo había ido uno, lo que motivó una nueva catarsis sobre “la juventud actual”, “el respeto” y una reflexión sobre lo difícil que era trabajar dictando clases en el interior. El instructor repasó con Carlitos distintas traiciones que había vivido en distintos puntos del país y enumeró la cantidad de veces que había terminado poniendo plata para que un Aero Club pudiera dictar cursos y luego los alumnos abandonaban o el Aero Club contrataba otro instructor.
Para Carlitos, la Aviación todavía mantenía su romanticismo. Si bien había presenciado actos de dudosa rectitud ética, nunca había sufrido en carne propia un desplante como los que tanto habían marcado la vida de su amigo instructor.
Las dos horas libres adicionales que tenía el avión le venían de pedir de boca para hacer con mayor tranquilidad su vuelo a Cardona y además llegar más temprano a Montevideo. El instructor, todavía ofuscado, decidió ayudarlo en la preparación del avión y le anunció que no lo esperaría ya que prefería irse en el ómnibus que salía al mediodía para la capital.
La noticia de que el avión había quedado libre pareció haber corrido rápidamente en la ciudad ya que a los pocos minutos habían llegado unos socios paracaidistas que deseaban hacer un salto tempranero por lo que Carlitos accedió a que usaran antes que él, el avión.
Sabía que estaba ahí “de prestado” y no quería generar ningún tipo de rispidez con los locales. Además, siempre era una linda experiencia ver todos los preparativos de los valientes paracaidistas y observar las maniobras que solía realizar el piloto que había llegado para hacer el vuelo.
Era un muchacho alto de casi metro noventa, espigado y con un caminar tosco. Siempre usaba un mameluco azul que con los años se había desteñido y que había sido alargado con trozos de tela violeta y partes celestes claras. Hablaba bien a lo canario y siempre estaba de bueno humor.
Carlitos lo había visto hacer maniobras acrobáticas en el “ACuKa” y se había sorprendido más aun con sus aterrizajes largos para evitar recorrer la pista y arriesgar la rueda de nariz con algún pozo.
Todavía era temprano y no había prácticamente nadie en la vuelta, Carlitos acompañó al instructor a la cocina y pusieron al sol un pedazo de hielo del tamaño de una pelota de fútbol que adentro tenía algunos restos de asado que se habían congelado luego del Festival que había organizado el Aero Club hacía unas semanas.
Uno de los motivos por los que iba a poder llevarse el avión al mediodía, era porque había asado y la barra iba a terminarse todo lo que había sobrado, carne, vino y algunas barritas de helado.
Cuando salieron en busca del sol, se encontraron con dos jóvenes que querían informarse sobre el curso de vuelo y el de paracaidismo.
Como el instructor no estaba con su mejor humor, Carlitos se encargó de comentarles en qué consistían ambos cursos y les explicó el funcionamiento del Aero Club y los invitó a quedarse un rato para ver el aterrizaje de los paracaidistas que ya estaban por saltar.
Los muchachos eran hermanos y tenían prácticamente la misma edad de Carlitos y terminaron por aceptar su invitación para viajar como “bolsas de papa” en su vuelo rumbo a Cardona. Sus pasajeros habituales eran los alumnos del instructor, pero como no habían venido, se habían perdido también el viaje a través del sur del país.
-“¿Viste que nivel como trae el avión?” – Se apuró a comentarle al Instructor que estaba a punto de irse hacia Minas.
-“No no! Es un disparate eso!!. Estas son las típicas cosas que sólo pasan en un Aero Club. ¿Qué pasaría si no le andan los frenos? ¿Vos te das cuenta que al final de la pista están los autos, los juegos infantiles, las casas?. La pista no se regala, si querés alivianar la carga en la rueda de nariz, usás el elevador y un poquito de potencia.”
Carlitos comprendió que lo que para él era una genialidad del piloto de paracaidistas, había sido la gota que desbordaba el vaso para su instructor. Con preocupación vio como dejaba el bolso en la parte de atrás de la camioneta y en vez de subirse, caminaba hacia el lugar en dónde se estaba deteniendo el avión.
Detrás de ellos, Gonzalez, uno de los veteranos de siempre, ya había prendido el fuego y había puesto a calentar unas cajas de vino que habían quedado guardadas en la heladera.
Los paracaidistas venían subiendo el repecho con sus velas en los brazos y el piloto llevó el avión hasta el costado del hangar donde estaba el surtidor de combustible, al costado del parrillero.
-“Amigo” – dijo el profesor con voz firme.
-“Eso no se hace, estás poniendo demasiado en riesgo al traer flotando el avión y estás forzando el motor, alas, elevadores y alerones”.
El piloto, mientras escuchaba el consejo, se terminó de bajar del avión, se sacó el paracaídas y sobre él, dejó muy lentamente el cuchillo que llevaba por seguridad.
Puso su mano sobre el hombro del Instructor y cuando todos esperaban lo peor, sonrió y le dijo – “Muchas gracias, che” –
Inmediatamente, miró a Carlitos que estaba con sus pasajeros del otro lado del avión y con una mirada fría y voz amenazante le dijo – “Pibe, te lo dejo bien cargadito de nafta, así pueden irse” –
El instructor quedó hablando solo y terminó yéndose hacia la camioneta haciendo gestos de desaprobación.
Carlitos, como antes de cada vuelo, fue hasta el baño para asegurarse de no tener ninguna urgencia en el viaje. Estaba en la parte exterior del hangar, era usado como ducha y lavadero de una familia que vivía a los fondos y la puerta quedaba siempre entreabierta.
Pensó que escucharía algún comentario sobre lo que había pasado, pero el tema principal era el asado y el cálculo de cuántos comensales vendrían ahora que ya no había que ayudar a dejar todo pronto para el Festival.
Al salir del baño pudo ver como el avión era cargado de combustible en la única zona nivelada del aeródromo y aprovechó para saludar a los paracaidistas con quienes ya había hecho una amistad luego de tantos sábados.
Les comentó sobre el vuelo que haría y les mostró a lo lejos quiénes eran los hermanos que habían venido a preguntar por el curso de piloto y de paracaidista y acordaron que a la vuelta del viaje lo esperarían para picar algo en la parrilla y continuar con la presentación del curso.
El avión ya estaba preparado para que pudieran irse, lo habían dejado frenado con las calzas de madera y mirando hacia las pistas. Carlitos subió en el asiento trasero a uno de los pasajeros y le mostró el funcionamiento del cinturón de seguridad y la escotilla por donde podía ajustar la entrada de aire fresco. El otro hermano, iría adelante para ir aprendiendo el arte de volar.
Con el avión en condiciones, gritó “¡Libre!” luego de mirar que no hubiera nadie cerca de la hélice y dio arranque al motor. Pero no pasó nada, o, mejor dicho, la hélice no llegó a girar y el motor no encendió.
Los últimos sábados esto era algo que a veces pasaba en el primer vuelo del día y la solución era inyectarle manualmente más combustible. Pero como el avión ya había estado volando era raro que pasara. No obstante, Carlitos que ya conocía bastante el avión, intentó un par de veces pero no tuvo éxito.
El siguiente paso era encenderlo haciendo girar manualmente la hélice, para lo cual contó con la colaboración de uno de sus amigos paracaidistas que ya se había acercado a ver si lo podía ayudar.
Intentaron dos o tres veces, pero no había caso.
Carlitos, tenía plena confianza en que lograría encenderlo porque ya le había pasado otras veces y era sólo cuestión de intentar unas veces más.
Igualmente, no pudo dejar de imaginarse lo que estarían sintiendo sus pasajeros y por sobre su hombro derecho pudo ver que del otro lado del alambrado, había un par de familiares que les hacían señas para burlarse o para hacerlos entrar en razón.
Sólo por las dudas, repasó nuevamente la lista de chequeo y todo estaba ok. El avión no encendía y luego de cada intento sentía cada vez más miradas sobre el avión.
Ya se habían acercado un par de socios más para ayudar con el encendido manual de la hélice y preocupados por el estado del arranque del motor. La falla se repetía cada vez más frecuentemente y sería necesario invertir en un arreglo y repuestos.
En eso, la puerta del lado copiloto se abrió abruptamente y apareció el piloto del vuelo anterior. Metió de un sopetón medio cuerpo en la cabina y estiró su brazo izquierdo hacia el espacio entre ambos asientos delanteros.
– “¡Ahora va a prender!”, gritó con total seguridad y cerró nuevamente con fuerza la puerta.
Caminó por la parte trasera del avión como si estuviera realizando una inspección pre-vuelo y se acercó a Carlitos por la otra puerta.
– “Tenías la llave de paso de combustible cerrada”
Carlitos quedó estupefacto. No sabía cómo reaccionar. Había chequeado y re-chequeado la lista de encendido varias veces y no se había percatado de eso.
El piloto de paracaidistas cerró la puerta y con una sonrisa de satisfacción le dijo a quienes estaban intentando arrancar el avión
– “Un fenómeno el profesor, nunca le enseñó a chequear el avión. Re-ga-la-do.”
Los demás, quedaron en silencio y observaron como lentamente el Cessna avanzaba rumbo al borde de la pista para completar la prueba de motor previa al despegue.
La mente de Carlitos comenzó a preparar un montón de pensamientos nocivos pero el joven piloto logró aislarlos a tiempo y decidió concentrarse en el vuelo que estaba a punto de comenzar su fase más crítica. Ya habría tiempo de pensar en lo sucedido.
Miró hacia atrás y les preguntó a los muchachos si alguno se había arrepentido. Por un momento parecieron dudar, pero ambos confirmaron asintiendo con la cabeza, tal vez por vergüenza, tal vez por solidaridad o por inconciencia.
Carlitos dejó correr el motor unos segundos más de lo habitual para quedarse tranquilo de que el combustible circulaba bien por el motor y despegó con proa a Florida.
Ascendió hasta poco más de 2000 pies y durante los primeros minutos del viaje aprovechó a mostrarle a sus pasajeros las tareas que tenía que ir haciendo para verificar que la planificación del vuelo se cumplía. La mañana seguía espectacular para volar y era muy fácil mantener las referencias visuales para seguir la ruta 12.
Ahora sí, con la mente menos sobrecargada, dedicó unos instantes a pensar en lo que había pasado. Volvió a pensar en las señales, esas que, con el diario de lunes, es fácil identificar como premonitoras de que algo malo iba a pasar. ¿Era una señal que el ómnibus se hubiera roto?, ¿Debió volar pese a que el piloto se había cruzado con su instructor?, ¿debió despegar aunque por primera vez en toda sus carrera de piloto la válvula de combustible estuviera cerrada?
Ese último tema le seguía molestando. Sabía que algún día le iban a hacer pagar derecho de piso por ser el nuevo en el Aero Club, el capitalino, el que volaba por que el Instructor lo llevaba… pero…. Para ser una broma había sido de muy mal gusto, ¿Qué hubiese pasado si hubiera podido despegar y se encontraba con esa situación en pleno despegue?
Volvió a limpiar sus pensamientos de fatalidades y ya en modo aeronáutico recapacitó sobre por qué nunca había visto la llave de paso de combustible cerrada. En algunos aviones de instrucción que había volado recordaba que la idea era no jugar con la llave de paso ni con los instrumentos que no hacía falta tocar, pero era un instrumento que se mencionaba antes de cada despegue y que incluso había aprendido a recitar de memoria como parte de los procedimientos de emergencia. Sería necesario que corrigiera algo en su proceso de entrenamiento, precisaba pasar más horas en una cabina o ser más meticuloso en el simulador. Esto no podía volver a pasarle, se dijo.
Se sintió apenado porque lo usaran para pegarle al Instructor y se acordó de aquellas frases que decían que un piloto es el reflejo del instructor que ha tenido, por lo tanto, lo mejor que podía hacer era culminar el vuelo sin problemas.
Pensó también en cómo hubiera reaccionado su instructor de haber estado allí y enterarse lo que le habían hecho.
El vuelo prosiguió con normalidad y al acercarse a la ciudad de Florida, escuchó en la frecuencia que correspondía al seguimiento de los vuelos en territorio nacional, los intentos de comunicación de un piloto que parecía muy nervioso y no estaba utilizando la fraseología aeronáutica.
-“¿Alguien me escucha?….. Radar……. Bravo Eco Rey….. ¿Me escuchan?”-
Le tomó unos segundos interpretar la comunicación y cuando se dispuso a comunicar por la radio, la voz de una Controladora de Tránsito Aéreo se adelantó.
-“Bravo Eco Rey, no te estamos copiando, si me escuchás, ascendé a 3000 pies para mejorar la recepción”
Carlitos escuchaba a diario la frecuencia aeronáutica que se transmitía por internet y reconoció rápidamente la situación. La voz de la controladora le resultaba muy familiar y pudo distinguir que en su tono se evidenciaba tensión y preocupación.
Él mismo había experimentado varias veces la pérdida de señal al alejarse de Montevideo volando por debajo de los 3000 pies y comprendió que por lo desprolija de la comunicación del piloto era necesario intervenir.
-“Bravo Eco Rey, te escucho. Aquí Alfa Quebec Kilo, adelante”- no tuvo respuesta. Por lo que insistió.
-“Bravo Eco Rey, te escucho. Aquí Alfa Quebec Kilo, adelante”
-“Alfa Quebec Kilo, Montevideo Control, estábamos guiándolo hacia Sierra Uniform Foxtrot Lima pero perdimos comunicación, quizás haya pasado a la frecuencia del Aero Club”
-“Montevideo Centro, estoy 5 millas fuera de la Ciudad, intento comunicarme y le informo, Quebec Kilo”
Carlitos puso el avión en dirección al Centro de Aviación Florida (SUFL), sintonizó su frecuencia y sin dejar pasar más tiempo llamó:
-“Bravo Eco Rey, te escucho. Aquí Alfa Quebec Kilo, adelante”
-“Ahí abajo va un avión” – Dijo sin mayores sobresaltos el pasajero que iba sobre la ventanilla derecha.
-“Excelente” dijo Carlitos, vamos a ayudarlo, anda medio perdido.
-“Hola, Florida, Bravo Eco Rey, adelante”- por fin contestó el piloto del C-150 de instrucción.
-“Hola, estoy en un Cessna, te estoy viendo, voy volando más alto que vos, el Aero Club de Florida está bien enfrente tuyo, tenés que atravesar la ciudad”
La voz del piloto estaba quebrada, muy nerviosa y tensa. Desde la perspectiva de Carlitos, volaba a 1000 pies o menos.
-“Quiero… quiero volver a Adami, solicito instrucciones”
Carlitos comprendió que el alumno estaba pasando un mal momento y deseó poder estar junto a él para calmarlo y tomar el control de los comandos.
Empezó a realizar una órbita sobre la ciudad y continuó la comunicación.
-“Hace unos minutos, te querían hablar desde Carrasco y me pidieron que te avise que precisan que asciendas a 3000 pies para poder escucharte porque no llega bien la señal”
-“Ok ok, muchas gracias”
Carlitos, cambió rápidamente la frecuencia y se comunicó con Montevideo Centro.
-“Montevideo Control, tengo al Bravo Eco Rey a la vista, se encuentra en la vertical de Florida y le solicité ascienda a 3000 pies. Solicita vectores para Adami. Alfa Quebec Kilo”
-“Copiado Quebec Kilo” –
La frecuencia estaba ocupada con un par de aeronaves comerciales que estaban cruzando desde el norte hacia Buenos Aires y el mensaje de Carlitos era el único en español en esos momentos.
Volvió a Sintonizar la frecuencia de Florida y escuchó que el Piloto intentaba comunicarse con la frecuencia del Control de Carrasco.
-“Bravo Eco Rey, todavía estas en la frecuencia de Florida, pasate a 128.5”
-“Gracias, gracias. Exrey”
Carlitos miró el reloj y sólo llevaba unos minutos sobre la ciudad, no había nada de que preocuparse respecto a su hoja de ruta a Cardona.
-“Montevideo Control, Bravo Eco Rey, instrucciones”
Ahora sí, había logrado transmitir en la frecuencia apropiada.
-“Bravo Eco Rey, nos solicita tu instructor que regreses a Adami, volá con rumbo 180 SUR en la brújula y vas a llegar a Canelones”
-“Montevideo Control, Bravo Eco Rey, ¿Me escuchan?”
-“Montevideu Control, Gol37543, request climb flight level 360.”
-“Gol37543 Climb 360”
-“Bravo Eco Rey, vuele con la proa a Canelones, 3000 pies”
Carlitos veía como el alumno ponía su avión con rumbo al Sur Este, pero seguía sin poder comunicarse con el control radar.
-“Montevideo Control, Alfa Quebec Kilo, enlace con Bravo Eco Rey. “
-“Alfa Quebec Kilo, Adelante.”
-“Bravo Eco Rey, te solicitan desde Carrasco que vueles hacia Canelones, mantené 3000 pies. Rumbo Sur, estás un poquito desviado hacia la izquierda.”
-“Recibido, muchas gracias.”
-“Montevideo Centro, Bravo Eco Rey recibió la información. Quebec Quilo”
Carlitos y sus pasajeros vieron con satisfacción como el avión se orientaba sobre la ruta 5 y hablaron sobre lo desafiante que podía ser realizar las primeras travesías en solitario. Carlitos aprovechó para contarles algunas anécdotas propias y otras que había escuchado, como la del alumno que siguió volando pese a que llovía hasta el punto en que ya no podía mantener referencias visuales y logró llegar sano y salvo volando a escasos metros de la ruta 1, con la ayuda de su instructor, los controladores aéreos y su padre que era Comandante de Pluna y había subido a la torre de control.
Ahora ya volaban nuevamente hacia Cardona y Carlitos les mostró como habían variado sus estimaciones de consumo de combustible y tiempos de control de referencias geográficas.
Finalmente, escucharon como la voz del alumno se hacía lugar entre las de los pilotos de aerolíneas y lograba comunicarse con el control radar. Su tono de voz ahora era bien distinto y se lo notaba más tranquilo y seguro.
En el viaje habían compartido un escasísimo paquete de galletitas Bridge y ahora esperaban llegar con ansias para poder tomar algo porque se les había resecado la boca. Con toda seguridad en Cardona también habría asado, pero no podían quedarse, tenían que devolver cuanto antes el avión.
Ya había descendido a 1500 pies y con el plano del aeródromo que su instructor le había dibujado, buscaba la famosa pista en ele.
Desde el aire, Cardona se veía como otras ciudades, un cordón rural, las rutas nacionales que la atravesaban y un damero de casas bajas.
-“Cardona, Cardona, Cardona, Alfa Quebec Kilo, procedente del Este, con un mil quinientos pies para el suyo” –
Ya estaba prácticamente sobre la ciudad y al tiempo que buscaba la pista, le pidió a los pasajeros que repitieran su especialidad y estuvieran atentos a otros aviones. Repitió su llamado una vez más y recibió respuesta:
-“Pista libre, autorizado a aterrizar, jajaja”
-“Recibido, gracias” respondió descolocado.
Su conocido, el de Cardona, le había hablado de la gran actividad que estaba habiendo en el Aero Club, por lo que no esperaba recibir una respuesta tan poco informativa. ¿Había otros aviones en el aire? ¿Qué pista estaba libre?
De todos modos, todavía precisaba resolver un detalle importante ¿dónde estaban las pistas?
Carlitos, comenzó a orbitar y luchaba por mantener los 1500 pies, revisar que no viniera un avión de frente y encontrar el aeródromo. Lo buscaba en las afueras de la ciudad, pero no podía encontrarlo.
Cinco minutos más tarde, otra voz le habló
“- A ver el piloto que estaba viniendo a Cardona ¿va a bajar? –
Carlitos no tenía dudas de que le hablaban a él. Nuevamente el estress del aterrizaje y la sobrecarga intentaban tomar el control.
Decidió resetear:
-“Cardona, Charly ExRey Alfa Quebec Kilo, en la vertical de la ciudad, con un mil quinientos pies”
-“Minuano, ya te dijimos que la pista está libre, 1500 parece mucho. Te esperamos”
El tono de la voz había cambiado, claramente era alguien que reconocía la matrícula del avión, alguien que compartiría el espíritu aeronáutico. Carlitos imaginó que seguramente fuese su contacto, con quien solamente se habían comunicado en forma escrita por internet, pero que compartirían una mañana de camaradería.
-“¿Me pueden ayudar a encontrar el Aeródromo?”
La respuesta se hizo esperar.
-“Peroooo….. ¿estás seguro que estás en Cardona?, aquí no te escuchamos sobrevolando” – le dijeron con ironía y cierta preocupación.
Carlitos tuvo que repetirse a si mismo lo que le acaban de decir, ¿cómo que no lo escuchaban?
No había forma de que no estuviera en Cardona, los tiempos le habían dado impecables incluso con la corrección por el sobrevuelo en Florida, las referencias las habían seguido todas, y además como parte de la aproximación a la ciudad había prendido su GPS de auto y le confirmaba que estaba en la única ciudad que había a la redonda.
-“Si si, estoy en la ciudad, pero no encuentro la pista. Tengo sintonizada la radio AM en el ADF y la antena está acá. Estoy en la ciudad”
Durante unos cinco minutos, estuvieron intentando encontrarse mutuamente. La ayuda llegaba en forma intermitente. Parecía que no le estaban prestando total atención a su arribo.
Las canchas de fútbol, las estaciones de servicio, el hospital, la iglesia, no servían para tener una guía precisa, hasta que finalmente, otra voz aportó la mejor de las ayudas. “Fijate la ruta que sale hacia el Oste, vas a ver unos silos de metal bien grandes, ¿los ves?-
-“Si, si! Afirma” –
-“Bueno vuela hasta allí y vas a ver la pista a tu derecha” –
Carlitos comprobó su altitud y sin darse cuenta había descendido a 900 pies mientras buscaba el aeródromo.
La pista era larga, de pasto y estaba nivelada, no le costó trabajo encontrar el cono del viento y tras reordenar el avión aterrizó y estacionó a un lado de la pista en la cabecera opuesta junto al avión del Aero Club el CX-BBL.
Mientras llegaban los locales para recibirlos, envió un par de SMS, “SUCD, sin novedades” dirigido a su Instructor. “Llegamos a Cardona” Dirigido a uno de sus amigos del AC de Minas.
Mientras los muchachos iban al baño, Carlitos conoció finalmente a su contacto y se rieron un rato sobre lo difícil que había sido encontrar el aeródromo. Llegaron a la conclusión de que Carlitos tenía las pistas dibujadas del lado contario de la Ciudad y que la carta aeronáutica que utilizaba tenía un error y tenía intercaladas a Cardona y Florencio Sanchez.
Carlitos no salía de su asombro, jamás había escuchado que ambas ciudades estaban unidas y de hecho lo único que sabía de Cardona era que tenía un Aero Club. Incluso creía que estaba en el departamento de Florida y ni idea tenía de la existencia de Florencio Sánchez.
La invitación para compartir algo de Asado llegó, pero como ya estaba previsto fue declinada con amabilidad. Los dos minuanos y el montevideano recorrieron las instalaciones y vieron los aeromodelos que estaban por salir a volar.
Como no había donde comprar unos refrescos, les invitaron un poco de agua fría que tenían en un termo en la sala de operaciones y se prepararon para iniciar el viaje de regreso con la ilusión de llegar a tiempo para comer algo.
Carlitos caminaba rumbo al avión y pensaba en lo afortunado que había sido en tener a alguien esperándolo en la frecuencia, a diferencia del pobre alumno que no había podido comunicarse en su pierna hacia Florida. Pensó bastante en la poca información que había conseguido sobre la ubicación del aeródromo y recordó los libros que había leído sobre los pilotos civiles que en los años 50 aterrizaban en donde querían.
Con la puerta aun abierta, gesticuló con la mano y saludó – “Los esperamos por Minas para un asado” – y luego gritó “¡Libre!” y dio arranque al motor. Pero no sucedió nada.
Probó una, dos, tres veces, pero la fuerza de la batería parecía irse apagando sin lograr hacer girar la hélice.
-“¿Revisaste lo que tocó hoy el Piloto?” – intentó ayudar uno de los pasajeros.
-“Si, si, es otra cosa. Gracias” – respondió tratando de sonar lo más agradecido posible. ¿Cómo que… “el Piloto”? acaso ¿yo que soy? Pensó Carlitos.
Revisó el panel en busca de alguna llave que hubiese quedado prendida, pero estaba todo apagado, no había chances de que la batería se hubiera descargado desde que habían llegado. Debía ser el problema de siempre. Antes de bajarse había seguido minuciosamente la lista de apagado por lo que descartaba un problema en la batería.
Le pidió ayuda a uno de los pilotos del Aero Club para prender a mano la hélice, comentándole que era un problema conocido del avión y que algunas veces le pasaba.
Éste accedió sin dudarlo demasiado y tras un par de intentos fallidos se fue en busca de una camioneta Chevrolet S-10 para puentear la batería, qué a su entender “estaba muerta”.
Pasaron los minutos, los intentos y no había ninguna mejoría en la situación.
Cuando el avión intentaba arrancar incluso con la camioneta acelerando, la hélice no podía dar ni un cuarto de vuelta.
Algunas de las personas que habían venido a dar una mano se retiraron cuando se fue la camioneta, ahora sólo quedaban Carlitos, sus dos pasajeros que esperaban pacientemente adentro del avión y un par de curiosos sin conocimientos que pudieran ser de utilidad.
El conocido, al igual que otro piloto, se negaron a ayudar con el encendido a mano ya que lo consideraban un procedimiento muy peligroso, por lo que se fueron a volar sus aeromodelos.
El tiempo pasaba y Carlitos destinó los últimos cómputos que le quedaban en el prepago del celular para comentar lo que estaba pasando y avisar de la posible demora.
Desde el Aero Club le recomendaron que intentara encenderlo como hacían allí, a mano.
Pero para eso debía contar con ayuda ya que si la maniobra se hacia mal podía suceder una desgracia. Y los pilotos de Cardona, lo habían dejado solo.
Se le vino a la mente el mapa del sur del país y la línea roja que había trazado con la ruta entre ambas ciudades y se dio cuenta de que si quería devolver a los pasajeros en ómnibus no le quedaba otra que pagarles el pasaje hasta Montevideo y luego desde allí otro hasta Minas. Él, podría dormir en el avión hasta que llegara alguien con lo necesario para arreglarlo y en el peor de los casos, debería pagar la nafta del vuelo ida y vuelta que hiciera el avión de auxilio.
También pensó en la probable escasez de frecuencias directas hacia Montevideo y en el tiempo que les tomaría regresar a sus casas.
Conforme pasaban los minutos, empezaban a llegar mensajes de texto preguntando si había habido avances, si había verificado que la válvula de nafta estuviera abierta, etc.
Carlitos seguía pensando en asegurar el plan B porque no quería quedarse sin opciones. Se acercó a uno de los muchachos que estaban sonseando entorno al avión y les preguntó por los horarios de coches hacia Montevideo y confirmaron su temor de que en 40 minutos salía una de las últimas frecuencias del día.
Fue entonces cuando decidió no darse por vencido, él había leído mucho sobre el motor del avión y sobre la técnica de encendido a mano. Incluso uno de sus instructores le había enseñado como hacerlo y lo habían practicado.
Llamó a sus pasajeros y les informó al detalle la situación, les explicó que precisaba su ayuda para poder volverse hoy a Minas en avión y para eso precisaba que uno diera potencia y que el otro se encargara de los frenos.
Ambos accedieron dichosos, habían ido hasta el Aero Club de Minas para averiguar sobre el curso y no solamente habían hecho su primer vuelo, sino que ahora además estaban aprendiendo a encender el avión y sobre todo, no querían volver en ómnibus.
Carlitos consiguió un par de piedras pesadas con las que improvisó calzas para trancar las ruedas y le explicó al mayor de los muchachos que sólo debería girar la llave de encendido y dar potencia cuando se lo pidiera y que no debería dar más de un par de centímetros.
Finalmente, y luego de 73 intentos y unos 35 minutos, el motor arrancó.
Sin demasiados preámbulos, alineó el avión en la pista, y luego de despedirse lo más amablemente posible por la frecuencia puso proa a Minas.
Desde el aire, grabó en su mente la ubicación del Aeródromo respecto a las dos ciudades y realizó un pequeño croquis.
El estado del tiempo seguía impecable por lo que replanteó su ruta para volar directo y ahorrar unos minutos.
Los nervios que habían pasado les había abierto el apetito y soñaban con los chorizos de rueda y el asado de cerdo que se estaba preparando en Minas, parecía que podían sentir el aroma pese a estar a más de 200 kilómetros de distancia.
Como en esos momentos no había mucho ida y vuelta entre el control de tránsito aéreo y otros pilotos, Carlitos le preguntó a la Controladora que aún seguía de turno por el desenlace del vuelo del CX-BEX y se enteraron de que el alumno había regresado sin ningún problema a Melilla.
La controladora aprovechó la oportunidad para agradecerle a Carlitos por el enlace radial que había realizado más temprano y le recordó que debería de haber presentado un plan de vuelo para el tramo de regreso a Minas, pero con muy buena onda le dijo: – “Por esta vez pasa Comandante” –
Escuchar ese reconocimiento le ayudó mucho a su autoestima que venía bastante vapuleado y que todavía estaba por enfrentar el peor momento del día.
De los tres ocupantes del avión, Carlitos era el único que tenía celular, pero no tenía saldo suficiente para enviar un SMS para avisarles a quienes los esperaban en Minas y tampoco tenía señal para recibir llamadas por lo que no podrían tranquilizar a la barra.
Para calmar la ansiedad por llegar, sintonizaron el ADF en radio Lavalleja en el 1420 Mhz y cada tanto probaban comunicarse por VHF con la frecuencia del Aero Club por si las moscas.
A medida que pasaban los minutos fueron conversando sobre lo que les había pasado con los conocidos en Cardona y sobre cómo se habían salvado de tener que hacer el viaje en ómnibus hasta Montevideo. Al parecer, ir en avión era la forma más rápida de unir Cardona con Minas.
Carlitos se sentía agotado, había tenido que hacer un gran esfuerzo físico para prender el motor y la transpiración ahora que la adrenalina se había disipado, le hacía sentir la ropa mojada y fría.
Cuando llegaron a la vertical del Aeródromo de Minas, el humo proveniente del basurero municipal cubría gran parte del campo. Como saludo sólo habían recibido un “Aleluya!” nada efusivo y un “autorizado a aterrizar”.
Carlitos decidió sobrevolar el Aeródromo para confirmar que no hubiera animales sueltos y confirmó que el cono de viento le indicaba la pista Norte – Sur que tenía su cabecera pegada al basurero.
No era la pista más usada en el Aero Club pero Carlitos trataba siempre de hacer todo según le habían enseñado.
Como venía descendiendo, ralentizó el motor justo encima del parrillero y continuó el planeo en alejamiento para realizar un aterrizaje en configuración de campo corto. Por su ventana, pudo ver que había una gran cantidad de autos estacionados y otro avión estaba detenido esperando para ocupar la pista.
Maniobró por izquierda, desplegó los flaps y aumentó la potencia del motor para traer el avión colgado hasta llegar a la pista que entre el humo con olor a basura se dejaba ver frente a él.
De repente, la figura de un caballo apareció como un fantasma en tinieblas cruzando la pista, y luego apareció otro, forzándole a dar potencia al máximo y elevar repentinamente la nariz del avión. Una ventaja del modelo específico del Cessna del Aero Club era que los flaps se accionaban manualmente con una palanca similar a la del freno de mano de los autos, esto le permitió a Carlitos replegarlos inmediatamente para ganar altura y abortar el aterrizaje.
-“Arremetemos” – anunció Carlos con voz seria, esperando que el otro piloto no fuera a despegar sin haberlos visto.
Unos segundos más tarde y mientras intentaba recuperar altura, la radio estalló:
-“Pero Pibe!, aterrizá en la pista larga, déjate de joder….”
Carlitos reconoció la voz de quién lo increpaba, sabía que era uno de esos personajes complicados que todo lo veían mal y que no tenían filtro ni medida en sus dichos y que seguramente se había maquinado con lo que venía pasando ese día. Había que tener cuidado con él porque era parte de la directiva y podía afectar la fuente laboral de su amigo instructor.
-“Atención, presencia de Caballos en la pista 05-23” volvió a decir Carlos con voz solemne mientras alineaba el avión a la pista larga del repecho.
-“Copiado, agradecido. Aguardamos liberen la pista, shkk shkkk” – contestó ahora con total corrección el piloto de la aeronave que aguardaba a salir.
-“Carlitos, los caballos se quedaron en la cabecera 23, aterriza tranquilo” – Complementó justo a tiempo uno de sus amigos que se había hecho cargo de la radio desplazando al desubicado.
Seguramente motivados por la arremetida y los antecedentes del vuelo, varios socios del Aero Club se acercaron a la pista para ver en vivo y en directo el aterrizaje “del pibe”. Por suerte para todos, fue un aterrizaje normal y los pasajeros aplaudieron a Carlitos tal como él les había instruido.
A lo lejos, mientras avanzaba en la pista, veía la cantidad de personas aguardándolo y no pudo más que imaginarse que los socios se habían congregado a organizar el vuelo de auxilio a Cardona y tomar medidas con el piloto foráneo, todos muy preocupados por el estado de su avión.
No obstante, a medida que el avión se acercaba al punto de estacionamiento, varios regresaron hacia el parrillero y sólo quedaron un par de veteranos que inmediatamente se pusieron a inspeccionar el motor y no tenían ningún interés en hablar con los tripulantes.
Carlitos, exhausto, vio como sus pasajeros rumbeaban raudamente en busca de comida mientras él narraba una y otra vez lo ocurrido y explicaba lo que habían hecho para encender el avión e intentaba dejarlo en condiciones para el próximo vuelo.
Otro piloto se subió y probó el arranque del motor un par de veces.
Otros muchachos midieron el combustible remanente y se aprontaron para realizar un salto.
Mientras tanto, Carlitos buscó con la mirada un lugar en donde sentarse y dejar su bolso.
– “¿Todas estas personas vinieron por el avión?, qué cagada” – le comentó a uno de sus amigos que le acercaba un vaso de refresco.
-“Vinieron porque había asado gratis. Son socios pero viste que ninguno vino a ayudar el día del Festival” –
-“Menos mal, pensé que estaban por salir a buscarnos” –
-“No no, hoy ya habían dicho que no volaba nadie, el vino caliente los mató a todos, jajajja” –
Carlitos fue en busca de una bandejita con algo para comer y se sentó junto al radio VHF en uno de sus lugares favoritos del Aeródromo, con vista al cerro Arequita.
-“A ver, mostrame como hiciste para prender el avión” – Lo interrumpió un veterano.
Carlitos, le pidió un segundo para terminar de tragar el trozo de carne que acaba de empezar a comer y le ejemplificó apoyando la palma de sus manos en su brazo, el movimiento descendente que había aprendido en los libros y que tantas veces había repetido en Cardona.
La cara del hombre cambió, antes estaba preocupado por el avión, ahora parecía tener vergüenza ajena por el piloto.
-“Peroo no muchacho, con razón…. Así no lo arrancas más”- Su cuerpo se llenó de vitalidad y haciendo la mímica de estar frente a una hélice, simuló agarrar con sus manos una de las palas y cinchar con vehemencia hacia abajo.
-“Vos tenés que agarrar y darle con fuerza para abajo” –
A Carlitos se le vinieron a la mente todos los videos que había visto de veteranos accidentados intentando prender a mano el avión utilizando una técnica como la que describía el señor y recordó que su instructor le había ejemplificado los riesgos de perder la cabeza si no se hacía la técnica en forma apropiada.
Pensó en decirle que estaba equivocado, en ir juntos hasta el avión que estaba por salir y mostrarle lo riesgoso que era encenderlo así. Pero no tuvo tiempo, el señor no esperó por su respuesta y se alejó al encuentro de otros colegas.
Uno de los muchachos con los que había hecho amistad se acercó y le agradeció por llevar a los hermanos que estaban interesados en el curso. Había hablado con ellos y habían quedado encantados con la experiencia y deseaban sumarse al Aero Club.
Carlitos le pidió prestado el celular para avisarle a su señora que todo había salido bien y que regresaría en el ómnibus que llegaba a las 20hrs a tres cruces.
Agotado, valoró todo lo aprendido en un solo vuelo y recordó una frase que había leído y que se usaba para que los pilotos disminuyeran los errores en los procedimientos de vuelo: “Read and Do”, “Leer y Hacer”.
La frase aplicaba perfecto a lo que le había sucedido al comenzar su vuelo con el pase de combustible, pero también podía usarse para pensar en la importancia de estudiar y prepararse con los libros y ganar experiencia en cada hora de vuelo, después de todo lo que había vivido, comprendió que el aprendizaje era más efectivo cuando llega de muchas maneras diferentes, a través de nuestras emociones, de nuestro cuerpo, de nuestra comprensión.
-FIN-
¿Qué vivencias excepcionales te han permitido experimentar en la práctica la formación teórica?
Esteban
Posted at 15:52h, 13 junioCuantas anécdotas en una sola historia! muchas gracias por escribir estos cuentos, me ayudan mucho a entender como es el tema de la aviación civil en Uruguay.