11 May Carlitos Rey – Capitulo 14: “La mañana cuando explotó el motor del avión en vuelo.”
Tiempo de lectura: 23 minutos-Mirá que impresionantes que están las nubes. Esto tenés que disfrutarlo. – Le dijo el instructor, al tiempo que le levantaba la careta de entrenamiento para que Carlitos pudiera ver ese paisaje maravilloso.
En efecto, de todos los vuelos, de todos los paisajes, entre todos los amaneceres y atardeceres en vuelo, no había visto un cielo o, mejor dicho, un piso de nubes como ese.
Habían alcanzado los 3000 pies y una capa de nubes bajas formaba un tablero de ajedrez dejando ver el terreno compuesto por zonas verdes, caminos de tierra y brillantes galpones del norte de Montevideo. -Por paisajes como este me hice piloto – dijo Carlitos con entusiasmo, con un tono bajo, como para respetar la paz de ese momento que el instructor le había compartido haciendo uso de su romanticismo aeronáutico.
Y el motor del avión explotó.
Media hora antes:
Junto al paisa, su instructor, con quien ya se reconocían como amigos, caminaban hasta las puertas de uno de los hangares históricos de Melilla. El avión ahora dormía ahí y para Carlitos era toda una novedad ingresar a ese hangar emblemático por primera vez.
-Ayúdame a empujar de aquel lado- le pidió el paisa, señalando el borde de la primera hoja del portón corredizo. Hicieron fuerza juntos, como siempre había que hacer con ese tipo de portones, pero no corría. El sol ya estaba más alto que los galpones y sumado al esfuerzo físico y la frustración juntaron calentura, literalmente. -Bueno viste Carlitos, esto es para que tengas un baño de aeronáutica uruguaya desde temprano-.
Ambos se sacaron sus respectivas camperas de corderito y el buzo de lana que solían utilizar en invierno y Carlitos comenzó a preparar el plan de vuelo. El instructor llamó por teléfono al presidente del Aero Club para preguntarle si había pasado algo con el portón que no quería correr.
Cuando finalmente entraron, la idea de que se trataba de un hangar histórico se presentó de forma omnipresente. Más bien, parecía que se había quedado en la historia, en alguna época en la que no existían las escobas, las pinturas o la voluntad de los socios para mantener los 100 mts2 en condiciones mínimas.
El avión estaba cubierto de un polvo gris, mitad polvo, mitad aserrín que caía de los tirantes de madera. En el piso quedaban marcadas sus huellas de tan sucio que estaba, como si fueran los primeros en ingresar después de un incendio. Durmiendo allí, había varios aviones y restos de otros que se iluminaban terroríficamente gracias a los agujeros que tenían las chapas del techo.
Entre tanta desolación Carlitos encontró el motivo por el que el portón no abría. Apretada entre los rieles, había una paloma y el último empujón le había cortado la cabeza.
Gritó para que su instructor lo escuchara desde adentro del avión: “Si vas a salir a volar y lo primero que vez es una paloma degollada, mejor no salgas”.
-Si vas a salir a volar y lo primero que vez es un hangar de Aero Club en este estado, no salgas. Juntá a la barra un domingo y ponete a limpiarlo. Por eso la aviación está como está en Uruguay, es por gente así, que usa al Aero Club para beneficio propio y no ponen un peso más o unas horas de cariño por cuidar otras cosas.-
-Pero… ¿y por qué el pelado tiene el avión acá ahora?- quiso saber Carlitos mientras terminaban de limpiar las entradas de aire de los sensores con el agua de una botellita de agua mineral que tenían para tomar en el viaje.
-Ahh, ya lo conocés a aquél, como siempre, es una larga historia-
En las últimas semanas, el curso de vuelo por instrumentos había avanzado con el simulador y le habían perdido un poco el rastro al avión y su dueño que siempre estaban complicados.
Cuando Carlitos presentó el plan de vuelo en la oficina de Operaciones del Aeropuerto, le comunicaron que habría demoras (más de las que eran habituales en aquél momento). Regresó al avión que habían estacionado en la plataforma y con un gesto le indicó a su instructor que apagara el motor.
Estuvieron 45 minutos aguardando les autorizaran a volar hacia Carrasco para poder realizar su entrenamiento. “Es para que tengas una dosis de aeronáutica uruguaya desde temprano” bromeaba Carlitos.
-Por lo menos vamos a estar volando un par de horas, hoy nos ponemos al día y pedimos tu examen práctico. Dale sacá el libro teórico y vamos a repasar un poco-
Un mes antes de la explosión:
Era domingo de mañana e insistieron durante un par de horas realizando la maniobra de aproximación por radio ayuda NDB. La rutina de las últimas clases era presentar un plan de vuelo para entrenar las llegadas de precisión a Carrasco y mientras se conseguía la autorización de los controladores, practicar arcos DME por fuera de la zona de control. Al final de la clase, siempre terminaban con uno o dos NDB en Adami, que, según su instructor, más de una vez la habían salvado la vida.
El procedimiento no era difícil en el simulador, pero nunca terminaba de salir bien en la realidad. Carlitos aparentemente hacía todo bien, pero al virar al Sur y poner el avión encaminado hacia la zona próxima a la pista, se terminaba desviando.
Su instructor ya no sabía que era lo que sucedía. La última vez, hasta lo hicieron juntos sin la careta de entrenamiento para que Carlitos también viera lo que pasaba. Después de todo, su instructor no volaba por instrumentos todo el tiempo y podía estar perdiéndose de algo.
Fue justo ese día, cuando se estaban peleando con el avión para hacerlo seguir las agujas, que aterrizaron por la pista 18 sin haber recibido la autorización del controlador.
Cuando la liberaron, saliendo como de costumbre por la calle de rodaje central, el controlador le dijo de forma muy amistosa a su instructor: “Paisa, Aterrizaste sin estar autorizado “.
Con Carlitos se miraron incrédulos y en perfecta sincronía se encogieron en sus asientos llenos de vergüenza. Estacionaron bajo la torre y se encontraron al pie de la escalera con el controlador. Eran conscientes que habían cometido una falta grave y que sin darse cuenta podían haber ocasionado un gravísimo accidente.
Con total humildad el instructor explicó que venían intentando hacer coincidir las agujas con el rumbo del avión y que creyó haber anunciado que la intención era detención total.
El controlador le dijo que efectivamente así lo habían hecho, pero que él sólo los había autorizado a volar hasta los mínimos, porque estaba por cambiar la pista en uso. Al ver que la pista estaba libre prefirió dejarlos aterrizar. Había como 5 alumnos más dando vuelta de pista y era mejor que nosotros no arremetiéramos. Para nuestra tranquilidad, nadie había estado en riesgo.
Después, miró a Carlitos y le dijo: -Tenés flor de instructor, estudiáte bien como volar NDB, no lo pongas a estudiar a él, mirá que un día vas a estar volando sólo y vas a tener una emergencia que vas a tener que resolverla vos solito. –
-No, no- lo interrumpió el instructor ya un poco más distendido, -al contrario, me viene muy bien estudiar a mí, ya viste que me mando tremendas macanas. La culpa es mía, bueno y también es culpa del avión, al virar se está desajustando el giro direccional y por eso nos abríamos en cada final-
-Bueno, hablen con el dueño para que lo lleve al taller y lo arregle-
-Ese, ya no le pone un peso más a este avión- Soltó con desanimo el paisa.
-Fua, es bravo ese muchacho ¿no? – preguntó el controlador.
-No… es buena gente. Respondió sin darle más importancia al tema. Todos tenemos problemas, mirá la macana que me mandé, me tendría que auto suspender unos meses. Decí que en el medio del campo… –
Con Carlitos se fueron conversando sobre cómo la falla en el instrumento los había desconcentrado en una etapa crítica del vuelo. Esa lección, era lo más importante que podía aprender ese día.
Tres meses antes:
Carlitos no estaba dispuesto a quedarse con el curso de instrumentos por la mitad y pese a las disputas que su anterior instructor había tenido con el dueño del avión antes de emigrar, decidió ponerse en contacto con otro de sus instructores amigos para ver si podía ayudarlo.
Para evitar tener los mismos problemas, le advirtió a su amigo sobre la personalidad del dueño y sobre la importancia de mantener las cuentas claras desde el principio.
-Si, no te preocupes Carlitos, ya me han contado todo sobre él-
-Mirá que es buena gente, pero con mi otro instructor se potenciaban y generaron una mezcla explosiva-
-Me lo imagino, los dos además estuvieron en Yankilandia y tuvieron que volver, eso no es fácil, y acá, Melilla te achata y es difícil sacar cabeza-
Las clases de vuelo por instrumento era muy exigentes, el avión era fácil de volar, pero lo más complicado era encargarse de todo, rumbo, altitud, comunicaciones, alas niveladas, potencia y además responder continuamente preguntas de conciencia situacional y teoría.
Una cosa era resolver los ejercicios sobre papel y otra era dilucidar en vuelo “¿dónde estamos? ¿se dice QDM o QDR?, ¿es entrada directa o en gota?”. Teorías, y cálculos matemáticos supuestamente sencillos “si no te funciona el DME y tenés que saber a qué distancia de la estación estás, a cuantos pies por minuto tenés que descender para llegar 10 millas antes a 3000 pies”.
Su amigo estaba haciendo todo lo posible por entrenarlo al máximo. Decía que conocía varios alumnos que luego del cursito por instrumentos casi se mataban por creerse mejor preparados de lo que estaban. -Vos acordate siempre, este curso es una herramienta más para vos por si te metes en problemas, pero mantenete alejado de los problemas. Mirá que estos aviones no están hechos para volar en mal tiempo, incluso los bimotores ligeros. Te agarras hielo en las alas y fuiste. –
Lo que era evidente era que las técnicas que estaba aprendiendo le permitían volar mejor el avión, a mejor régimen de potencia, más nivelado, más estable, más seguro y que el cansancio y estress con el que terminaba cada sesión lo valían.
Una tarde, después de estar haciendo ejercicios de ascensos y descensos con virajes y distintas configuraciones, vieron una nube que estaba justo delante de ellos. -Vení, vamos a pincharla- le dijo el paisa con alagarabía.
¿Podía haber algo más lindo?, ¿podía haber otra forma de hacer realidad los sueños de toda una vida?, la felicidad con la que Carlitos entraba y salía de la nube con su avión, subiendo, virando, acelerando, y buscando quedarse dentro de ella, era sublime. Podía sentir que flotaban ya que tenían la sensación de estar siempre en el mismo lugar.
Era piloto hacía un par de años, ya había atravesado otras nubes, incluso alguna vez lavó el avión en vuelo pasando por alguna cortina de agua, pero nunca había sentido que jugaba, que se divertía con una nube gris, entrando, dejando de ver para afuera hasta unos segundos después cuando todo se aclaraba de golpe.
Volar no hacía que los problemas desaparecieran, pero cada vez más aprendía que el vuelo podía regalarte momentos únicos.
Al aterrizar, repetían la estricta rutina establecida por el propietario del avión: rodaban despacio, con la mínima potencia necesaria y con el elevador hacia atrás para cuidar la rueda de nariz ya que estaba muy gastada. Luego, hacían planilla y le enviaban un mensaje de texto con los datos. El avión quedaba atado en el pasto frente a la plataforma. Se informaba el combustible remanente, y se le colocaba un poncho de lona para cubrir la cabina. Las llaves se debían entregar en mano a una persona previamente designada.
Carlitos se encargaba de pagarle a su amigo instructor lo correspondiente a la clase y por su parte le pagaba al dueño por el alquiler. De esa forma, evitaban los pasamanos de dinero que tanto dolor de cabeza la habían generado en el pasado.
Cinco meses antes del incidente:
Ahora si parecía que el avión estaba cumpliendo el objetivo de su operador. Todos los días, recorría la costa a baja altura. Su dueño había logrado un acuerdo buenísimo con una radio FM y al mejor estilo de las películas de Hollywood, reportaba en vivo y desde el aire el estado de las playas, las demoras en la ruta interbalnearia y hasta colaboraba en la campaña de prevención de incendios.
Obviamente esa actividad comercial implicaba que la aeronave no estuviera disponible para Carlitos, pero, de todos modos, el párate del verano coincidía con el hecho de que se había quedado sin instructor.
El último mes había volado muchísimo iniciando su curso práctico de habilitación de vuelo por instrumentos, pero su instructor estaba atravesando una tormenta personal y al poco tiempo volvió a emigrar.
Justamente su experiencia internacional había sido de gran ayuda para congeniar con el gringo, el dueño del avión, alguien que también había recibido instrucción aeronáutica en los United States y con quien compartían opiniones y visiones sobre el potencial del desarrollo de la aviación en nuestro país.
Además, los dos entendían perfectamente sus expresiones anglosajonas.
En lo laboral, habían convenido algún tipo de acuerdo que a la postre y luego de muchos desencuentros en los que Carlitos debió mediar, a veces a pedido de uno, y otras a pedido del otro y siempre por su necesidad de poder seguir volando, terminó por romperse.
Una noche, durante una catarsis previa a su mueva partida del país, su instructor se despidió con un consejo que Carlitos entendió como alarmista, pero a fin de cuentas fue un presagio: “No vueles más en ese avión, es un naranja a la que le van a exprimir todo el jugo y no quiero que estés en ella cuando se seque”.
Hasta aquél entonces, no habían ocurrido demasiadas cosas extrañas en el avión que dieran a suponer un desenlace fatídico. Un par de veces había fallado el seguro del canopy en vuelo y la puerta se había abierto durante el ascenso, pero a él, más que culpa del avión le había parecido error de operación de la tripulación. Es verdad que alguna mañana se encontraron con que tenía menos combustible de lo que figuraba en la planilla, pero por algo siempre se verificaba antes de despegar.
El avión estaba precioso, tenía instrumental de sobra para aprender y volarlo significaba salirse de los Cessna 150 y 172 que todo el mundo volaba.
La única vez que había escuchado a su instructor discutir por algo del avión con el dueño, fue nada más y nada menos que el día que se conocieron. El asunto era que el instructor no estaba de acuerdo con el procedimiento de limpieza de motor durante el ascenso, que según decía, no estaba estipulado en el manual provisto por la fábrica.
La idea de reducir potencia tan próximos al suelo con el único objetivo de ahorrar combustible y dinero, le parecía un error y estuvieron dándole vueltas al asunto casi una hora y media sin ponerse de acuerdo.
6 meses antes:
Carlitos precisaba un avión apto para el curso de vuelo por instrumentos. Su primer instructor que estaba desde hacía un tiempo nuevamente en Uruguay le estaba dando unas clases teóricas y ahora era cuestión de conseguir un monomotor económico para empezar a sumar experiencia práctica. Las dos escuelas que daban el curso en Adami ya tenían instructores, por lo que había que buscar otras posibilidades. Así, un día, en Facebook apareció una publicidad de una nueva academia internacional que aparentemente estaba instalada en el aeropuerto internacional de Montevideo, el Ángel S. Adami, conocido como Melilla. La escuela contaba con capacidad para albergar estudiantes internacionales y apuntaba al público colombiano. Su flota, estaba compuesta por al menos 3 aviones y en la lista de cursos ofrecidos se encontraba obviamente el de vuelo por instrumentos. En su página web, escrita en inglés y español, se podía ver que contaba con la declaración de interés del Ministerio de Turismo de Uruguay, algo nada común en aquellos tiempos.
A Carlitos, tanto cartel no le llamó demasiado la atención porque ya sabía que una cosa era lo que se mostraba en internet y otra era lo que había detrás de la fachada. Las escuelas de vuelo tenían ese modus operandi y, por lo tanto, se limitó a llamar y ver si al menos le atendían el teléfono.
Ese fue su primer contacto con el dueño del avión.
-Dime en que barrio de Montevideo estás y voy hasta ahí para entrevistarme contigo en unos minutos-
Un sábado de primavera, en un bar de la rambla de Malvín, Carlitos se reunía con asombrosa celeridad con el representante de la flamante escuela.
El hombre, que había sonado con un acento extranjero por el teléfono, llegó vistiendo una campera de cuero negra. Al quitarse el caso también negro, dejó ver su cabeza rapada. Usaba lentes de sol oscuros y de diseño angosto y alargado y manejaba una moto de alta cilindrada que llamó la atención de los presentes.
No había dudas que era extranjero.
Resultó ser uruguayo, había emigrado a Estados Unidos con una mano adelante y otra atrás cuando la crisis económica del 2002 y más o menos igual había regresado. En sus años dorados en la tierra de las oportunidades, terminó su curso de piloto comercial, pero se quedó sin dinero y no consiguió trabajo. Una historia muy similar a la del instructor de Carlitos.
Allá había hecho de todo y como tenía formación en marketing consiguió algunos buenos negocios puntuales. Con esa experiencia, había regresado al país y pese a no tener absolutamente ningún tipo de garantía, había logrado un préstamo en el Banco República para adquirir su avión y ya estaba en conversaciones con algunas empresas para hacer algo publicitario en el verano.
Hasta ahí todo era color de rosas, un joven emprendedor en la industria aérea, el cielo no tenía límites para su proyección.
Conversando con Carlitos, le comentó que lo de la escuela estaba más verde y que el plan era atraer extranjeros a hacer cursos intensivos pero que todavía no tenía un lugar donde guardar su avión, un Piper Tomahawk.
En su primera noche aparcado en el césped en Adami, le habían robado la funda original que protegía el canopy y que solo le servía a ese avión, las cuerdas de amarre que había comprado en un pilot shop de Miami, y por si fuera poco le habían vaciado los tanques de combustible. -Una gran bienvenida me han dado estos pendejos-
Ahora que había concluido la parte de venta de su proyecto, la conversación se había vuelto más franca y Carlitos lo ponía al día de las cosas que él sabía o había visto en Adami. Al rato, comprendió que lo que el emprendedor precisaba era conversar con alguien, tomarse unas beers y escuchar más nombres de los que ya conocía para intentar generar nuevos vínculos en el aeropuerto.
Así fue como Carlitos se animó a sugerirle que hablara con su instructor, que precisamente había vivido algo similar y con quien seguramente podrían hacer negocios juntos. “Dios los cría y yo los estoy juntando”, pensaba con un poco de culpabilidad.
También acordaron un precio muy preferencial para un bloque de 10 horas de vuelo por tantas amabilidades y quedaron en hablarse para ir a conocer el avión la semana siguiente.
Carlitos sentía cierta conformidad por cómo se había dado el encuentro, además, notó que, al conversar con el muchacho, lo había calmado, le había transmitido esperanza y de alguna forma se ayudarían mutuamente.
Al regresar a su casa, tendría buenas noticias para contarle a su esposa después de haberse ido toda la tarde a un bar con un extraño. “Típico de cuando te juntás con alguien a hablar de aviación”, diría ella con toda la razón del mundo.
Mientras el hombre simuló ir al baño, para en realidad pagar la cuenta de lo que habían consumido, su móvil había estado sonando incesantemente.
Al regresar y saludar a Carlitos para despedirse, atendió una nueva llamada y la expresión de su rostro cambió por completo.
Carlitos podía escuchar el murmullo que venía por el teléfono y se sorprendió cuando escuchó al empresario espetar en un tono muy chicano “¿Pero de que dinero me estás hablando? ¡Are you kidding me! (me estás jodiendo)”
Las personas sentadas junto a ellos lo miraban sin disimular.
“¡Yo no tomé ninguna money! ¿What the fuck man? (qué carajos). “¿Pero dónde estaba ese sobre?”, “¿Y qué voy a estar haciendo yo revisando otro fucking plane?”.
“¡Fuck you! Mirá, yo estuve toda la tarde sentado aquí en un bar con…” -¿Cómo es tu nombre?- le preguntó a Carlitos.
“Estuve toda la tarde con Carlitos Rey, un piloto de allí de Melilla, es más, envía a la policía ahora mismo al bar….” Nuevamente miró a Carlitos esperando una respuesta ya que no sabía el nombre del bar.
Carlitos giró su cabeza hacia la marquesina y le contestó (ya preocupado por verse involucrado en esa situación). -Los Sopranos-
-¿Los Sopranos?… unbelievable (increíble)– le dijo tapando el micrófono con su mano y apartando el teléfono a un lado.
“Mirá, yo ya te pagué el mes de alquiler del hangar por adelantado, pese a que ahí en Melilla ya me robaron. Y tú me llamás para decirme que me metí en otro avión, le abrí la guantera y me robé seis mil pesos. ¡El que debería enviarte a la policía soy yo!” y cortó la llamada.
-“What the fuck” ¿Te das cuenta? Desde que puse un pie en el aeropuerto me están haciendo la vida imposible… –
Carlitos regresó caminando hacia su casa y pensó en lo raro que había sido ese encuentro. Por cierto, desilusionado con lo que pasaba en su Aeropuerto. El yanki, que por momentos parecía salido de una película clase B por como hablaba, tenía un proyecto muy interesante y en Adami parecía que más que hacerle pagar derecho de piso, le estaban cavando la fosa por envidia o por tratarse de un outsider que había aparecido de la nada y ya tenía un avión trabajando.
Antes de llamar a su instructor para comentarle la novedad, pensó si tenía que decirle o no el asunto de la denuncia del faltante del dinero, pero prefirió no mencionarlo. Ya bastante estaba teniendo el muchacho como para hacerle mala fama. Tampoco se lo comentó a su esposa. No quería estarle cargando señales negativas sobre el avión que iba a empezar a volar.
La mañana en la que explotó el motor:
Trepaban hacia los 3000 pies, el día estaba hermoso para volar, sin turbulencias. Apenas hacía una hora atrás habían logrado destrabar la puerta del hangar y bromearon sobre la paloma sin cabeza. “Menos mal que no soy supersticioso” pensaba.
Venían de unas semanas en las que no habían podido volar y ahora estaban iniciando un vuelo que serviría como prueba para presentarse al examen práctico. El despegue había sido simulando visibilidad mínima, y pese a no poder ver para afuera, su cuerpo ya sabía hacia donde apuntar el avión cuando el instructor le pidió que se dirigiera a la posición denominada SUNGA, 12 millas al norte del aeropuerto de Carrasco sobre la localidad de Sauce, para iniciar un procedimiento de aproximación ILS por la pista 19.
Durante el ascenso y entrenándose para cuando le tocara volar con un inspector, se concentró al máximo en explicar las acciones que tomaba para mantener el régimen de velocidad y ascenso apropiado y en responder las preguntas teóricas que formulaba su instructor.
Llevaban 6 minutos exactos de vuelo cuando su instructor lo sorprendió diciéndole:
-Mirá que impresionantes que están las nubes. Esto tenés que disfrutarlo. – al tiempo que le levantaba la careta de entrenamiento para que Carlitos pudiera ver ese paisaje maravilloso.
En efecto, de todos los vuelos, de todos los paisajes, entre todos los amaneceres y atardeceres en vuelo, no había visto uno cielo o, mejor dicho, un piso de nubes como ese.
Habían alcanzado los 3000 pies y una capa de nubes bajas formaba un tablero de ajedrez dejando ver el terreno compuesto por zonas verdes, caminos de tierra y brillantes galpones del norte de Montevideo. -Por paisajes como este me hice piloto – dijo Carlitos con entusiasmo, con un tono bajo, como para respetar la paz de ese momento que el instructor le había compartido, haciendo uso de su romanticismo aeronáutico.
Y el motor del avión explotó.
El temblor fue súbito, como si hubieran recibido una pedrada y recorrió en sentido longitudinal el avión.
Ambos llevaron las manos hacia los controles por la notoria pérdida de potencia.
-Mío el avión- ordenó el instructor, iniciando automáticamente un suave y lento viraje de 180 grados, bajando apenas la nariz de la aeronave, revisando sin mirar todos los ajustes habituales de potencia, mezcla y aire caliente.
No había signos evidentes de algún tipo de daño estructural, no salía humo, pero ambos habían escuchado el estruendo en el frente del avión y las RPM habían bajado al unísono.
Sin salir todavía del asombro inicial, se preguntaron si el motor habría “tosido” por engelamiento y volvieron a revisar el interruptor del aire caliente al carburador, la mezcla y el pase de combustible. Pero nada cambió.
Carlitos tomó la cartilla con las listas de chequeo y aunque lo sabían de memoria repasaron la configuración de vuelo en crucero, probaron con la mezcla, empujaron más al fondo el acelerador, revisaron el primer, la bomba de combustible, la selectora de combustible. Todo estaba dónde tenía que estar.
-Estamos a 11 millas ¿Vamos a Carrasco?, ¿reporto la emergencia? – preguntaba Carlitos luego de comprobar el indicador de distancia DME.
-¡No!- dijo su instructor, -No reportes nada- y presionó el botoncito rojo del “push to talk” comunicándole al controlador que gestionaba en ese momento su vuelo. “Regresamos a Adami”
-¿Todo bien? Le consultó algo sorprendido el controlador ya que resultaba muy poco usual que luego de conseguir uno de los codiciados slots para practicar la aproximación, el vuelo retornara sin ejecutar la maniobra.
-Si, todo bien. Tenemos un temita con la radio-
Habían perdido algunos centenares de pies, pero luego de concluir los análisis, lograron confirmar que el régimen de descenso era de algo así como 150 pies por minuto. -No podemos ascender, pero creo que podemos llegar bien a la pista si todo sigue así- Dijo luego de unos minutos el instructor, que mantenía una mano en la potencia y la otra en el comando.
Carlitos ya no tenía nada más para hacer, entre sus piernas, llevaba sus manos relajadas como quién espera su turno para ser llamado en una sala de espera. En las listas de chequeo de emergencias no figuraba la falla que estaban experimentando. En ese momento, no sabía que la altitud que tenían, el régimen de descenso y la velocidad que podían desarrollar implicaba que sólo con viento de cola podrían llegar a cualquiera de los dos aeropuertos.
Buscó la pista de césped de la base aérea de Boizo Lanza pero no la pudo encontrar.
El día seguía estando espectacular, el tablero de ajedrez ahora estaba arriba de ellos y hacia abajo se veían las manchas de sombra que generaban las nubes. Al frente, se podía adivinar la ubicación del campo en donde se encontraba el aeropuerto, algo a la izquierda del Río Santa Lucía y antes de la fortaleza del Cerro de Montevideo.
No estaban en pánico. No había nada más por intentar, sólo seguir volando hacia el aeropuerto de Melilla, la base de operaciones del avión y estar atentos a lo que podía pasar. No había margen para otra falla similar ni para cambios bruscos de actitud. También habían probado los magnetos, pero no había dado resultados.
Sobrevolaron el hipódromo de la ciudad de las Piedras y Carlitos recordó de que, al comienzo de la aviación en Uruguay, se solían realizar demostraciones aéreas durante las fiestas hípicas. ¿Sería un lugar apropiado para intentar aterrizar?
Cada tanto, volvían a chequear los indicadores del motor. Tenían casi 500 rpm menos de las que deberían. Estaban en un tobogán que esperaban terminara en la cabecera de la pista y no podían quitarle potencia al motor porque ya no llegarían. Volaban con lo que el motor estaba entregando y dependían de él.
Para su tranquilidad, no había señales de daños estructurales, fallas eléctricas o principios de incendio, pero los dos temían que de un momento a otro la situación se agravara.
El instructor le preguntó si se acordaba de haber escuchado que hubiera otros tránsitos volando en Melilla, ya que, en ese caso, pediría prioridad para que le permitieran aterrizar directo.
Carlitos sintonizó la radio del aeropuerto y le respondió que no se acordaba. Pensó bastante en lo que habían estado haciendo antes de despegar, para ver si recordaba haber visto a otros aviones u otros pilotos en la sala de operaciones, pero nada.
Por un momento temió que la cámara de video que había enganchado al soporte del tren de aterrizaje pudiera haber provocado el problema, pero no era posible.
Por suerte al comunicarse con la torre, el controlador les ahorró la duda y con mucha serenidad y demostrándoles que entendía que algo raro estaba pasando les dijo: “Tienen el turno uno para aterrizar, aterrizaje a discreción, el viento está en calma ¿requieren servicios?”
-“Negativo”, se limitó a contestar el instructor. Indicando que no hacía falta alertar a los bomberos y paramédicos. Él continuaba piloteando la aeronave con extrema atención.
A partir de ese momento, todo sucedió mucho más rápido. Ya no parecía que estaban colgando a un kilómetro de altura, ahora, la tierra estaba más cerca y la adrenalina aumentaba. Se podía sentir cada detalle del sonido del motor, el viento chocando con el plexiglás del canopy y la hélice cortando el aire.
Carlitos divagó unos instantes imaginando a la hélice como un remo que los empujaba para vencer a la corriente que los arrastraba.
Tras pasar La Paz, el piloto al mando alineó el avión con la ruta 5 para tener una alternativa en caso de que algo peor sucediera. Habían llegado hasta allí perdiendo entre 100 y 200 pies por minuto.
Carlitos comenzó a leer en voz alta la lista de aterrizaje y acordaron que se mantendrían lo más alto posible hasta estar seguros de que alcanzarían la pista y recién ahí reducirían la potencia.
Hicieron un briefing de memoria sobre lo que haría cada uno en caso de no llegar a la pista. Estaban planificando actuar según lo habían conversado y practicado tantas veces durante el entrenamiento del curso de piloto privado.
Fue recién en ese momento en que Carlitos pensó en que le gustaría tomar la radio y dejar un mensaje grabado para su esposa y sus padres como hacían en las películas de catástrofes aéreas.
Qué bueno era estar volando con su instructor, pero ¿por qué no declaró la emergencia? Se preguntaba. De haber estado volando sólo, sin dudas habría usado el famoso “May Day” y optado por volar hacia Carrasco y recibir toda la ayuda posible. Sólo podrían intentar aterrizar una vez porque el motor no tenía potencia como para ganar altura.
Llegaron con lo justo al campo del aeropuerto, el viento estaba ideal para una situación así y si bien fue un tramo de acercamiento inusual, el aterrizaje fue normal, aunque con algo más de velocidad de lo habitual ya que el instructor había picado el avión para perder altura sin perder velocidad en los últimos instantes. La sensación de alivio por estar en tierra fue única.
Demostrando toda su experiencia, el piloto agrícola que ahora oficiaba como instructor, utilizó toda la inercia que había generado en el descenso desde unos 200 pies para sacar el avión de la pista rodando por el taxiway central y recorrer la calle auxiliar hasta la puerta del hangar sin tocar los frenos. Evitando de esa forma la exposición de la falla.
Allí se bajaron para inspeccionar el motor. A simple vista, del lado izquierdo, se podía observar un orificio de unos diez centímetros de diámetro en el capó.
En ese momento, no hubo lugar a muchas palabras o abrazos de júbilo por estar vivos. Tampoco los hubo más tarde.
Carlitos había escuchado historias de pilotos que perdían RPM en vuelo sobre la línea de costa de Montevideo y regresaban por precaución, pero era la primera vez que vivenciaba el temblor y la inseguridad que generaba que el motor estuviera dañándose. Esa dependencia por estar colgando del motor.
Mientras retiraba la cámara de video, escuchó al instructor llamar al dueño del avión y un tajante: “Yo este avión no te lo vuelo más”, luego, caminó hacia Carlitos e impostando un tono de voz más serio de lo habitual le dijo “Bueno, bueno, bueno” Para luego aflojar el cuerpo, con uno de sus gestos divertidos que lo caracterizaban cuando quería demostrar que la situación había estado complicada.
-Ya le avisé al Mister, que el avión quedó fuera de orden de vuelo para que cancele el resto de los vuelos del fin de semana. Ahora lo voy a llevar hasta el taller para sacarme la duda de qué fue lo que explotó –
-Te acompaño – propuso el joven piloto.
-Como poder podés, pero prefiero ir sólo porque conozco al dueño del taller y quiero hablar a calzón quitado con él. La verdad es que prefiero que no te asocien a este avión ni a este loco-
-¿qué te parece que haya sido?
-Seguramente se partió algún cilindro, pero estoy tan pero tan caliente que prefiero no ensuciarme las manos ahora. Este vuelo no se lo vayas a pagar, cualquier cosa le decís que hable conmigo. ¿sabés lo que me dijo cuando le conté lo que había pasado?, me preguntó si alguien se había enterado y me pidió que no le dijéramos a nadie. ¿a vos te parece?. Al fin de cuentas, hoy estuvimos más tiempo en tierra que volando-
-Bueno, más que volando estuvimos “cayendo con estilo”-
48 horas después del incidente:
El dueño del avión llamó a Carlitos por teléfono:
-Hola Carlitos, me enteré de que eras vos quien acompañaba al paisa el día del incidente. No sabes cuánto me alegro de que ambos estén bien-.
-Gracias. No te preocupes, ¿Qué fue lo que le pasó al avión? –
-Shit happens man (cosas que pasan), nada, el avión es un tema de fierros, no hay que preocuparse por eso. Tengo que hablar con el paisa que… bueno… You know (tú sabes) se enojó conmigo. Yo lo entiendo, pero He knows (el sabe)… son fucking (malditos) fierros, son cosas que pueden pasar. Además, ahora tengo algunos alumnos y… yo sé que a él también le viene bien el dinero de las clases. –
Carlitos pensó que ahora se venía el momento en el que le reclamaría el pago del último vuelo, pero no fue así.
-Mirá Carlitos. Ahora para peor el mecánico me dice que tengo que pagarle por adelantado el arreglo. ¿Dónde se ha visto una mierda así?. Si el avión no vuela, no puedo pagarle. Yo dependo de ese avión. Preciso que vuele para poder pagar la hipoteca. Si se queda parado en el taller no puedo trabajarlo, corro riesgo de perderlo. Lo perderíamos todos ¿me entendés?-
Carlitos recordó lo que había hablado con su primer instructor, aquella metáfora sobre la naranja a la que le sacaban todo el jugo.
El mismo día del incidente, el mecánico había visto que lo que había salido despedido había sido la tapa de uno de los cilindros. Era algo que, según él, ya le venía avisando al gringo que debía de hacérsele un mantenimiento, pero como el avión no paraba de volar, lo venía postergando. Ahora, por su propia seguridad y la del resto de los pilotos, intentaría retenerle el avión hasta que no le hicieran todos los arreglos necesarios.
-Carlitos, Just one more thing (un cosa más)… por favor no le cuentes a nadie lo que sucedió el sábado. Tú sabes mi situación man. Me ha dicho el paisa que tenés un video del vuelo. No lo muestres. Sé que es incómodo lo que te pido, pero se me va la vida con ese avión-
Carlitos ya había entendido por qué su instructor no había querido declarar la emergencia. El incidente le había enseñado sobre ciertos códigos que sólo quienes viven de la aviación pueden conocer.
Códigos que sin mediar palabras podían interpretar los controladores aéreos, los mecánicos, los instructores, los dueños de avión y quizás en algunas situaciones particulares, los alumnos piloto.
Se preguntaba si esos códigos no eran la causa de algunas muertes que podían haberse evitado, de tantos alumnos que pagaban por volar en aviones que iban perdiendo instrumentos, de instructores que perpetuaban a sus alumnos volando en el circuito y de dueños de avión y escuelas que no levantaban cabeza.
Códigos que se convertían en cultura, con los mismos vicios que tanto se criticaba tenían los militares para proteger a sus camaradas en el ambiente aeronáutico y que en Melilla se iban aprendiendo poco a poco.
La emergencia mayor era todo lo que había sucedido ese año antes de que les explotara el motor del avión sobre Sauce.
10 años después:
Quiso el destino que el reencuentro entre Carlitos y su instructor se diera una mañana de domingo, con el cielo tan quebrado con nubes blancas que viéndolo desde abajo parecía un tablero de ajedrez.
Luego de ponerse al día, recordaron el último vuelo que habían realizado juntos, aquél en el que mientras rodaban hacia la torre de control desde otro Hangar y en otro avión, la rueda principal se pinchó y debieron esperar 30 minutos a que un mecánico los auxiliara.
Se acordaron de que mientras esperaban a la sombra de un Hangar riéndose sobre todas las experiencias que les había tocado vivir juntos, nunca se habían dado cuenta de que el problema era Carlitos. – Vos sí que sos yeta, hasta lograste pinchar una rueda nueva-
Ahora, mientras caminaban con sus hijos en un parque, se acordaron del incidente en el avión del pelado, aquél que se había empezado a gestar casi un año antes y que había estado precedido de señales. Señales que por necesidad, compasión o acostumbramiento habían dejado pasar.
-Siempre te quise preguntar ¿por qué no declaraste la emergencia?-
-Pahh, me acuerdo de que lo primero que pensé fue que teníamos buena altitud y calculé que nos daba para llegar bien. Si declarábamos la emergencia, nos iban a decir que fuéramos a Carrasco, todo el mundo iba a estar mirándonos, mirando al avión, iba a ser imposible sacarlo de ahí después y los talleres de ahí lo iban a fajar al Yanki. Nos íbamos a comer una investigación, y por la falta de mantenimiento seguramente le suspendían el permiso de vuelo, se iba a quedar sin la posibilidad de seguir trabajando, capaz que hasta se comía un juicio de las empresas a las que les hacía publicidad y el avión iba a terminar rematado o abandonado y yo no quería ser el que por unas RPM de menos le cortara las alas al muchacho.
-Tengo el video del vuelo, de la explosión solo se nota una pequeña vibración –
-¡Uy cierto!, tenías un video, mándamelo que quiero ver como aterrizaba en esa época, pero después hacé que se autodestruya, que no quede evidencia- dijo a las carcajadas el paisa.
Caminaron un poco más y a lo lejos se sintió sobrevolar un monomotor que estaba ascendiendo luego de despegar desde Carrasco. Carlitos pensó en comentarle cuanto añoraba volver a volar y también como a veces cada RPM de esos motores le arañaban el corazón en una mezcla de pasión y dolor.
-Hoy en día, quizás porque estoy un poco más viejo, hubiera declarado la emergencia-
-¿Te acordás de la paloma?, paisa-
-Pobre palomita, no debimos salir a volar ese día-
-FIN-
Aquí les compartimos el video del suceso ocurrido hace más de una década.
Aquí puedes leer el Capítulo introductorio “Carlitos Rey – Mis primeras 100 horas de vuelo.”
Carlitos Rey – Capítulo 13: “Evacuando aguas menores en Pluna”
martin
Posted at 06:41h, 17 mayoexcelente capitulo con video incluido!